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'Canciller' Romney

Si el candidato republicano se sienta tras la mesa del Despacho Oval, la política económica de austeridad de Merkel nos parecerá un chiste, porque sumará a ese 'ejemplar' modelo de destrucción del Estado de bie

CARLOS ENRIQUE BAYO

Si el candidato republicano gana hoy las presidenciales de EEUU, tendremos en la Casa Blanca a un auténtico canciller Romney.

Porque el modelo económico que propugnan tanto el ex gobernador de Massachusetts como los dirigentes de su partido que ocuparían puestos económicos clave en su Administración es un calco de la política de austeridad impuesta a Europa por la canciller alemana Angela Merkel, que los republicanos se han dedicado a alabar incesantemente durante los últimos cuatro años, proclamando que esa vía -y la de Cameron en Reino Unido- tiene que ser el 'modelo' a seguir por Estados Unidos. Es decir, exactamente lo opuesto del impulso gubernamental del crecimiento que ha aplicado decididamente Barack Obama desde que llegó a la Casa Blanca.

Para empezar, Romney ya se opuso rotundamente al paquete de estímulo económico que emprendió el presidente al asumir el poder, y no ha rectificado esa postura a pesar de que la propia Oficina de Presupuesto del Congreso ha calculado que logró crear no menos de 1,4 millones de empleos en el momento más grave de la recesión. El aspirante republicano incluso condenó duramente el rescate de la industria automovilística de Detroit cuando Obama prestó 60.000 millones de dólares a General Motors y Chrysler, en lo que en realidad era la continuación del plan de ayudas (en su caso, subsidios en vez de créditos) que ya había tenido que poner en marcha Bush ante el fracaso de sus recetas neoliberales.

A finales de 2009, Romney declaró fracasada esa política de estímulo -en contra de las conclusiones de los estudios y economistas independientes- y diagnosticó, sin argumentarlo, que las rebajas de impuestos son 'el doble de efectivas' que la inversión pública para espolear el crecimiento. 'Reducir el Gobierno y el número de funcionarios públicos es más sano para la economía', dictaminó a pesar de que en ese momento el desempleo había alcanzado un pico del 10%. Tres años más tarde, la política de Obama radicalmente contraria a esas tesis ha logrado que el paro caiga por debajo del 8%, pero el líder republicano sigue en sus trece.

El propio creador de reyes del partido conservador, el estratega Karl Rove cuyas campañas electorales llevaron a Bush al Despacho Oval, proclamó en 2010 que el entonces presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, tenía toda la razón al sostener: 'Es incorrecta la idea de que las medidas de austeridad pueden provocar un estancamiento'. A la vista de lo ocurrido después, con EEUU convertida en la economía que más rápido crece del mundo occidental (un 2% anual previsto por el FMI para este año y el próximo) y Europa sumida en la recesión, sería muy preocupante que la nueva Casa Blanca quisiera imitar esa política económica paralizante.

El ejemplo republicano de austeridad, Nueva Jersey, ha multiplicado el desempleo Más aún, también ha fracasado el mismísimo ejemplo estadounidense de austeridad, Nueva Jersey, establecido a partir del momento en que tomó posesión, en 2010, el gobernador Chris Christie, hoy agradecido de la ayuda frente al huracán Sandy que le ha proporcionado el Estado central fuerte que propugna Obama y que los republicanos pretenden capar. Ese año, Nueva Jersey estaba en el 35º lugar de EEUU en índice de desempleo. Ahora, tras un severo tratamiento de medidas de austeridad, está en el puesto 48º de los 50 estados. Y en cuanto a crecimiento económico, ha caído al 47º. Unos resultados nada ejemplares para unos presupuestos locales que, en 2011, el más alto cargo republicano en el Comité Presupuestario del Senado, Jeff Sessions, presentó como paradigma (junto a Reino Unido) de lo que había que hacer para todo EEUU. ¿Qué pasaría si Sessions obtuviese uno de los más altos cargos económicos de una posible Administración Romney?

Más peligroso aún sería que Romney cumpliese su promesa electoral de, 'en el primer día de mandato, declarar a China como un manipulador de divisas'. Sobre todo, eso es imposible, pues es potestad del Departamento del Tesoro y la ley no le permitiría nombrar a su responsable en su jornada inaugural como presidente. Una mentira más -y en su campaña son tantas que ya es difícil contabilizar­las-, que podría convertirse en ominoso despropósito si es verdad que, como ha aseverado: 'Tomaremos todas las acciones unilaterales a nuestro alcance para asegurarnos de que China cumple los acuerdos' de cambio de divisas. Amenaza que asusta hasta a las corporaciones empresariales estadounidenses, que temen más que a la peste una guerra comercial con el gigante asiático.

