Colombia va a estar gobernada por el representante de una de las familias más poderosas e influyentes del país. Si en los últimos ocho años estuvo presidida por un miembro de la clase media finquera, ganadero y caballista de vocación, como Álvaro Uribe, de quien las élites económicas se sirvieron sin considerarle nunca uno de los suyos, con Juan Manuel Santos ocupará el Palacio de Nariño alguien formado desde niño para mandar.

Su tío abuelo fue presidente y fundador del diario El Tiempo, que era el centro del establishment. Juan Manuel fue subdirector y columnista de lujo. Antes se había formado como cadete en la Marina, lo que le permite hablar a los militares como colega. Después se hizo economista en Harvard y Londres.

Nunca se presentó, hasta hoy, a unas elecciones. Le gustó más la labor conspirativa. Fue ministro en varios gobiernos, sin importarle el color político: conservador con Pastrana, liberal con Gaviria e inclasificable con Uribe, en cuyo gabinete ocupó Defensa, capitalizando los éxitos de la seguridad democrática y marcándose, para desesperación de Uribe, los tantos más espectaculares, como la operación en la que fue liberada Ingrid Betancourt.

Durante su mandato en Defensa se destaparon los falsos positivos (ejecuciones extrajudiciales de civiles presentados como guerrilleros abatidos). Él afirma que desmontó el tinglado destituyendo a decenas de militares. Es cierto. Pero no lo es menos que lo hizo cuando el escándalo ya había estallado.

Lo tiene mal con los vecinos. El mandatario venezolano Hugo Chávez se ha referido a él como 'una amenaza'. Santos apoyó tácitamente desde El Tiempo el intento de golpe de 2002. Y si entrara en Ecuador, sería detenido. Hay una orden de arresto en su contra en relación al bombardeo del campamento de Raúl Reyes.