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La cara amable que engañó a las víctimas

Astiz delató, entre otros, a grupos como el de Madres de Plaza de Mayo

A. DELICADO

Del mismo modo que la Escuela Mecánica Superior de la Armada (ESMA) se convirtió como centro de torturas en un emblema del régimen de terror que impuso la dictadura argentina (1976-1983), el excapitán de Marina Alfredo Astiz, de 59 años, fue a su vez uno de los iconos más representativos de la represión de aquella época. Nunca llegó a mostrarse arrepentido. Días antes del fallo judicial que este miércoles lo condenó a cadena perpetua, declaró ser un perseguido político, se dirigió desafiante al tribunal con un ejemplar de la Constitución en la mano, y lanzó un provocativo: 'Es para que se lo haga llegar al presidente de la Corte'.

El Ángel de la Muerte, sobrenombre de Astiz, siempre se jactó de los crímenes que perpetró. 'Yo soy milico de alma' le dijo en 1998 a la periodista Gabriela Cerutti. 'Así como digo que están locos los que dicen [que hubo] 30.000 [desapa-recidos], también deliran los que dicen que están en México. Los limpiaron a todos, no había otro remedio'.

Astiz no fue uno de los altos cargos del régimen militar durante la dictadura, pero se aseguró la fama por la impasibilidad con la que traicionaba a grupos de activistas de derechos humanos, en los que se pudo infiltrar con el pretexto falso de que buscaba a un hermano desaparecido.

De pelo rubio y ojos celestes, aquel ángel se encargó de delatar, entre otros, a las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo y a dos monjas francesas para que fueran secuestradas por los grupos de tareas encargados del exterminio de sus víctimas.

Este oficial de inteligencia, orgulloso de formar parte del mayor centro de detención que existió en Argentina, interpreta ahora su sentencia como fruto de una revancha. 'Cumplí mi trabajo. Además, estaba de acuerdo'.

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