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La familia real brasileña defiende los nuevos ideales

Los príncipes sin trono en Brasil no sienten nostalgia del pasado imperial

BERNARDO GUTIÉRREZ

En el principio no era el verbo. Y mucho menos Dios. En el principio de Brasil (palmeras + esclavos + invasión católica) no era/había nada. Hasta que un día el principio era un rey (João VI de Portugal). Y el rey/dios se hizo carne y habitó entre ellos: João VI de Portugal que salió de Lisboa huyendo de Napoleón el 29 de noviembre de 1807. El principio/rey que en marzo de 1808 se instaló en Río de Janeiro (un pueblo abandonado) con 15.000 cortesanos.

Y el principio/rey transformó un país inexistente (Brasil) en imperio. Cuando la familia real portuguesa, la Casa de Bragança, echó el ancla en Brasil, João VI no podía ni sospechar que declararía Río de Janeiro capital del Imperio, que Portugal pasaría a ser casi una provincia y que su hijo Pedro I gritaría sorprendentemente el contundente “independencia o muerte” justo cuando él regresó a Portugal en 1822.

Y mucho menos que su descendiente, la princesa Isabel Leopoldina, propiciaría la abolición de la esclavitud en 1888 y por inercia la República (15 de noviembre de 1889).

João VI de Portugal ni se atrevería a pensar –ya puestos a especular bíblicamente– que doscientos años después el verbo/rey inicial todavía habitaría entre ellos. Ni en su peor pesadilla habría imaginado a la mayoría de los miembros la Casa Imperial Brasileña –príncipes sin trono– casados con plebeyos y defendiendo los ideales republicanos.

Familia cervecera

Ni verbo ni Dios ni rey. En el principio, por lo menos en el de Francisco de Orleáns y Bragança, era la cerveza. Francisco, bisnieto de la princesa Isabel que abolió la esclavitud, se emociona cuando oye la palabra cerveza. Habla de raíces familiares empapadas en cebada. “Mi abuela creció en una familia cervecera de Checoslovaquia. Para mí es un negocio y una pasión”, asegura Francisco.

Su fábrica Cidade Imperial, que fundó hace 10 años, va viento en popa: produce 60.000 litros por mes. Elegante-de-toque-informal, fino/irónico de verbo liberal, Francisco nos recibe en A Tribuna, un periódico de su propiedad, en la ciudad de Petrópolis, conocida como la ciudad imperial, por ser la sede del palacio de verano de la familia real portuguesa. Francisco –51 años, economista, tatuaje de la rosa de los vientos en el brazo– es el prototipo de príncipe republicano. Sin trono. Y orgulloso de ello.

Reconoce, eso sí, el carácter abierto e innovador de João VI y Pedro I, primer emperador de Brasil: “Trajeron el desarrollo, el conocimiento. Por no hablar de la princesa Isabel que derrumbó la esclavitud. Fue la dinastía más revolucionaria del mundo”. Pero cuando a Francisco se le pregunta por la monarquía, lo tiene claro: “Yo soy republicano. La monarquía en Brasil no funcionaría”.

De hecho, el príncipe-sin-trono-pero-con-cervecería-y-periódico, pertenece al Ramo de Petrópolis, como son conocidos los descendientes de Pedro de Alcântara de Orleáns y Bragança (1875–1940). Un ramo progresista y republicano.

Pedro renunció a los derechos dinásticos en 1908 para casarse con la checa Isabel de Dobrzenicz. Y abrió el camino de la saga de los príncipes sin trono: bodas con plebeyos. Antes, sólo endogamia real, como la unión de la princesa Isabel de Bragança y de Gastão de Orléans, que generó la casa de Bragança y la Casa Orléans de Francia.

Aperturistas

El ramo de Petrópolis encarna los valores más aperturistas dentro de las familias reales mundiales. João Henrique Orléans y Bragança, entre otros negocios, tiene una destilería de cachaça (aguardiente de caña) y una marca reconocida, Maré alta.

Joãzinho, como se le conoce, es un abanderado del ecologismo y de la lucha contra el síndrome de Down (su hija María Christina es portadora). Y fue incluso censurado recientemente por la revista New Yorker (según sus propias palabras) por sus contundentes opiniones contra George Bush.

Otro ejemplo díscolo/real es Cristina Maria de Orléans e Bragança, que promueve subastas abiertas en su Antiquário da Princesa de Petrópolis. “Creo que somos republicanos porque hay que adaptarse a la realidad. Además, somos respetados porque somos una família trabajadora”, asegura a Público Pedro Carlos de Orléans e Bragança, primogénito del ramo de Petrópolis.

Pedro –propietario de la Compañía Inmobiliaria de Petrópolis– afirma que no sólo trabaja mucho sino que el apellido hace que la sociedad le exija más. “Ya fui consultor, trabajé para el sector público. Tienes que demostrar que eres competente y que nadie te regala nada por ser descendiente de emperadores”, explica Pedro de Bragança.

El punto de inflexión (aterrizaje forzoso para los nostálgicos monárquicos) tuvo lugar el 7 de septiembre de 1993, cuando Brasil votó por dos modelos políticos: república o monarquia constitucional.

Impulsado por el diputado Antonio Cunha Bueno y por el Movimiento Parlamentario Monárquico, el plebiscito resucitó el sueño monárquico de un pequeno sector de la sociedad. Pero el resultado fue contundente: apenas um 7,5% (6.840.551 brasileños) votó a favor de la monarquía.

“Hubo presiones y boicot general. No pudimos hacer una campaña decente. Seguimos creyendo que la Monarquía puede ejercer un papel de moderador en la sociedad”, asegura a Público Antônio João de Orleáns e Bragança, del conservador ramo de Vassouras.

La diferencia con el aperturista ramo de Petrópolis es patente. “Si hoy se repitiese el plebiscito, nuestra postura sería la misma, la republicana”, afirma Pedro de Orleáns y Brangança.

Hay que trabajar

Después de la renuncia de Pedro de Alcântara en 1908, los derechos dinásticos pasaron a Luis Maria Filipe, del ramo de Vassouras. Un ramo, que encabezado por el heredero Luís Gastão de Orléans e Bragança, detenta el trono sin reino de la Casa Imperial Brasileña (todavía no abolido por ley). Sin embargo, Antonio João de Orleáns –ingeniero y acuarelista– tiene claro que hasta los príncipes tienen que trabajar. “Tenemos que sobrevivir, sin duda”, matiza António João.

¿Y podría aplicarse el modelo de referéndum a países como España? ¿Cómo deben adaptarse a la realidad las monarquías europeas? En la respuesta de los príncipes sin trono prima la cautela. Francisco y Pedro (cuya madre, Maria da Esperança de Borbón es tía directa del monarca español Juan Carlos) reconocen “el papel jugado por la monarquía española”. Pedro, sin embargo, recuerda un episodio de la historia absolutamente metafórico: “Cuando la princesa Isabel tuvo que exiliarse días después de la proclamación de la República, escribió una carta. Ella dijo que quería volver a Brasil, rigiese el régimen que rigiese. Que respetaba la democracia”.

Si en el principio era el verbo/rey, en el final (ellos sugieren) aparece la democracia plena. ¿República o muerte?

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