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Arteta, exguerrillero de las FARC: "La firma de la paz reforzará a la izquierda colombiana"

CORINA TULBURE

Yezid Arteta Dávila, excomandante de las FARC, confía en que las negociaciones con el Gobierno colombiano en La Habana (Cuba) lleven al fin del conflicto. Tras trece años en la guerrilla, diez de cárcel y libros y ocho de exilio, Arteta prosigue sin tregua su lucha por la paz y la justicia social en Colombia. De empuñar las armas -renunció a ellas- a blandir las palabras que le ayudaron a sobrevivir en la cárcel.

'En Colombia llueve casi todo el año y se mata durante todo el año'...

Escribí eso después de estar en los combates. Uno se da cuenta de que hay más naturaleza humana en el mono que cazas para comer que en uno mismo.

¿La deshumanización que traen las armas?

En la guerrilla hay una especie de doble vía: te humanizas y te deshumanizas a la vez. Te humanizas cuando vas a una zona campesina, llevas en tu mochila medicamentos, encuentras a una persona tirada y puedes echarle una mano y tratarla. O cuando te sientas en un rancho con los campesinos pobres a tomar un café y comer un plátano asado -no hay más que eso-, y compartes con ellos una conversación. Son actos sencillos de la vida misma que reafirman la humanidad o la solidaridad. Y te deshumanizas cuando disparas un arma. En un estado de guerra, la memoria no existe porque todo es violento. Se pasa de enterrar a un muerto al plan del día siguiente. Allí te das cuenta de que la guerra te deshumaniza, no hay tiempo para reflexionar. Hasta cierto punto todo se vuelve mecánico, no hay conciencia. Como en una organización donde cada individuo es una tuerca o un tornillo de un todo que busca un objetivo. Si se rompe una tuerca, se reemplaza.

¿Qué apoyo social tienen actualmente las FARC?

A fecha de hoy son una organización con una base primordialmente rural. La base social de las guerrillas está entre los campesinos y los cocaleros. También existe una pequeña base social urbana que se mueve entre los movimientos de izquierda y contestatarios y el mundo universitario. En las regiones donde nacieron y se desarrollaron las FARC, el campesinado no concibe un mundo sin ellas, porque han crecido con ellas. Dentro de la propia organización puedes encontrar gente que tiene hijos y nietos allí. De alguna manera han sido como la 'institucionalidad' de estas regiones. La guerra en Colombia casi siempre se ha librado en la periferia. Como es un conflicto de 50 años, existen varias generaciones que han sido permeabilizadas, para usar un tópico, por la historia de las FARC. En los años 90, se fueron acercando gradualmente hacia los centros urbanos. El Estado se dio cuenta de que podía colapsar y llegó entonces el Plan Colombia, 12.000 millones de dólares del Departamento del Tesoro de EEUU para engrandecer el aparato militar de Colombia y adquirir material bélico. Las fuerzas militares, incluyendo la policía que depende de las fuerzas armadas, se acercan a casi medio millón de hombres, el segundo aparato militar de América Latina, pero con un ejército de tierra más grande que el de Brasil. Tienen a unos 100.000 soldados profesionales en operaciones permanentes contra las FARC.

De la guerrilla a 3.650 días de soledad carcelaria contados en tu libro Relatos de un convicto rebelde...

Estuve preso de 1996 hasta 2006. En la cárcel renuncié a las armas, pero no a los ideales políticos que me hicieron subir al monte. Empecé a contar lo que la violencia había callado. En la celda de aislamiento, donde estuve cuatro años, no tenía prácticamente a nadie. Solo la compañía de los libros que me mandaban mis amigos. Desde la universidad, Albert Camus ha sido mi escritor de cabecera. Cuando llegué al penal de la Picota, encargué a un ladrón que recuperó la libertad las obras completas de Camus en dos tomos y, desde entonces, no me he desprendido de ellos. Es el autor que más me ha influido, por su ecuanimidad moral. No nadó con la corriente, no renunció a sus ideales.

¿En qué fase se encuentran las negociaciones de paz entre las FARC y el Gobierno colombiano en La Habana? ¿Es optimista?

