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Si pudiera, el mundo de Obama votaría en contra de Romney

Aunque muchos crean que la personalidad del inquilino de la Casa Blanca poco afecta a la política exterior de EEUU, lo cierto es que si Romney se acaba sentando en el Despacho Oval, muchas cosas cambiarán en el panorama internacional

LUIS MATÍAS LÓPEZ

De hacer caso a lo que afirmaron en el debate televisado sobre política exterior, Obama y Romney tendrían una visión muy parecida del mundo y de lo que podrían hacer desde la Casa Blanca para modelarlo de forma que se ajuste a los intereses estadounidenses. Nada más lejos de la realidad, porque el candidato republicano, en contra de muchas de sus palabras anteriores y de algunos hechos, no es esa paloma que pronunció doce veces las palabras 'paz' o 'pacífico'.

Consciente de que debía dar una imagen de estadista, moderada y centrista, Romney apostó por la negociación y las sanciones económicas para frenar el programa nuclear iraní, reconoció que China no tiene por qué ser un adversario y se puede cooperar con ella, señaló que fue mal interpretado cuando dijo que Rusia es el 'principal enemigo geopolítico de Estados Unidos' (lo es Irán, precisó) y felicitó a su rival por liquidar a Bin Laden. Su única crítica directa fue que, según él, la influencia norteamericana en el mundo se ha reducido por el fracaso de Obama en el manejo de la economía. Un guiño a que es esto lo que interesa a los electores, y lo que puede hacerle ganar el próximo martes.

Desde hace décadas, una corriente de opinión sostiene que el presidente es un títere de los poderes fácticos --grandes corporaciones, complejo militar-industrial, etc.-- que determinan su acción exterior tanto o más que las limitaciones por el equilibrio de poderes con un Congreso que, como ahora mismo, puede dominar el partido rival. O sea, que daría lo mismo que ganase Obama o Romney.

Hay ejemplos que sostienen esta teoría, pero también los hay de lo contrario. Cuesta creer que la guerra de Vietnam hubiese evolucionado como lo hizo con Nixon de haber éste perdido en 1972 la elección contra George McGovern, fallecido el pasado 21 de octubre; o que la respuesta a los atentados del 11-S hubiese sido idéntica, con las secuelas de Irak y Afganistán, si en 2000 el Tribunal Supremo no le hubiese robado la victoria a Al Gore.

Como presidente, Romney dificultaría las exportaciones y la recuperación de los países europeos

Hay más motivos de esperanza con Obama que con Romney. Si votase el resto del mundo, este último sufriría una derrota estrepitosa, sobre todo en Europa, a pesar de que el actual inquilino de la Casa Blanca ha profundizado en el viraje desde el desfallecido Viejo Continente hasta el eje Asia-Pacífico, con China como foco de preferente interés. Con todo, el aún presidente ha tenido gestos que apuntan a que considera que la quiebra de la UE sería una mala noticia para su país que se esfuerza en evitar, desde el convencimiento de que las recetas que se aplican por imposición alemana no frenan la marcha hacia el abismo. En cambio, Romney muestra un claro desinterés por Europa, a la que si acaso ve como un socio comercial en decadencia, y como presidente abogaría por profundizar en los recortes y favorecer un dólar débil que dificultaría las exportaciones y la recuperación europeas.

La operación para derribar a Gadafi (por discutible que fuera su pertinencia) reflejó que Obama se inclina por un esquema de intervención exterior que reduce el protagonismo de su espectacular maquinaria bélica. Un liderazgo desde atrás cuya prueba de fuego fue Libia, donde la iniciativa y la mayor parte de los laureles quedaron en manos europeas (sobre todo francesas), mientras EEUU prestaba un decisivo apoyo logístico. El mismo modelo podría aplicarse en el norte de Mali para rescatarlo del control de los rebeldes islamistas.

Coincidencia con el relevo político en la cúpula de la emergente China

La Presidencia se juega cuando EEUU lucha por mantener su supremacía frente a la emergencia de China, y coincide con el momento en que el PCCh celebra (esta misma semana) su crucial XVIII Congreso que debe relevar a casi toda la cúpula política de la nueva superpotencia planetaria. El país más poblado del mundo es ya la segunda potencia económica, un mercado gigantesco, un temible competidor comercial y un rival estratégico. Eso explica la conversión de la región Asia-Pacífico en prioridad máxima, el incremento de la presencia militar en la zona y el fortalecimiento de la alianza con Japón y Taiwán, que Pekín no deja de reclamar.

La principal diferencia entre los candidatos es que Romney, consciente de que la frustración porque China roba empleos a sus compatriotas vale su peso en votos, se muestra más beligerante que Obama. Antes de su giro moderado en el debate, el aspirante republicano había prometido que lo primero que haría como presidente sería denunciar a Pekín por manipular la cotización de su moneda, lo que podría provocar una guerra, comercial en principio, pero con posibles consecuencias de otro tipo. Otra cosa es lo que haga a la hora de la verdad.

En cuanto a Obama, lo más probable es que siga actuando con cautela, sin exacerbar diferencias, aun a costa de cerrar a los ojos a las violaciones de los derechos humanos, consecuencia del contraste entre la progresiva libertad económica y el control férreo del poder político por el Partido Comunista de China.

