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El eterno derrumbe de los supervivientes del Rana Plaza

Tres años después del siniestro en Bangladesh, donde murieron más de 1.130 trabajadores de la industria de la confección, la mayoría de los que sobrevivieron a la tragedia sigue necesitando ayuda psicosocial, la mitad sigue desempleada y de los que se han reinsertado en el mercado laboral pocos han regresado al sector textil debido al trauma.

Un familiar de uno de los fallecidos por el derrumbe, en el lugar donde se encontraba el edificio. - AFP

DACCA.- A sus 25 años, la joven Rasheda tiene toda una vida por delante, pero cuando piensa en su futuro se ve incapaz de volver a trabajar. Se siente débil, olvida cosas y le cuesta concentrarse en actividades. El 24 de abril de 2013, el complejo textil Rana Plaza se derrumbó en la localidad de Savar, en las afueras de Dacca. Ella trabajaba en un taller en la segunda planta de un complejo de nueve donde se producía para buena parte de las grandes firmas de ropa internacionales. Más de 1.130 personas fallecieron y unas 2.500 resultaron heridas como ella.

"El día anterior al accidente encontraron grietas en la pared. Nos dieron libre un turno y dijeron que empezáramos después de comer. Después, nos mandaron ir a casa y volver al día siguiente. Cuando entramos en el taller, muchos pensábamos que todavía había algún problema. Nos dijeron que no nos preocupáramos, que no nos encargarían trabajo esa jornada. Poco antes de las nueve de la mañana, de repente, nos ordenaron evacuar el edificio. La electricidad se marchó y encendieron el generador. Mientras estaba bajando las escaleras por el primer piso, todo se oscureció", relata. Un alud de hormigón cayó sobre ella. Recibió heridas en espalda, mano y cabeza.

Muerte y destrucción

"Nunca tuve ningún miedo a nada, pero después del derrumbe tengo miedo a todo en cualquier cosa que hago", dice una de las supervivientes del derrumbe

Cuando recuperó la respiración, Rasheda divisó un agujero y consiguió escapar por él hasta saltar a un edificio en construcción contiguo. Inconsciente como estaba, los vecinos la cubrieron con ropas, lavaron y curaron sus heridas. Tuerce la mirada mientras evoca los recuerdos. "La mayoría de mis compañeros fallecieron. También una chica que vivía en nuestro grupo de casas. Éramos como uña y carne. Ni siquiera han conseguido encontrar su cadáver", lamenta mientras recorre el solar donde se ubicaba el complejo de talleres textiles, junto al que aún hoy quedan algunos escombros entre la vegetación que ha crecido e incluso se puede encontrar alguna etiqueta.

Como muchos otros, Rasheda había abandonado su humilde aldea, en el norte de Bangladesh, en busca de una mejor vida ingresando en el ejército de más de ocho millones de manos de la industria textil del país asiático, el principal sector exportador. Con horas extras sumadas a su jornada, amasaba unos 5.000 takas al mes (unos 56 euros), cantidad "insuficiente para mantener a la familia".  "Nunca tuve ningún miedo a nada, pero después del derrumbe tengo miedo a todo en cualquier cosa que hago", dice, al tiempo que subraya que no cree que pueda hacer nunca más este tipo de trabajo.

Escasas y tardías indemnizaciones

Las autoridades le dieron 45.000 takas (unos 509 euros) y Primark, compañía irlandesa para la que producía su taller, otros 50.000 (565 euros) y ahí se quedó todo por no haber quedado inválida o tener extremidades amputadas. "¿Pero cómo pueden darnos simplemente esto y decir que ya vale?".

"La indemnización se ha acabado, pero la herida que nos abrió el derrumbe no se ha cerrado. No puedo hacer nada, todo lo que hago, lo hago del revés"

Aplaudido por los principales actores del sector, el fondo de compensación a las víctimas del Rana Plaza no consiguió recaudar la cantidad estipulada como necesaria para las indemnizaciones (30 millones de dólares) hasta más de dos años después del siniestro. Y aún así, para la inmensa mayoría de los supervivientes o familiares de víctimas mortales consultados, las ayudas no sólo llegaron tarde sino que son a todas luces insuficientes. Eso sin contar los retrasos de la justicia para exigir responsabilidades por un caso que dejó tan elevado número de fallecidos y lisiados, en el que la mayoría de los acusados se encuentran en paradero desconocido.

