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La gran cortina de humo de las Azores

La cumbre hace cinco años cerró la «fase diplomática». Aznar no quiso ir a las Bermudas porque sonaba a pantalones cortos

ÍÑIGO SÁENZ DE UGARTE

 

Fue la mayor revuelta de parlamentarios laboristas -así la definió la prensa británica- sufrida por el Gobierno de Tony Blair. El 26 de febrero de 2003, 121 diputados de su propio partido votaron a favor de una moción que establecía que no había razones fundadas para ir a la guerra en Irak.

Blair salvó el escollo gracias al apoyo de los conservadores y a que insistió una y otra vez en que su gran objetivo no era la guerra, sino una segunda resolución del Consejo de Seguridad de la ONU con la que seguir presionando al régimen de Sadam Hussein.

Los problemas internos de Blair están en el origen de uno de los iconos de los preparativos de la guerra, la cumbre de las Azores de la que hoy se cumplen cinco años. Fue el momento definitivo en el que hasta los espectadores más ciegos se dieron cuenta de que la invasión era ya sólo cuestión de días.

George Bush, Tony Blair y José María Aznar -más el anfitrión accidental, el primer ministro portugués José Manuel Durão Barroso- interpretaron el guión de una obra cuyo principal objetivo era dar cobertura al socio británico. Todo lo que Bush y Blair hicieron allí podrían haberlo hecho desde Washington o Londres. La celebración de la cumbre, con todo el dramatismo de las grandes citas, concitó la atención de los medios de comunicación, pero las grandes decisiones ya estaban tomadas.

Las divisiones del Ejército y de los marines norteamericanos estaban a punto de cruzar la frontera iraquí y la CIA recababa información que hiciera posible un ataque directo con el que cortar 'la cabeza de la serpiente' y eliminar a Sadam.

La elección del lugar de la cumbre es otro de esos ejemplos que demuestran que la tragedia se ve acompañada muchas veces por la comedia. Hacerla en una ciudad de Estados Unidos o del Reino Unido exigía demasiados preparativos de seguridad para una reunión tan breve y podría haber atraído una imagen no deseada, la de miles de manifestantes contra la guerra.

La primera opción fue las islas Bermudas, pero se cambió a petición de Aznar, según su propia versión de los hechos. En su libro Retratos y perfiles, el ex presidente cuenta que se opuso en los términos más estrictos: 'Me contestaron que las islas Bermudas habían sido el escenario tradicional de algunas reuniones de líderes atlánticos, y yo dije que conocía y respetaba esa tradición, pero que en España el solo nombre de esas islas iba asociado a una prenda de vestir que no era precisamente la más adecuada para la gravedad del momento en que nos encontrábamos'.


La cumbre tuvo lugar, pues, en las islas Azores. El anuncio de Francia de que vetaría cualquier nueva resolución de las Naciones Unidas que plantease el uso de la fuerza fue usado por Bush como pretexto para dar por concluida la llamada 'fase diplomática'.

EEUU, el Reino Unido y España habían presentado el borrador de una segunda resolución que en la práctica ponía fin a la intervención de los inspectores de desarme de la ONU. Declaraba que Irak había incumplido los términos de la resolución anterior, la 1441, y por tanto declaraba que Sadam había desaprovechado la 'oportunidad definitiva' de llevar a cabo el desarme.

En realidad, como quedó claro después, ni Bush ni Blair tenían garantizados los nueve votos para que su propuesta hubiera obtenido una mayoría en el Consejo, con independencia de los vetos de los miembros permanentes. La mayoría de países, a excepción de España y Bulgaria, querían dar más tiempo a los inspectores de la ONU.

Las actas de la reunión del 22 de febrero que Bush y Aznar tuvieron en el rancho texano de Crawford dejan patente que todas esas negociaciones eran una pantalla de humo. 'La resolución estará hecha a la medida de lo que pueda ayudarte. Me da un poco lo mismo el contenido', le dijo Bush a Aznar, que le estaba pidiendo árnica para torear a la opinión pública española.

Pero lo que manda era el calendario del despliegue militar, y ése estaba casi hecho. 'En dos semanas, estaremos militarmente listos', anticipó satisfecho Bush a Aznar en Crawford. Dos semanas era mediados de marzo.

En las Azores, sólo quedaba ya bajar el telón de la etapa previa a la invasión. En la conferencia de prensa posterior a la reunión, Bush fue directo: 'Mañana es el momento de la verdad', advirtió. Cuando un periodista le preguntó si quería decir que al día siguiente quedaría cerrada ya 'la ventana diplomática', Bush dijo que sí e insistió: 'Mañana es el día en que se decidirá si la diplomacia puede o no funcionar'.

Blair no insistió ante la prensa en los esfuerzos por obtener una nueva resolución de la ONU. Repitió  que Sadam Hussein no había llevado a cabo el desarme exigido.

La cumbre de las Azores terminó siendo no tanto un ultimátum a Sadam Husein comoun aviso a la ONU, que fue calificada de 'irrelevante'. La segunda resolución nunca llegó a someterse a votación. 'No hemos venido a las Azores a hacer una declaración de guerra', dijo Aznar. Eso, precisamente eso, es lo que ocurrió.

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