Sí. El proceso avanza y la perspectiva es halagüeña porque las dos partes se han comprometido a solucionar el conflicto por esta vía. Con las FARC nunca fue posible llegar a una agenda común, y ahora existe esta agenda: desarrollo rural, reforma política, cultivos ilícitos, temas de víctimas y desarme y refrendación e implementación de los acuerdos. Luego están otras cuestiones: qué se va a hacer con las FARC, cómo se va a transformar el grupo y el tema de la justicia transicional. Hasta ahora han tenido lugar cinco o seis procesos de negociación con las FARC. Todos los gobiernos han intentado negociar y todos han fracasado. En este sentido, podemos decir que este proceso va por el buen camino. Pero no hay que olvidar que las negociaciones se desarrollan en La Habana y, ahora mismo, sobre el terreno, no existe un cese del fuego.

¿Qué cree que ha cambiado respecto a anteriores negociaciones, como las de Caguán, en los años 90?

En las conversaciones de Caguán, las FARC tenían un fuerte componente militar. Su posición era muy ambivalente, no existía una voluntad real de buscar un final a las negociaciones. El Gobierno tenía la misma postura: sus fuerzas estaban debilitadas y no tenía manera de contener a las FARC. Necesitaba coger un poco de aire, oxigenarse y enfrentar el desafío militar. Ningún bando estaba por la paz. Ahora existe un apoyo real a la paz. A las FARC les quedaban dos opciones: mantener una guerra que podía prolongarse eternamente o definir un viraje estratégico para negociar un acuerdo. El Estado hizo su propia reflexión: hemos adquirido material bélico como nunca antes en la historia de Colombia y hemos atacado la retaguardia profunda de las FARC, pero no hemos podido liquidarla; vamos también hacía una guerra eterna y nuestro proyecto económico va a ser interrumpido, por lo que no nos conviene mantener este estado de guerra latente; vamos a negociar con esta gente. Esta es la diferencia con las negociaciones anteriores. Hoy las dos partes están comprometidas en sacar adelante la negociación.

Entonces, la firma del acuerdo de paz es posible...

Es probable que antes de terminar el 2015 se llegue a un acuerdo final. Sin embargo, en Colombia hay otra organización guerrillera, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), que se ha ido recomponiendo y ha ido creciendo mientras el Estado concentraba su poderío militar contra las FARC. La paz es posible si el ELN entabla también un proceso de negociación por separado con el Gobierno. Pero los acuerdos sobre los temas finales deberán hacerse de manera conjunta. Mientras exista el ELN es imposible que las FARC y el Gobierno lleguen a implementar los acuerdos que pacten. En estos momentos, el Gobierno está sondeando al ELN e intenta acordar una agenda con el grupo.

¿Tiene el proceso de paz detractores?

La extrema derecha. Los sectores vinculados con los terratenientes, los que han tenido vínculos con el narcotráfico, sectores que han hecho parte de la guerra sucia o son propietarios de tierras obtenidas mediante la violencia y el desplazamiento. Se trata de sectores que tienen mucho que perder si se llega a un acuerdo de paz, porque hay temas como la verdad, la justicia y la reparación que los van a involucrar.

¿Qué pasará con los paramilitares? ¿Y con todo el arsenal militar empleado contra las FARC?

Las fuerzas militares deben hacer su propia transición y reconducir su papel a la defensa de la soberanía nacional, así como concentrar junto con los aparatos de policía toda su capacidad operativa contra los grupos paramilitares y otros grupos criminales que no sólo se vuelven una amenaza contra la implementación de los eventuales acuerdos de paz sino contra la misma ciudadanía.

Tras la firma del acuerdo, ¿habrá una reinserción de los miembros de las FARC en la política?

La implementación en Colombia de los acuerdos que se firmen en La Habana puede llevar más de una década. Se trata de construir y reconstruir un país que ha estado 50 años en guerra. Hacerlo es costoso. Hay que reinsertar en la política legal a los guerrilleros. Las FARC dejan las armas, pero no renuncian a su proyecto político. La firma de la paz con las FARC reforzará la izquierda colombiana. En eso han influido mucho los procesos de Venezuela, Bolivia o Ecuador, puesto que mostraron a las FARC que hay otras vías para conseguir cambios y redimir a los pueblos que reclaman la justicia social.

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