Público
Público

La heredera de una dinastía acostumbrada a gobernar

Iñigo Sáenz de Ugarte

Pocos líderes políticos han suscitado tantas esperanzas en el Tercer Mundo como Benazir Bhutto. Al mismo tiempo, no hay tantos que hayan causado tantas decepciones. Porque esta mujer, tan valiente como oportunista, ha propiciado un número casi infinito de paradojas a lo largo de su trayectoria.

Su retórica siempre ha sido impecablemente democrática. Pero fue elegida presidenta vitalicia del partido que fundó su padre y en el que ella imponía su voluntad. Su imagen era la de una modernizadora capaz de sacar a Pakistán de una era de intolerancia y fanatismo. En realidad, sus Gobiernos fueron tan corruptos como los de sus adversarios.

Sus relaciones con los Gobiernos occidentales eran excelentes. Pero los talibanes no habrían llegado al poder en Afganistán sin el apoyo decidido de Pakistán cuando Bhutto dirigía el Gobierno. Estudió en Harvard y Oxford y algunos de sus amigos eran intelectuales europeos progresistas. Y aceptó casarse con el marido elegido por su familia siguiendo una tradición de siglos en su país.

Como todo político ventajista, tenía tantas caras como las que necesitara ofrecer a su interlocutor. En cierto modo, Benazir Bhutto, que ha muerto con 54 años de edad y tres hijos, comenzó su carrera política antes de nacer. Su padre, Zulfikar Alí Bhutto, fue el político más poderoso de Pakistán en los años setenta hasta que en 1977 el general Zia le derrocó, juzgó y ejecutó en la horca.

Benazir tenía 24 años y sabía que su juventud había concluido. Al volver a su país, pasó a sufrir arresto domiciliario y durante once años su destino pareció irrelevante. Otra muerte, la de Zia en un sospechoso accidente de avión (probable venganza del KGB por la ayuda de Pakistán a los mu-yahidines afganos), devolvió a la familia Bhutto al lugar que se les había arrebatado.

Ha nacido una estrella

La irrupción en la política paquistaní fue espectacular y fugaz. Los dirigentes del Partido del Pueblo de Pakistán (PPP) quizá pensaron que sólo la necesitaban como atractivo mascarón de proa del movimiento. No podían estar más equivocados.

En primer lugar, Benazir demostró un carácter combativo propio de alguien que había presidido el prestigioso club de debates de la universidad de Oxford. Y además, había un hecho incontrovertible: el partido era propiedad de la familia Bhutto.

A la tierna edad para estos asuntos de 35 años, Benazir llegó al poder en Pakistán en 1988 y causó una conmoción. Ni siquiera en Washington o París una mujer había dirigido el Gobierno, imaginémonos en un país musulmán.

Reforma, modernización, progreso... ésas eran las palabras que salían de su boca. El mundo entero la veía extasiado.Veinte meses después, fue destituida de forma fulminante por el presidente.

En realidad, sus problemas habían comenzado un año antes de presidir el Gobierno cuando se casó con Asif Alí Zardari. Primera decepción: no fue el amor, sino la familia quien tomó la decisión. Aún peor fue la segunda. Zardari se ganó el apodo de Míster 10% por su voracidad en rentabilizar con un porcentaje su cercanía al poder.

La corrupción de los Gobiernos de Bhutto se convirtió en una rémora de la que se aprovecharon sus numerosos enemigos. En su primer paso por el Gobierno, la líder del PPP no tuvo fuerzas suficientes como para presentar batalla.

Pero aprendió la lección.En 1993, Pakistán le dio otra oportunidad y esta vez no había margen para los sueños y las esperanzas. El poder tiene sus propias leyes y Benazir ahora sí había tenido tiempo de memorizarlas. Se rodeó de gente que podía serle de utilidad en sus relaciones con los poderes fácticos, en especial los uniformados. La cúpula militar continuaba despreciándola, aunque descubrió que podía hacer negocios con ella.

Lección aprendida

Bhutto nunca dejó de pactar con el diablo siempre que fuera conveniente para sus intereses. Con los militares y los servicios de inteligencia, llegó a acuerdos para financiar y armar a los talibanes afganos. Eran la mejor carta para poner fin a la guerra civil de los muyahidines y estabilizar el sur de Afganistán, y eso convenía a la poderosa mafia del transporte de Queta.

Una de las ventajas de comenzar tan joven en política es que los fracasos sólo son reveses temporales. Siempre hay tiempo para otra resurrección. Bhutto fue otra vez destituida en 1996, y comenzó un largo periodo de ostracismo, al igual que en la época de la dictadura de Zia.

Ella sabía que su momento llegaría más tarde o más temprano. Sólo tenía que esperar. Y lo hizo hasta que hace unos meses se convirtió en la última esperanza de Pakistán. Las expectativas ya no eran tan altas como lo fueron hace 20 años. Ya no había sueños que cumplir. Sólo tenía que garantizar que su país no saltaría por los aires.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?

Más noticias de Internacional