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Obama logra una victoria complicada

Se trata del cambo más radical en la gestión de la sanidad en Estados Unidos desde Lyndon Johnson en 1965

ISABEL PIQUER

'No soy el primer presidente en defender esta causa pero tengo la intención de ser el último', declaraba solemnemente Barack Obama el pasado septiembre en un discurso ante el Congreso. Ya solo queda que el Senado y la Cámara de Representantes negocien una versión común de la ley para que pueda cantar victoria.

Una victoria complicada. En el intenso debate, Obama ha perdido muchos puntos y ha puesto en peligro su credibilidad; en el Congreso, cuasi monopolizado por la batalla, se ha desvanecido cualquier ilusión de alcanzar un acuerdo bipartidista. 'Muchos estaban frustrados y airados', comentaba hace unos días, el senador demócrata por Virginia Occidental, Jay Rockefeller, refiriéndose a las luchas intestinas dentro del partido, 'pero es una ley histórica y eso es algo difícil de ignorar'.

Y tan histórica. Es el cambio más radical en la gestión de la sanidad en Estados Unidos desde que el Gobierno de Lyndon Johnson creara en 1965 Medicare y Medicaid, los dos programas que protegen a los mayores de 65 años y a los más desfavorecidos.

La ley del Senado deberá acoplarse a la aprobada el pasado 7 de noviembre por la Cámara de Representantes, por un margen de tan sólo cinco votos (220-215) que debía dar cobertura médica a 36 millones de personas.

'Aquí no tenemos el mismo sentido de solidaridad social que en Europa'

Obama se la ha jugado y mucho. Al contrario de su predecesor demócrata en el puesto, Bill Clinton, decidió dejar en manos del Congreso la elaboración del texto, pero entre bastidores estuvo presionando a los suyos e intentando acercarse a los republicanos hasta el último momento. 'Ha sido una estrategia eficaz aunque a veces ha parecido que no estaba lo suficientemente involucrado', dice Karen Davenport, directora de políticas de salud del Center for American Progress, un centro de análisis progresista de Washington.

Pero ni el encono de los republicanos, ni la rebelión de los demócratas conservadores contrarios a la injerencia del Gobierno, ni su reciente caída en los sondeos, ni la patente preocupación de los estadounidenses ante la idea de cambiar un sistema que todo el mundo reconoce está roto, hicieron mella en la feroz determinación del presidente estadounidense.

'Ha servido a los republicanos para animar a sus bases' dice Davenport, 'pero aunque funcionó durante un tiempo es difícil saber si a largo plazo realmente tendrá efecto'.

En el otro bando también ha habido heridos. 'Hay opiniones muy distintas entre los demócratas, en este tema y en otros, como el del medioambiente, que iban a salir a la luz de todas formas', asegura Davenport, 'veremos los resultados de estas diferencias en las legislativas de 2010'.

La presión de los lobbys ha sido brutal. El pasado noviembre The New York Times revelaba que pese a su promesa de reducir los costes de los medicamentos en 8.000 millones de dólares (en sendos descuentos para personas mayores y más desfavorecidas) las farmacéuticas habían estado subiendo los precios de sus productos una media de 9% en el último año. Eso en el contexto de la tremenda recesión que afecta a Estados Unidos y de un inflación que no supera el 1.3%. La subida, aseguraba el diario, era la más alta registrada desde 1992.

La sanidad en Estados Unidos no es sólo una batalla de intereses económicos y políticos, es también un debate cultural que tiene mucho que ver con el concepto de solidaridad y el papel del estado en la sociedad.

'En un país tan rico como este, la salud nunca se ha considerado como un derecho', dice el doctor Louis Marc, del hospital NYU. 'Aquí no tenemos el mismo sentido de solidaridad social que en Europa', explica Michael Sparer, profesor de la Universidad de Columbia y experto en temas de salud pública, 'la gente estima que el individuo es responsable de sí mismo'.

Pero el jueves Barack Obama consiguió resolver, al menos en parte, una asignatura pendiente desde 1965.

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