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Arabia Saudí e Irán persiguen una hegemonía que no podrán conseguir

La crisis entre Arabia Saudí e Irán agrava aún más el teatro de operaciones de Oriente Próximo, donde ya están metidos todos los países de la región y todas las potencias mundiales con excepción de China. Con este fondo de tempestad, ni Irán ni Arabia Saudí están en condiciones de llegar muy lejos en sus aspiraciones hegemónicas

Seguidores de Nimr al-Nimr protestan en Basora (Irak) contra la ejecución del clérigo. REUTERS/Essam Al-Sudani

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

JERUSALÉN.- La crisis que estalló el sábado con la ejecución del jeque Nimr al Nimr y ha continuado con la ruptura de relaciones agrava el conflicto regional entre Arabia Saudí e Irán, aunque ninguno de los dos países podrá obtener la supremacía regional que persigue por la sencilla razón de que carecen de la fuerza suficiente para desplazar la hegemonía casi total de Estados Unidos e Israel.

Naturalmente, esta crisis pone en evidencia varias cosas, sobre todo la impaciencia del rey Salman, que accedió al trono el año pasado y que en unos pocos meses ha marcado una línea política muy agresiva tanto en el conflicto sirio como en el yemení, donde el envío de tropas saudíes representa un enorme y peligroso desafío que puede tener consecuencias imprevisibles para la monarquía.

Salman ha estrechado los vínculos con Israel especialmente en la cuestión iraní, donde sus intereses coinciden. El año pasado un alto responsable saudí escenificó este acercamiento en Estados Unidos al estrechar la mano, públicamente y con foto de por medio, con Dore Gold, uno de los más altos responsables del ministerio de Exteriores israelí.

Todo indica que la ruptura de relaciones con Teherán anunciada el domingo se ha producido sin consultar con Washington, y este es otro indicio de la libertad que Salman se toma para adoptar sus decisiones, máxime después del acuerdo que los americanos han firmado con Irán y que saca a este país de su aislamiento internacional, una decisión que Salman ni aprueba ni tolera.

Parece como si Salman quisiera imitar la política independiente de Israel con respecto a Washington ignorando que Arabia Saudí no es Israel. Ciertamente cuenta con mucho dinero en Estados Unidos pero no con la descomunal fuerza política del Estado judío.

Salman podía haber conmutado la pena de muerte de Al Nimr, tal y como le habían pedido repetidamente Teherán, o podía haberlo deportado, pero el hecho de no usar esta prerrogativa es otra muestra de la mordacidad y hasta ofuscación del monarca, a quien le gusta hacer las cosas tal como él las entiende.

Con toda seguridad esta ejecución no conducirá a un conflicto armado, pero sí que acrecentará la distancia entre las comunidades suní y chií en los países donde existen. Unos y otros se alinearán con iraníes y saudíes tal como han venido haciendo hasta ahora y la brecha entre las dos principales ramas del islam seguirá siendo infranqueable.

Y lo mismo ocurrirá en el interior de Arabia Saudí, donde existe una gran bolsa de chiíes, aproximadamente la tercera parte de la población del país, que vive al este de la península y que está discriminada de muchas maneras, y por supuesto, en primer lugar, está marginada y apartada del poder.

Al Nimri, de 55 años, nunca abogó por la lucha armada; al contrario defendía la necesidad de incorporar a los chiíes a la vida política saudí. Sin embargo, su discurso era muy hostil y agresivo hacia la Casa Saud y probablemente sus excesos verbales le han costado la vida.

Formado en Irán justo después de la revolución de 1979, Al Nimri supo captar el descontento de los jóvenes y convertirse en su líder. Los jóvenes estaban cansados del discurso contemporizador de los viejos jeques que no les llevaba a ninguna parte. Habrá que ver si el jeque ejecutado tiene algún seguidor que esté a su altura, aunque no hay ninguna duda de que la discriminación de los chiíes va a continuar puesto que la misma naturaleza del sistema wahabí impide la incorporación de elementos extraños.

Iraníes y saudíes continuarán defendiendo sus intereses en la región, que son unos intereses parroquiales en la medida que únicamente defienden a los adeptos religiosos de su cuerda. Esta es una situación que siempre se ha dado, pero que trágicamente se ha agudizado desde la caída de Saddam Hussein en 2003.

Los dos países se han cruzado acusaciones de “terrorismo”. Sin embargo, las acciones de Irán difícilmente pueden calificarse con esa palabra salvo en los casos de Hizbolá y Hamás, dos organizaciones, una chií y otra suní, que son consideradas terroristas por Israel, Estados Unidos y la Unión Europea, pero no por Rusia.

Es obvio que Europa considera terroristas a Hizbolá y Hamás a causa de la presión de Estados Unidos, y que Estados Unidos las considera terroristas a causa de la presión de Israel. El fondo de este problema es la ocupación israelí, una cuestión cuya resolución depende de Europa pero que Europa no está dispuesta a resolver.

Más peculiar es el caso de Arabia Saudí, cuyo sistema wahabí ha servido de pasto a verdaderos terroristas en el interior y el exterior del país, comenzando si se quiere por el 11 de septiembre, pero continuando con la resistencia suní en Irak y Siria, entre otros.

La carrera beligerante que ha emprendido Arabia Saudí y que se ha reforzado desde la entronización de Salman puede tener consecuencias no deseadas para la Casa Saud, especialmente si el rey no da un golpe de timón y cambia de rumbo cuando todavía está a tiempo.

Algunos expertos han indicado que la caída del precio del crudo en los últimos años ha representado un serio revés para la economía del país. Sin embargo, también se ha señalado que las reservas de divisas le bastan para seguir manteniendo la economía al ritmo actual durante ocho años.

Una buena prueba de la confianza que tiene en su propio poder es que Salman no ha hecho nada para recortar la producción de crudo con el fin de impulsar el precio, ni siquiera en el marco de la OPEP, ni siquiera viendo que la demanda de petróleo en China ha caído significativamente durante el año pasado. Esto es tal vez una muestra de la confianza en sí mismo, aunque también puede ser un indicio de temeridad que se sume a los otros indicios que Salman ya ha dado.

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