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La encrucijada egipcia

Un año después de la caída de Mubarak, la impunidad de policías y militares reaviva las revueltas populares

MARC ALMODÓVAR

Los militares egipcios están en una encrucijada. A poco de que se cumpla un año de su toma de poder, su legitimidad está bajo mínimos. Ibrahim Eissa, editor del periódico Tahrir, uno de los más duros con el régimen militar, acusaba recientemente en su columna diaria que 'la falta de cultura y de práctica política de los militares ha impedido que estuvieran a la altura de estos graves e importantes acontecimientos y eso nos ha llevado, en un año, a esta impresionante caída y deterioro de la vida política'. Eissa los acusaba de lentitud, de inoperancia y de dar respuestas equivocadas y tardías a demandas no planteadas.

A pesar de que el ensordecedor ruido de las críticas al poder militar en las calles ha forzado a tibias condenas de los Hermanos Musulmanes, estos no parecen estar aún por la labor de presentar una confrontación directa con los militares. El pasado jueves, el presidente islamista del nuevo parlamento, Saad Katatni, ni siquiera leyó las propuestas escritas de diversos parlamentarios que pedían una condena expresa del Congreso a la Junta Militar. Parece que el miedo a una repetición del escenario argelino, en el que un golpe militar les devuelva a la oscura oposición, está pesando en las filas de los Hermanos.

Los Hermanos Musulmanes evitan la confrontación con las Fuerzas Armadas

De sus medios salieron las primeras informaciones que relacionaban la masacre de Port Said con gente cercana a Gamal Mubarak, hijo del dictador depuesto, en un intento de relajar la tensión acumulada alrededor del Consejo Superior de las Fuerzas Armadas del mariscal Tantawi. Su vocabulario se parece cada vez más al del depuesto Partido Democrático Nacional de Mubarak y sus medios no paran de denunciar, como hacen los medios del régimen desde los tiempos del rais, el 'caos' que provocan las protestas.

Un columnista del panfleto oficial del partido Justicia y Libertad, M. Gamal Arafa, incluso se atrevía a plantear, sin atisbo de crítica al Gobierno, que nada podía hacer más feliz a Israel que el actual escenario, reavivando la teoría militar del complot internacional para derrumbar el país.

La juventudes de la revolución llaman a la desobediencia civil en el aniversario

Pero la táctica islamista podría salirles cara a la larga. Ya nadie apoya a los militares, excepto ellos. Parece claro que 'la brillante imagen que el pueblo tenía del Consejo Militar ha cambiado por completo para teñirse de negro en un año', afirma Eissa en su artículo. Y eso obligará a todos a mover ficha tarde o temprano.

Las juventudes de la revolución han llamado a la desobediencia civil para celebrar el primer aniversario del derrocamiento de Hosni Mubarak, el 11 de febrero. Una convocatoria que pretenden mantener hasta la caída total del régimen militar. Una llamada que secunda la propuesta de huelga general de la Unión de Sindicatos Libres, a la que se unieron con entusiasmo las organizaciones estudiantiles universitarias. 'Probablemente no habrá una huelga general, porque no hay ninguna organización política con esa fuerza de convocatoria a día de hoy, pero será un nuevo paso, importante, que esperemos dé coraje al resto del país a sumarse para hacer caer a los militares', apunta el activista Hossam el Hamalawy.

Pero la actual encrucijada que vive Egipto tiene otros responsables más directos y un problema aún no resuelto de esta transición, cada vez más dura. La crudeza de la masacre de Port Said, que se sucede a anteriores episodios de los que el Ministerio del Interior ha sido siempre acusado de complicidad (cuando no pro-actividad), ha forzado a que se hable con seriedad política, por primera vez, de la necesidad de abordar la reforma policial, una de las principales demandas de la revolución. 'De hecho toda la revolución se hizo por ese motivo, por la corrupción y represión de la Policía', apunta Hamalawy. De momento, sin embargo, sólo se ha encontrado con cambios de nombre en las instituciones, traslados de una provincia a otra de los principales responsables y, a día de hoy, ni una sola condena por la muerte de manifestantes en enero.

Del centenar largo de policías encausados, la mayoría sigue en activo, algunos incluso han sido promocionados mientras otros han recibido incomprensibles indultos que han alimentado la rabia entre los desconsolados familiares de los mártires. Ni la condena de mínimos a los policías asesinos del joven Khaled Said, a quien se aplicó homicidio involuntario, parece haber hecho justicia a ojos de las víctimas.

Sameh Ashour, abogado y primer adjunto del consejo consultivo creado en diciembre por el poder militar, levantaba ayer el lema de 'depuración policial o el caos' como única solución a unos enfrentamientos que se ven enquistados. Su petición, que es calcada a la de grupos de derechos humanos, parlamentarios y formaciones políticas, plantea sacar del aparato los remanentes del antiguo régimen y construir un nuevo sistema basado en los derechos humanos.

Pero una cosa son las palabras y otra la realidad de un tema especialmente escabroso. Particularmente para el Ejército, que a día de hoy no parece dispuesto a aceptar esta purga. La pregunta es si los Hermanos Musulmanes, en ese acuerdo secreto con los militares, están dispuestos a dejarla pasar. Porque si eso sucede, y la Policía sigue impune, el retorno de los cruentos enfrentamientos en la calle será inevitable.

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