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Karzai vende a las mujeres para ganar el voto conservador

Las madres no dejan que sus hijas vayan al colegio por miedo a que las secuestren o les tiren ácido

MAR CENTENERA

Una adolescente vestida de negro se retira furtivamente el velo y enseña dos grandes cicatrices que sobresalen en su cabeza rapada y en el cuello. Vuelve a colocárselo en un par de segundos, temerosa de que alguien haya visto el movimiento, y clava los ojos en el suelo. Antes de que se le pueda preguntar quién le causó esas heridas y por qué, desaparece veloz en el interior de la tienda en la que vive, en un campo de desplazados a las afueras de Kabul.

Su gesto, para el que ha aprovechado un ruido por el que se han desviado todas las miradas, ha ocurrido después de que los hombres que hablaban frente a su tienda alardeasen de maltratar a sus esposas. '¿Quién es un juez para decirme cómo tengo que tratar a mi mujer? La castigo porque se porta mal. Y ahora dice que va a ir a la Comisión de Derechos Humanos, pero ésa no se escapa de ahí', advierte Rahmatullah Janati, apuntando hacia su casa, unas tiendas más allá.

Janati es el portavoz del campo de desplazados procedentes de la provincia de Helmand. Asegura que no va a votar en las elecciones 'porque en Helmand el presidente no tiene ningún poder'. 'Mi mujer tampoco votará'. ¿Por qué? 'Porque lo decido yo'.

Tras el 11-S, liberar a las mujeres de Afganistán de la brutalidad de los talibanes se convirtió en uno de los motivos más aireados por Estados Unidos y la OTAN para justificar la necesidad de un cambio de régimen en el país. Ocho años más tarde, las mujeres han entrado en el Parlamento, donde ocupan el 10% de los escaños, millones de niñas han vuelto a las escuelas tras el paréntesis talibán y muchas de las que se vieron forzadas a abandonar sus trabajos los han recuperado. Pero la mayoría de afganas siguen siendo ciudadanas de segunda, sometidas a la voluntad de padres, maridos e hijos.

Desde hace un mes, las mujeres chiíes el 15% de las afganas están obligadas por ley a satisfacer los deseos sexuales de sus esposos. Si se niegan, éstos tienen derecho a dejarlas morir de hambre.

La ley familiar chií recién aprobada permite, además, que los violadores eviten la cárcel si compensan económicamente a la familia de la víctima y da la custodia de los hijos al padre en caso de divorcio.

'Creíamos que este tipo de leyes bárbaras eran parte del pasado, que murieron con el derrocamiento de los talibanes, pero Karzai las ha revivido y les ha dado su aprobación', denuncia el director para Asia de la organización Human Rights Watch, Brad Adams.

La fuerte condena internacional no logró detener la aprobación de una ley con claros fines electorales. 'Karzai ha hecho un pacto para vender a las mujeres afganas a cambio del apoyo de los fundamentalistas', destaca Adams.

Según la activista Fatemeh Hosseini, 'Karzai ha intentado contentar a los mulás y a las mujeres, pero finalmente ha decidido que los líderes religiosos eran más importantes'.

Esta ley retrógrada pone la puntilla al claro retroceso de derechos que ha causado el aumento de la violencia. 'La situación en Kandahar ha empeorado muy rápido desde 2005. Durante un par de años me pude mover con total libertad, incluso sin burka, por toda la provincia. Ahora no me atrevo a cruzar ni una calle sola y voy siempre tapadísima', explica por teléfono Rangini Hamida, quien regresó a Afganistán en 2003 después de un exilio de 22 años y fundó la ONG Kandahar Treasure.

'Muy pocas mujeres se van a atrever a ir a votar hoy. El miedo ha encogido sus corazones. Por eso tampoco envían a sus hijas al colegio. Han dejado de ir, no sólo en los pueblos, sino incluso en la ciudad. Las madres tienen miedo de que las secuestren, las agredan o les deformen la cara con ácido'.

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