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El CNT libio busca un Gobierno de unidad para cimentar la transición

Las nuevas autoridades tratan de conjurar el fantasma de una división que les restaría legitimidad ante su pueblo

TRINIDAD DEIROS

La nueva bandera libia, la misma que los thuwar (los revolucionarios) ondeaban con entusiasmo en las calles de Bengasi, fue izada el martes en el edificio de las Naciones Unidas en Nueva York, junto con las de los otros 193 Estados miembros. Reconocido por la comunidad internacional como representante legítimo del pueblo libio, el Consejo Nacional de Transición (CNT) ha dejado atrás el adjetivo de 'rebelde' para adquirir el contorno de un Gobierno interino que deberá pilotar una difícil transición. Los 22 ministros de este Ejecutivo de 'crisis', recordó el viernes Abdel Hafiz Ghoga, portavoz del CNT, se conocerán en 'unos días'.

Una vaga declaración que llega después de que el pasado domingo el CNT tuviera que posponer el anuncio de un Ejecutivo que debía ser de unidad nacional, pero que se vio truncado por la falta de consenso sobre las personalidades que debían ocupar las diferentes carteras, la mayoría unos grandes desconocidos para el pueblo libio.

El reconocimiento de este fracaso y el hecho de que el presidente del CNT, Mustafá Abdeljalil, tuviera que viajar a Nueva York para la reunión de la Asamblea General de la ONU sin la seguridad de un Ejecutivo con nombres y apellidos, no ha hecho sino atizar las cábalas sobre las rivalidades en el seno del CNT y la posibilidad de una fractura interna. El escenario de una ruptura compromete el capital de confianza del que goza el Consejo libio, que tiene ante sí la delicada tarea de afianzar su legitimidad ante su propia población, una vez que ha logrado derrocar a la dictadura.

'El caso libio es en muchos sentidos extremo', explica Haizam Amirah Fernández, investigador principal de Mediterráneo y Mundo Árabe del Real Instituto Elcano. 'Desde el principio, el CNT tuvo en común un objetivo: derrocar a Gadafi, pero sin tener una visión clara de futuro para el día que el dictador dejara de mandar', subraya este experto.

'En sí mismas, las tensiones dentro del CNT no tienen por qué ser negativas, siempre y cuando las distintas sensibilidades entiendan que las posturas maximalistas no llevarán a buen puerto el proceso de construir un Estado operativo. Un Estado que debe llevar a cabo dos tareas: responder a las necesidades de la población y, sobre todo, ser visto con legitimidad por el mayor número posible de libios', argumenta Amirah Fernández.

La tarea que tiene ante sí el CNT se antoja titánica. Libia carece del entramado que cimenta la existencia de un Estado. En los 42 años que ha durado la Yamahiriya, el despótico y personalista régimen de Gadafi basado en las erráticas teorías de su famoso Libro Verde, el dictador se dedicó a arrasar sistemáticamente la incipiente sociedad civil del país. Hasta ahora, en Libia, no había partidos políticos ni sindicatos, y las reuniones de más de 300 personas estaban absolutamente prohibidas. El espacio asociativo era un erial: sólo un número ínfimo de organizaciones vinculadas al régimen estaban autorizadas.

Para colmo, el 80% de los ingresos de Libia depende de una única fuente de riqueza: el petróleo, que sirvió al régimen para subvencionar la inmensa mayoría de los puestos de trabajo en el país y comprar voluntades. Ahora, con las infraestructuras petrolíferas seriamente dañadas, se tardará meses en poner de nuevo en pie la economía nacional.

En ese contexto en el que el CNT debe levantar un Estado prácticamente de la nada (con la dificultad añadida de un conflicto armado que sigue vivo en Beni Walid y Sirte), en las cancillerías occidentales preocupa la indefinición de la cuota de poder de los movimientos integristas en el Consejo de Transición. Una preocupación que expertos como el exyihadista libio Noman Benotman, analista de la Fundación antiterrorista británica Quilliam, consideran desproporcionada.

De acuerdo con un estudio de Benotman recogido por The Guardian, la escena política en Libia está dominada por cuatro grandes facciones. La integrista no es ni de lejos la que cuenta con más más poder. Una de las razones fundamentales es que la sociedad de este país magrebí es musulmana y profundamente conservadora sí, pero no radical. La mayoría de los libios practican una rama moderada del islam suní, la doctrina maliki.

Benotman cree que la corriente que define como 'nacionalista', la liderada por el presidente del CNT, Mustafá Abdeljalil, que fue ministro de Justicia con Gadafi, es la que marca ahora el paso y la que probablemente cuenta con mayor base social en el país.

A los nacionalistas siguen los liberales, partidarios de una 'democracia abierta' y más prooccidentales, pues muchos de ellos, como Mahmud Yibril, primer ministro libio, se han formado en Occidente. Este grupo despierta reticencias en los sectores más conservadores del CNT.

Por último, según Benotman, en el panorama político libio conviven la corriente islamista, en la que el sector yihadista es marginal, y los muy minoritarios y poco populares partidarios de una sociedad laica.

La cuestión que se plantea ahora es cuál es la capacidad de influencia de cada facción en el diseño de la futura Libia. El anuncio hecho en su primer discurso en Trípoli por Mustafá Abdeljalil de que la sharia será la fuente principal de Derecho (un anuncio que matizó después al asegurar que la interpretación del islam sería 'moderada'), desató las alarmas ante el miedo a que el CNT se vea forzado a hacer excesivas concesiones a los integristas.

Para Haizam Amirah Fernández, este miedo no está justificado. 'La sociedad libia es musulmana y conservadora y no debe sorprender la alusión a la sharia que, por otra parte, es fuente de inspiración de la legislación de otros países de la región. La sharia depende además de la interpretación local en un momento determinado. Tampoco hay que olvidar que las alusiones a la ley islámica sirven a los nuevos gobernantes libios como un instrumento de legitimación política'.

El CNT, que ahora se enfrenta a la tarea de distribuir los puestos del Ejecutivo de unidad sin que nadie se sienta excluido, tiene además que contar con otro elemento vertebrador del país: las tribus, cuyo número se eleva a 140, según el experto en Libia Ronald Bruce St John.

Hasta ahora, Abdeljalil, una figura que parece gozar de cierto consenso, ha sabido tratar con habilidad la cuestión tribal, como demuestra la gestión, a principios de agosto, del asesinato, nunca aclarado del todo, del general Abdel Fatah Yunes.

Cuando la tribu de Yunes, que comandaba las tropas opositoras, culpó a la dirección rebelde del crimen, el CNT calmó los ánimos nombrando para el puesto del militar asesinado al general Suleiman Mahmud, procedente del mismo grupo tribal.

Aunque no todo son problemas para el CNT. Como recalca Haizam Amirah Fernández, 'Libia tiene ciertas ventajas, por ejemplo, una población pequeña y el recurso del petróleo. Es un país que, en principio, no tendrá que reconstruirse desde la miseria'.

La ausencia de instituciones anteriores podría ser también 'una ventaja', recalca el experto, que pone de relieve la necesidad de que el Gobierno libio llegue a compromisos.

El diálogo y la búsqueda de consenso será, en su opinión, lo que permita organizar 'la fase de reconstrucción', antes de abrir el proceso que debería desembocar en la elección de una asamblea constituyente, en ocho meses, y en elecciones generales un año después.

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