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Beslán defiende la memoria del horror

Víctimas del asalto militar a la escuela rusa secuestrada por chechenos acusan al Kremlin de destruir las pruebas que culpan al Ejército

VALERIA SACCONE

Nos prometieron que no tocarían nada, que la Escuela nº 1 quedaría tal cual. Y mira lo que están haciendo'. Ella Kesayeva, presidenta de La Voz de Beslán, una de las cuatro organizaciones que representan a las víctimas del secuestro del colegio de Osetia del Norte en 2004, señala indignada hacia la estructura que ahoga la escuela entre sus tentáculos de hormigón. 'Es espantosa y tiene una sola razón de ser: ocultar el horror de la masacre. Lo peor es que están derribando aquellas partes donde se apreciaba el rastro de los bombardeos de las fuerzas de asalto rusas. Para que no nos plantáramos encima de las excavadoras, lo han hecho poco a poco. Cuando nos dimos cuenta, era demasiado tarde', añade Kesayeva con tristeza.

Dos decenas de obreros se encargan de que las excavadoras y las grúas funcionen de sol a sol. Está atardeciendo y propone ir a su casa, a escasos cien metros de la escuela. Aquel 1 de septiembre de 2004, vio desde su patio cómo un comando terrorista checheno asaltaba la escuela y tomaba a 1.500 rehenes. Dentro estaba su hija Zarina. Se salvó, aunque acabó malherida. Su hermana no tuvo la misma suerte: perdió a sus dos hijos y a su marido.

'Maldito el día que las familias cobraron por sus hijos muertos... El dinero lo estropeó todo'

'En Beslán nos han mentido siempre. Nos engañan ahora con lo que están construyendo alrededor de la escuela. Quieren borrar la memoria de lo que se hizo, porque muchas personas murieron por los disparos del Ejército. Y nos engañaron entonces, cuando dijeron que sólo había 330 rehenes. Pero yo estuve allí por la mañana y sabía perfectamente lo que había dentro. Empecé a gritar desesperada delante de las cámaras de televisión: que nos ayuden, por favor', cuenta con voz apagada.

Ha repetido tantas veces su historia que ya no tiene energía para escenificar el drama. Desde aquel trágico secuestro que duró tres días y acabó con un asalto militar que costó la vida de 335 personas (365, según Kesayeva), la mitad niños, ha recorrido medio mundo para participar en conferencias, congresos, seminarios Todo para mantener viva la memoria de Beslán. '¿Y sabes qué? A día de hoy, ni siquiera tenemos una ley para las víctimas del terrorismo. Hemos pedido tanto a Putin como a Medvédev una ley como la española, que es muy completa, y nada de nada. Encima, las indemnizaciones que recibimos son miserables, y más si las comparas con las del Kursk [el submarino nuclear que se hundió en el mar de Barents en 2000]. Debe de ser que si no eres militar en Rusia, no cuentas nada', asevera con amargura.

Al día siguiente, durante la sesión fotográfica, un hombre pide que se le saque una foto al retrato de una niña. Son las nueve de la mañana y está completamente borracho. 'Hoy podría ser madre. Usted es periodista, a lo mejor me puede ayudar', dice antes de desaparecer entre el bosque de grúas. 'Es el señor Mamaev. Su historia es descorazonadora', explica Ella al cabo de un rato. 'Perteneció al grupo de voluntarios que salvó a varios niños. Llegó a tener a su hija herida en brazos. La dejó en un coche para que la llevaran al hospital y siguió salvando a otros niños. No volvió a verla, ni viva ni muerta. Desde entonces, ha perdido las ganas de vivir y bebe'.

'Siete años después, todavía pedimos una ley de víctimas del terrorismo como la española'

Hay una cara oscura y poco conocida de los atentados de Beslán: los cerca de 200 desaparecidos, cuyo rastro se esfumó tras las bombas y el fuego cruzado entre los terroristas y las fuerzas de asalto. Boris Ilyn es un uzbeco que perdió a su hija y a sus dos nietos. 'Fue una trágica casualidad. Yo estaba visitando a mi madre en Beslán y mi hija quiso venir desde Tashkent. No había vuelo de vuelta y le preguntó al director de la escuela si los niños podían acudir a la fiesta del 1 de septiembre. Nunca salieron de la escuela. Fue una maldición, los niños no tenían que estar allí y mi hija tampoco', cuenta con voz rota.

En la Ciudad de los Ángeles, donde está enterrada la mayoría de las víctimas, Boris enseña las tres tumbas y denuncia: 'El ataúd de mi nieta está vacío. Nunca nos entregaron el cuerpo. Para acallarnos, nos prometieron indemnizaciones millonarias que nunca vimos. Me hicieron firmar un papel en el que renunciaba a buscar los restos de mi nieta. Ahora me arrepiento. A veces me tortura la idea de que pueda estar viva, de que se la llevaron a algún lado', cuenta Boris.

'Todos los padres tenemos un fuerte sentimiento de culpa', revela Kesayeva. 'Mi hija, por ejemplo, aquel día no quería ir a la escuela, pero yo no le hice caso. Zarina ha sobrevivido, aunque tiene secuelas físicas y psicológicas importantes. Pero yo no dejo de echarme la culpa. ¿Por qué no permití que se quedara en casa?', se pregunta.

Tanto en la escuela como en el cementerio, pueden verse decenas de botellas de agua. Son las ofrendas de familiares y amigos, porque durante los tres días que duró el secuestro, los terroristas no permitieron a los niños comer ni beber.

Siete años después, Beslán, una ciudad de 36.000 habitantes situada en el Cáucaso Norte, no olvida. 'Maldito el día que mataron a los niños y más maldito aún el día que los padres cobraron por ello', asegura Murat, un taxista que tuvo la suerte de no perder a nadie en la Escuela nº 1. 'El dinero lo ha estropeado todo en esta ciudad. Hay familias que se han peleado, otros se lo han gastado en discotecas, alcohol y ropa de marca. La mayoría se ha comprado un coche. Ves unos cochazos por Beslán que alucinas. Y encima te miran por encima del hombro, porque ahora tienen dinero. A veces pienso que algunos incluso se alegran de haber perdido a un hijo. Es un asco, creételo. El dinero estropea todo lo que toca'.

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