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Los muros de la vergüenza

Desde Brasil a Corea, pasando por España, bloques de hormigón y alambradas de espino separan a los seres humanos

TRINIDAD DEIROS

En el cementerio de Tarifa hay 25 tumbas olvidadas. Bajo las lápidas en las que sólo se puede leer un número grabado, reposan otros tantos inmigrantes sin papeles; de sus vidas no ha quedado ni el rastro de un nombre.

Estas tumbas sin identidad se asoman al Estrecho de Gibraltar, una escueta lengua de mar que en su parte más angosta tiene sólo 14 kilómetros pero que da forma a la frontera más desigual del mundo en cuanto a renta per cápita y desarrollo humano, según Naciones Unidas.

El pasado 9 de noviembre, el mundo celebró el vigésimo aniversario de la caída de un muro al que se bautizó como el 'de la vergüenza'.

Pero la ignominia no ha acabado con el derribo de los bloques de hormigón que partían Berlín en dos. Otros muros, como el que separa a los ricos de la orilla norte del Mediterráneo de los pueblos del sur, siguen en pie. Barreras como las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla , en las que en el otoño de 2005 murieron 14 africanos sin que nadie haya respondido por ello, o la pared metálica que aparta al próspero Estados Unidos de México.

Según la Comisión Nacional de Derechos Humanos mexicana, en los últimos 15 años 5.600 inmigrantes han muerto en un vano intento de cruzar esa frontera.

La aspiración de ocultar la miseria no sólo blinda a los países. En Río de Janeiro, las autoridades han barrido la pobreza debajo de la alfombra rodeando de tapias las favelas, so pretexto de preservar los bosques cercanos.

Pero el intento de proteger una prosperidad construida sobre la desigualdad no es la única razón que explica estas barreras. También la dominación de unos pueblos sobre otros, perpetrada ante la indiferencia de los mismos líderes que se han congratulado por la caída del muro de Berlín.

Los bloques de hormigón de hasta nueve metros que laceran Cisjordania son un ejemplo. También los muros marroquíes que separan a los saharauis de sus familiares que quedaron en el Sáhara Occidental anexionado por Marruecos. Otras murallas son herederas de la Guerra Fría, como la franja que aún divide a las dos Coreas.

Los pretextos no faltan: van desde el control de la inmigración a la necesidad de contener el terrorismo. Pero los fines en apariencia sensatos con los que se justifica la construcción y existencia de estos muros no logran ocultar la injusticia que contribuyen a instaurar.

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