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El ejército de Tailandia aplasta la 'revuelta roja'

La represión de la mayor sublevación en dos décadas ha causado 70 muertos

DAVID BRUNAT

Apenas había amanecido en Bangkok cuando en el campamento de los camisas rojas comenzaron los nervios. 'Nos comunican que los blindados se están movilizando. Preparaos para un ataque inminente', clamó uno de los cabecillas por los altavoces. Nadie lo esperaba, pero acertó de lleno. Tras pedir a los manifestantes que desalojaran el lugar porque se iba a 'llevar a cabo una operación', el ejército tailandés cargó con tanquetas y fusiles M-16 sobre las barricadas. En menos de siete horas, el campamento que ha tenido paralizado el corazón de Bangkok durante más de un mes y medio era poco más que un montón de escombros.

En la primera fase del asedio los blindados destrozaron las barreras de cañas de bambú y neumáticos como quien hunde una cucharilla en un flan. Ya dentro del perímetro, avanzaron casi sin oposición, mientras las tropas iban asegurando las nuevas posiciones y escudándose tras las tanquetas. Desde los edificios altos, los francotiradores realizaban la cobertura.

En siete horas de asalto, la base de los opositores fue totalmente arrasada

Poco después arrancó el fuego cruzado, el traqueteo de las ametralladoras y el estallido de algunas granadas procedentes del bando rebelde. Aunque los líderes del Frente Unido para la Democracia y la Dictadura (FUDD) pusieron énfasis desde el inicio en demostrar que su movimiento era pacífico y ningún manifestante estaba armado, eso resultó no ser del todo cierto. Sí que la masa campesina que dormía sobre el asfalto tenía las manos desnudas, pero no así la facción minoritaria de los camisas negras, el cuerpo de seguridad del campamento. Ellos contaban con pistolas, incluso con rifles los mejor equipados.

El resto se tuvo que conformar con usar tácticas de guerrilla urbana. Es decir: incendiar todo lo que se preste a ser quemado, por ejemplo autobuses desvencijados o camionetas, y fabricar a destajo explosivos caseros para lanzarlos sobre las filas de soldados para ver si, por casualidad, caían sobre alguno. Lo primero sumió Bangkok bajo una intensa nube de humo negro durante todo el día. Lo segundo apenas les granjeó unos minutos extra antes de que el ejército terminara con todo.

Tras el desalojo, los camisas rojas' prendieron fuego a decenas de edificios

Fue tras la dispersión de los 3.000 manifestantes que resistían detrás de las barricadas cuando comenzó el caos. Al menos cinco manifestantes y un fotógrafo periodista italiano murieron en las primeras horas. Más tarde se encontraron nueve cuerpos más en un templo budista ubicado dentro del campamento, lo que elevó la cifra a 15. Sin embargo, es muy probable que el número real de fallecidos haya sido muy superior después de siete horas de tiroteo intenso en el que el ejército tenía órdenes de disparar contra quien no accediese a abandonar la zona. Sin ir más lejos, algunos manifestantes tuvieron que hacer frente solos a los disparos coordinados de varios soldados tailandeses.

'¡Queremos luchar!', exclamaban a Público un grupo de camisas rojas a escasos metros de un autobús en llamas. 'Nos están disparando desde los edificios y estamos desarmados. Que vengan aquí y se enfrenten cara a cara', arengaban. Mientras, la llegada de nuevos vehículos para quemar era celebrada como si se tratara de una gran victoria.

A medida que el ejército se hacía con el control total y las excavadoras irrumpían en el parque Lumpini, centro simbólico de las protestas, para recoger escombros, bandas de incontrolados saqueaban y prendían fuego a al menos una treintena de edificios, entre ellos la bolsa de valores de Bangkok y el Central World, el segundo centro comercial más grande del sureste de Asia, que acabó derruido por las llamas.

Tampoco pasaron por alto a los medios de comunicación, a quien acusan de tergiversar la información y ponerse descaradamente a favor del primer ministro, Abhisit Vejajjiva. Dándoles la razón, el Ejecutivo intensificó ayer la censura mediática y ordenó a las televisiones que sólo emitiesen programas aprobados por el Gobierno. En represalia, los camisas rojas saquearon la sede del Canal 3 estatal, vengando de paso el cierre de People Channel TV, partidaria del movimiento rojo.

Una vez que los principales líderes opositores se entregaron a la policía o huyeron fuera de la ciudad, el movimiento opositor se sumió en la anarquía. Vejjajiva impuso el toque de queda en toda la capital desde las ocho de la tarde hasta las seis de la mañana. 'Pido al pueblo que entienda y esté de acuerdo con esta decisión', declaró el primer ministro en un discurso televisado. Antes, un portavoz del Gobierno había pedido a la población que no saliera de sus casas. Y lo logró: una ciudad de 12 millones de habitantes quedó convertida por una noche en un pueblo fantasma.

El de ayer es el final de la crisis política más sangrienta de los últimos 18 años en Tailandia, que deja un balance de 70 muertos y 1.600 heridos desde que se estableció el campamento rojo el 14 de marzo. Sin embargo, los ciudadanos avisan: la sociedad sigue muy polarizada entre partidarios del actual Gobierno y los camisas rojas, quienes acusan a Vejjajiva de haber llegado al poder de manera ilegal y quieren el indulto para el populista ex primer ministro Thaksin Shinawatra. Por eso, nadie descarta que la tensión vuelva a estallar próximamente en el país asiático.

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