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"Mueren matando y no podemos hacerles frente"

Fuerzas especiales afganas y de la OTAN ponen fin a 20 horas de asedio talibán en Kabul

ANTONIO PAMPLIEGA

Fawad, de las Fuerzas Especiales afganas, está parapetado a escasos 30 metros de la enorme carcasa de hormigón envuelta en sombras, que disipan lentamente las primeras luces de la mañana. 'Llevamos toda la noche combatiendo. Calculamos que quedan cuatro o cinco talibanes dentro del edificio. Varios comandos nuestros han conseguido tomar las primeras plantas, luchando piso por piso hasta arrinconarlos en las superiores', explica a Público.

'No es fácil reducirlos. Están preparados para inmolarse. Mueren matando y contra eso no podemos enfrentarnos. Cuando tomaron el edificio sabían que no iban a salir de allí con vida. Por eso es complicado luchar contra ellos', explica el capitán Sakarbir, quien nos invitó a acompañar a sus soldados durante la lucha, que tiene lugar cerca de la Embajada de EEUU en Kabul.

«Sabían que no iban a salir de allí con vida», explica un capitán afgano

Las explosiones continúan retumbando en Chari Abdul Haq, mientras las ametralladoras afganas escupen ira y fuego contra el edificio erosionando la armadura de cemento. 'Ya no tienen granadas antitanque, sólo les quedan de mano', asegura otro soldado afgano, que otea con su mirilla telescópica los pisos superiores. A su lado, dos soldados atrincherados en lo que queda de un muro apuntan con una ametralladora al mastodonte que da cobijo a los insurgentes. '¡Aquí llegan los Black Hawk!', dice uno de ellos mientras el ensordecedor ruido del helicóptero engulle sus palabras.

Los helicópteros norteamericanos dan un par de vueltas alrededor del perímetro al tiempo que los insurgentes, atrincherados en el interior, disparan. Pero las aeronaves no tardan en responder escupiendo muerte a discreción.

Las Fuerzas Especiales aprovechan la cobertura para avanzar posiciones y sitiar, aún más si cabe, el bloque de hormigón. 'Vamos, vamos', nos apremian los soldados afganos entre cascotes y socavones. Las explosiones no tardan en volver a escucharse, seguidas de la atronadora respuesta de los soldados que están repartidos a lo largo del perímetro. '¡Munición! ¡Munición!', grita un afgano.

Una terrible explosión sacude las dos últimas plantas del edificio, donde una débil nube de humo comienza a manar del interior. Son las ocho de la mañana, llevan 19 horas de combates y el silencio se apodera de la calle.

Los afganos siguen apuntando a las plantas superiores mientras los helicópteros se baten en retirada. Silencio. Calma. Las Fuerzas Especiales corren agachadas, usando los muros como protección por temor a francotiradores. Una densa película de sudor cubre sus rostros ojerosos; llevan toda la noche luchando sin tregua.

Nos situamos detrás de un par de coches que han quedado abandonados durante los primeros compases de los combates. Nos separa sólo una calle del edificio, cinco escasos metros. La carretera está desierta. Al lado de la rotonda de Chari Abdul Haq, un taxi abandonado a toda prisa por sus ocupantes. En el otro extremo, un camioncillo con varias cabezas de ganado. Son, además de nosotros, la única presencia humana.

'Se acabó. Mis chicos están dentro del edificio y han llegado hasta arriba. Vencimos', dice el sargento Yalanda. 'Había dos suicidas en el últimos piso, pero el helicóptero de ISAF se ha encargado de ellos', sentencia el capitán Sakarbir.

Un grupo de soldados se asoma al balcón del último piso y saluda con la mano. Un centenar de curiosos que miraba con expectación el intercambio de disparos rompe en una sonora ovación. 'Esto es una broma. Hace 20 años, contra los rusos Eso sí que era una guerra de verdad. Ahora los talibanes disparan y se esconden. Así no se lucha, hay que dar la cara como hombres', afirma ShahWali, un antiguo muyahidín reconvertido en vendedor de fruta que contempla las caras sonrientes de sus compatriotas por el final de la batalla.

El suelo cruje bajo nuestros pies. Seguimos el sendero que marcan los casquillos de bala. El silencio embarga al monstruo de hormigón. Las paredes cuentan una historia de dolor y muerte. Piso por piso, los signos de los combates se incrementan. Agujeros de bala, alfombras de casquillos y sangre tiñendo las paredes.

Soldados de las Fuerzas Especiales de EEUU y Francia se mueven ágiles por el interior de las habitaciones. Ellos, junto con los afganos, han llevado el peso de las operaciones contra los insurgentes, que podrían pertenecer a la red Haqqani, según el embajador de EEUU. Tras 20 horas de combates, han conseguido dar muerte a los últimos cinco talibanes, lo que sumaría una decena de terroristas fallecidos. Pero también perdieron la vida 11 civiles entre ellos, varios niños y cinco policías.

En el suelo languidecen los insurgentes que han conseguido resistir la última embestida. Algunos están desfigurados o destrozados por la voracidad de las ametralladoras de los Black Hawk, encargados de dar la última estocada mortal a los combates y devolver la calma a la capital. Un puñado de insurgentes ha sido capaz de sembrar el terror durante 20 horas sin que nadie fuese capaz de ponerles a raya.

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