Entre las muchas barbaridades que Romney propone como presidente, destaca la de convertir la Hacienda de EEUU en un 'sistema fiscal territorial', eufemismo con el que pretende enmascarar que eximiría de impuestos todos los beneficios obtenidos en el extranjero por empresas nacionales. ¿Sorprende que las multinacionales de EEUU estén poniendo toda la carne (en dólares) en el asador para que el próximo presidente sea republicano? A él mismo tampoco le iría nada mal, ya que sigue negándose a aclarar qué parte de su fortuna está en paraísos fiscales.

Por cierto, en el capítulo fiscal, que pretende relajar para los más adinerados (ver artículo adjunto de Robert Reich), llegó a decir que le parecía 'justo' que él (tras declarar ingresos de 11 millones de euros durante el año pasado) esté pagando al fisco un gravamen muy inferior al que tiene que abonar cualquier asalariado que gane 39.000 euros anuales.

'No hay que detener el proceso de desahucios, sino dejar que llegue hasta el final', diceEn cuanto a la burbuja inmobiliaria (al fin y al cabo, la primera y origen de la crisis mundial se produjo en EEUU a causa de las subprimes), sus soluciones son de auténtico libre mercado, que consiste en no hacer nada: 'No hay que detener el proceso de desahucios, sino dejar que llegue hasta el final y toque fondo'. Más bien, mercado libérrimo e implacable, pero nadie parece darse cuenta en medio de una gran campaña mediática en la que sus spots televisivos proclaman: 'Cuando salga elegido, pondremos por fin en marcha el mercado inmobiliario'. No sabemos por qué ha de ocurrir eso, ya que a esa frase se limita todo su programa electoral de medidas en ese terreno.

Para qué hablar de las grandes entidades financieras internacionales, cuya temeridad bursátil generó la crisis mundial. Sus planes se limitan a 'revocar' las regulaciones que se aprobaron en 2010 (Ley Dodd-Frank) para intentar evitar que se repitieran locuras especulativas como las que hundieron Lehman Brothers y arrastraron a las bolsas al abismo. Su programa dice, literalmente, 'revocar y reemplazar', pero no define en absoluto ese reemplazo. No se trata más que de volver a dar carta blanca a los especuladores, ya que también pretende eliminar todos los controles federales sobre los emisores de tarjetas de crédito o los proveedores de internet, así como volver a hacer la vista gorda con los fondos de inversión de alto riesgo, por mucho que enmascare ese objetivo hablando de garantizar la 'transparencia' de los complejos derivados bursátiles.

En cuanto al medio ambiente, Romney es un negacionista encubierto: abriría a la explotación petrolífera todas las zonas protegidas de ambas costas de EEUU, y hasta el Refugio Nacional de la Naturaleza del Ártico, al tiempo que ampliaría las desgravaciones fiscales a las grandes compañías petroleras.

También repite la quimérica fórmula (que siempre ha fallado) de todos los neoconservadores desde Reagan: rebajar los impuestos a los empresarios (del 35% al 25%), debilitar los controles federales (del Estado), reforzar aún más el Ejército, suprimir programas sociales... y, por arte de birlibirloque, 'crear 12 millones de puestos de trabajo en cuatro años'. Más o menos lo que prometen, y luego incumplen, los candidatos neoliberales en todo el mundo.

Eso sí, anularía lo antes posible la reforma sanitaria de Obama (que trata de garantizar la asistencia médica universal) para imponer una reprivatización a ultranza de la Sanidad, hasta el punto de que fomentaría los seguros médicos con una elevadísima franquicia previa a pagar por el paciente antes de que los costes de la asistencia médica empiecen a ser sufragados por la aseguradora. Un copago elevado a la enésima potencia que, encima, recibe el nombre de 'plan altamente deducible'. Algo así como jugarse la salud a participaciones preferentes.

Y, por descontado, si Romney logra sentarse detrás de la mesa del Despacho Oval, procurará también imponer a los europeos las bondades de ese tratamiento de shock. Con él en la Casa Blanca, el Estado de bienestar será decididamente lobotomizado. Y lo de Merkel nos parecerá un chiste.

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