Rusia sigue siendo, para ambos candidatos, un país con el que hay que entenderse aunque disguste su líder

Que China gana importancia y Rusia la pierde se pone de manifiesto en el hecho de que las críticas al régimen de Vladímir Putin por su parodia de democracia son más acerbas que en el caso chino. Sin embargo, Romney se dio cuenta de que se pasó tres pueblos al definir a Rusia como el 'principal enemigo geopolítico'. Luego rectificó, pero ahí quedó eso, más como muestra de ignorancia que de ideología. Pasada la guerra fría, y superada la caótica crisis de los 90, Rusia no es ni el gran enemigo ni un maldito embrollo, pero sí un país poderoso, influyente en gran parte de la antigua URSS, con miles de armas nucleares y fabulosas reservas de petróleo y gas. Un país con el que hay que entenderse, aunque disguste su líder.

La región clave en la que las diferencias son quizá más patentes es Oriente Próximo, aunque excepto en la retirada de Irak (sin dejar atrás un país en paz) y en el apoyo a la Primavera Árabe, Obama no tiene de qué felicitarse. En política exterior, es tan selectivo que se permite defender con una mano la democracia en Egipto y respaldar con la otra la dictadura saudí.

Su mayor fracaso, pese a centrar en 2008 su principal promesa electoral de diplomacia internacional, ha sido el estancamiento y el frenazo a toda esperanza de paz a corto o medio plazo en el conflicto palestino-israelí. Ha sido total el desencuentro con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que ha hecho caso omiso a sus presiones, nunca respaldadas con hechos. Obama ha elevado a niveles récord la ayuda militar al Estado hebreo, pese a la ruptura del diálogo entre las partes, los asesinatos selectivos, los bombardeos indiscriminados en Gaza y la continuación de la política de asentamientos en Jerusalén y Cisjordania.

¿Por qué confiar en que haría algo positivo en su segundo mandato? Por eso, porque, ya sin posibilidad de reelección, no tendría por qué preocuparse tanto del peso abrumador de la élite política, económica e intelectual judía. Y porque sabe que su lugar en la historia, que obsesiona a todos los presidentes, quedaría tocado del ala si no hace un intento serio (como Clinton) para resolver la madre de todos los conflictos.

Romney tiene como escudero al multimillonario sionista Adelson del proyecto Eurovegas

¿Y por qué desconfiar de Romney? Porque, en una elección tan ajustada como ésta, el apoyo obtenido de Israel y del lobby judío puede darle la Presidencia. Y porque se puso a los pies de Netanyahu en un viaje en el que tuvo como escudero al multimillonario Adelson, gran contribuyente a su campaña y excelente buscador de fondos, además de promotor del Eurovegas que traerá a Madrid unos miles de puestos de trabajo a cambio de un puñado de mega-casinos, con sus secuelas de prostitución y delincuencia.

Romney menosprecia a los palestinos, apoya de forma incondicional a Israel, no promete hacer nada sustancial para resolver el conflicto y no deja margen a la duda a Netanyahu de que no le dejaría solo si atacase Irán, pese a defender la vía negociadora en el debate. Las deudas hay que pagarlas. Obama, al menos, ha contenido de momento al halcón israelí y cabe suponer que, en un segundo mandato, hará todo lo posible para evitar que sea una guerra el precio a pagar para que Irán no se convierta en potencia nuclear. Que pase por alto la paradoja de que Israel tiene cerca de 200 bombas atómicas es lamentable, pero exigírselo sería pedir peras al olmo.

Aunque no se merezca su ridículo y prematuro Nobel de la Paz, y aunque le guste calzar la insignia de comandante en jefe, Obama no es un belicista, como demuestra su renuencia a una intervención directa en Siria; que intenta evitar un choque abierto con Irán; que ha completado la retirada de Irak;  que ha programado la de Afganistán para finales de 2014, y que, mientras tanto, en ese país y en las zonas tribales fronterizas del vecino Pakistán ha optado por una guerra invisible: la de los aviones sin piloto. Aunque estos asesinatos a distancia violen el territorio de un país en teoría aliado, aunque causes numerosas víctimas inocentes, y a pesar de que son condenables en términos morales y de derecho internacional, esa estrategia, que estrenó Bush, es más quirúrgica y menos indiscriminada que los bombardeos convencionales.

Respecto a Siria, ambos candidatos desean que caiga el régimen de Al Asad, pero desechan de momento una intervención militar directa que, de producirse, podría clonar el esquema de Libia. Romney parece más propicio a actuar al margen de la ONU y armar a través de Turquía y de Arabia Saudí a los rebeldes buenos. Los dos temen a los malos, es decir a los radicales islámicos apoyados por Irán que pretenden fundar un régimen a la imagen de la república de los ayatolás. La prudencia es la tónica compartida en un conflicto civil de evolución y consecuencias imprevisibles, pero que ya que cruza la frontera con Líbano.

¿Y África? Es como si no existiera. Ni sus dictaduras, ni sus catástrofes humanitarias, ni sus desastres naturales, ni su hambre. Sólo preocupa el peligro islamista, las consecuencias que pueda tener la Primavera Árabe o los viveros de terroristas en países como Malí.

¿Y América Latina? También ha estado casi ausente de la campaña. Incluso México, que ha sido tratado más como una referencia sobre la cuestión migratoria que como un importante socio comercial (el segundo de EEUU) con el que se debe mantener una relación privilegiada. Apenas se ha hablado tampoco de Brasil, la gran potencia económica emergente. O del peligro del eje Venezuela-Ecuador-Bolivia. O de Cuba, aunque sea clave en Florida. Ninguno de los candidatos ha marcado diferencias, así que nada permite suponer que el que gane este martes vaya a cambiar de rumbo.

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