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Azman, el ingeniero del desierto

Es uno de los artífices de que los campamentos de refugiados saharauis en pleno desierto argelino tengan acceso a Internet. Fue responsable de telecomunicaciones durante la guerra, estudió en La Habana y tiene nacionalidad española.

El refugiado saharaui Azman Hamed. CARLOS CAZURRO

ALEJANDRO TORRÚS

DAJLA (Campamentos refugiados saharauis en Argelia).- Azman Hafad habla tranquilo. Soporta con una sonrisa las prisas de periodistas y fotógrafos. Alrededor de su despacho parece que si una crónica o una pieza de informativos no llega a su destino se acaba el mundo. Él sabe que no, que todo seguirá igual. Pero actúa como si lo creyese y, normalmente, termina solucionando cada incidencia. La paciencia, como en el resto del pueblo saharaui, es su mayor virtud. Habla tranquilo, fuma American Legend y prefiere el PC al Mac. “El apple es mejor, sí, pero yo prefiero el PC”, dice con su sonrisa permanente mientras vuelve a dar otra calada más a su cigarro, que ya roza el filtro.

La vida de Azman es un ejemplo de entrega a la causa saharaui. Tiene 56 años y desde que Marruecos ocupó el Sáhara Occidental no ha hecho otra cosa que luchar para recuperar su tierra, su vida y la soberanía de su pueblo. “Unos cumplen con la causa a través de las armas, vigilando las fronteras... Mis armas son las comunicaciones, las redes... Intento que todos tengan servicio a Internet y que, por ejemplo, cuando ustedes vienen aquí puedan enviar sus crónicas y que el mundo sepa lo que está ocurriendo con el pueblo saharaui”, narra Azman, desde el pequeño despacho que tiene en el campo de refugiados de Dajla.

Nació en El Aiún, en 1959, cuando aún era una colonia española. Recuerda aquellos años con cierta ensoñación. "Melancolía de viejo", dice. Estudió en un instituto llamado La Paz junto a estudiantes españoles y, por supuesto, saharauis. “Estábamos hermanados. Ahora añoramos muchísima esa relación y la vida que tuvimos durante aquellos años”, explica mientras recuerda el mar que baña su tierra, de la que permanece separado desde hace 40 años. Se trata de un paisaje casi antagónico al que ahora ocupa la población saharaui en pleno desierto argelino. “El Sáhara Occidental tiene 1.500 kilómetros de costa. Eso da para mucho. Y aquí... aquí no hay nada”, dice.

“Estábamos hermanados. Ahora añoramos esa relación y la vida que tuvimos durante aquellos años”, evoca recordando sus estudios junto a alumnos españoles

Su vida, como la de todos los saharauis, se torció cuando España no cumplió con sus obligaciones como potencia colonial administradora y abandonó el territorio a su suerte. Marruecos atacaba por el norte y Mauritania por el sur. Él tenía 17 años y no dudó en unirse al Frente Polisario, el movimiento de la liberación nacional saharaui. “Me incorporé a la guerra a principios del 76. No duré mucho. Un día vino un responsable del Polisario y se llevó a todos los menores de edad de la guerra. Me sacaron del combate”, recuerda.

Ese día marcó el resto de la vida de Azman. Casi tanto como la ocupación de Marruecos. Fue llevado a labores de logística y en 1978 fue enviado a Cuba para estudiar dos años de enseñanza superior y después cinco años de universidad. Allí se especializó en electrónica para en 1985 regresar a la guerra encargado de tareas de transmisiones y telecomunicaciones hasta 1991, cuando se firmó el alto al fuego entre Marruecos y el Frente Polisario.

Seis años de guerra en los que el Frente Polisario consiguió recuperar el 30% del territorio que había sido ocupado por Marruecos y arrebató a la ONU el compromiso de celebrar un referéndum de autodeterminación en el Sáhara Occidental. Ahí comenzaron 24 años de mentiras por parte de la comunidad internacional. 24 años que han demostrado que los intereses económicos de las principales potencias del mundo priman más que la legalidad internacional. Que los derechos humanos no son tan importantes cuando se trata de un pueblo empobrecido, expoliado y desterrado.

Instala la Radio Nacional

En 1991 Azman regresó a la vida civil. Y siguió sirviendo a su patria, a su causa, a su pueblo. Le llamaron para instalar la Radio Nacional. “Y aún funciona”, pronuncia orgulloso, mientras continúa con su relato: “Participé en la instalación de estudios de montaje, emisión y todas esas cosas. Después pasé al departamento de comunicaciones y ya sabes... Satélite, telefonía...”.

En todos estos años, Azman ha visto como las mejores tecnológicas, sobre todo Internet, han influido en el desarrollo de las nuevas generaciones y en el día a día de los saharauis y, por supuesto, en su causa. “Es nuestra única ventana al mundo. Es la única manera que tenemos para comunicarnos con los territorios ocupados del otro lado del muro y el mejor modo para que el mundo entero sepa qué está pasando aquí y al otro lado”, señala.

“Lo único que tenemos es el sueño de recuperar la soberanía. Tenemos que educar a nuestros hijos para que garanticen el proyecto por el que han muerto muchísimas personas. Y quizá mueran muchas más en el futuro”, afirma el ingeniero

Pero no todos son puntos positivos. Tanta tecnología hace dudar a Azman. Están instalando cables de alta tensión para llevar luz a los refugiados, pero tiene dudas. Además, pronto llegará internet. “Al ver estas instalaciones me da por pensar que no las quiero. Parece que eso significa que estaremos aquí para siempre”, reflexiona este hombre, que tiene la impresión de que “la comodidad alargará el exilio” de su pueblo.

Porque para un saharaui no hay nada más importante que su causa. Nada. Su causa es la razón de vivir. La vida en los campamentos es una especie de sala de espera con la diferencia de que no sonará en ningún altavoz la voz de una amable azafata que les indique que ya pueden pasar a la vida. No lo hará Marruecos. Parece que tampoco lo hará la ONU. Por ello, suenan tambores de guerra.

“Lo único que tenemos es el sueño de que un día recuperaremos la soberanía. Tenemos que educar a nuestros hijos para que garanticen el proyecto por el que han muerto muchísimas personas. Y quizá mueran muchas más en el futuro”, explica Azman, que tiene problemas para encontrar las palabras que definan qué sentiría si un hijo suyo decide abandonar los campamentos para irse a a vivir de forma permanente a, por ejemplo, España. “Los he educado para que lleven la bandera saharaui a la independencia. No sé. Algo se rompería. Cuando seamos independientes que se vaya a China si quiere. Mientras tanto, no lo entendería”, sentencia.

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