Rebeka, antigua trabajadora en el Rana Plaza, recibe la ayuda de un médico para colocarse sus prótesis. - AFP

Rebeka, antigua trabajadora en el Rana Plaza, recibe la ayuda de un médico para colocarse sus prótesis. - AFP

"Si estuviéramos muertos, al menos habrían organizado un funeral. Como vivimos, no se preocupan por nosotros. Mientras trabajábamos teníamos un salario", denuncia Rasheda, que mantiene que su indemnización se esfumó en pocos meses y ahora sale adelante con el exiguo e irregular salario que su marido gana reparando motocarros. "La indemnización se ha acabado, pero la herida que nos abrió el derrumbe no se ha cerrado. No puedo hacer nada, todo lo que hago, lo hago del revés".

Necesidad de ayuda psicosocial

Rasheda se siente abandonada, continúa traumatizada y ve un futuro negro. Pero no es un caso único. Según un estudio publicado este mes por la ONG Action Aid sobre 1.300 supervivientes de la tragedia, en su mayoría mujeres, casi seis de cada diez encuestados aseguran seguir necesitando ayuda psicosocial para superar el trauma y solo un 4,3% afirman estar recuperados "plenamente" de la experiencia.

Un año después del siniestro, sólo una cuarta parte de los supervivientes tenían algún empleo; hoy, tres más tarde, algo más de la mitad se encuentra trabajando

Paulatinamente, algunos han conseguido reinsertarse en el mercado laboral. Un año después del siniestro, sólo una cuarta parte de los supervivientes tenían algún empleo, mientras que hoy, tres más tarde, algo más de la mitad se encuentra trabajando.

Sin embargo, muy pocos han optado por regresar al sector textil que desencadenó sus pesadillas: apenas uno de cada diez encuestados. Y un escaso 5% más cree que sus opciones laborales pasan a corto plazo por volver a la industria de la confección. Las alternativas más recurrentes han sido abrir pequeños negocios como tiendas de ultramarinos y móviles, conducir rickshaws (rústicos triciclos de transporte), ayudar en tareas domésticas o ejercer como sastres por cuenta propia.

Difícil reinserción laboral

Manifestación en Savar de activistas y familiares de víctimas del derrumbe. - AFP

"Algunos han conseguido volver a trabajar gracias a programas de ayuda de diversas ONG y el Gobierno", observa Monjurul Karim, responsable del Centro de Rehabilitación de Paralíticos (CRP).

CRP fue una de las organizaciones más activas con las víctimas del Rana Plaza, ofreció tratamiento especializado a medio millar de ellos e impulsó la reinserción laboral de unas 300 personas. Aunque no siempre con éxito, pues algunos de sus beneficiarios no acabaron de sobreponerse y optaron por deshacer el camino andado y regresar a las zonas rurales de las que partieron en busca del Dorado del textil en la zona metropolitana, donde se concentran la mayor parte de las factorías.

"La situación está mejorando. Pero esta experiencia es algo de lo que es muy complicado reponerse. Nadie que no haya estado en su lugar puede imaginarse lo que es atravesar por esto", razona Karim.

Regreso a las zonas rurales

Rubina y Sonia integran ese grupo de trabajadores que decidieron alejarse de Savar para huir de sus fantasmas. Tras haber llegado del noroeste y sur de Bangladesh, ambas llevaban pocas semanas o meses trabajando en el Rana Plaza en el momento que ocurrió la tragedia. El estudio de Action Aid, que la organización repite anualmente por estas fechas, demuestra que cada año hay un porcentaje de encuestados que toman ese camino. En esta ocasión, cerca del 12% habían cambiado de residencia respecto a 2015.

Con dificultades, Rubina ha rehecho poco a poco su vida junto a su marido e hijo en otro lugar del país, pero Sonia no puede decir lo mismo. A sus 21 años, hablar y caminar es todo un reto para ella y su estado anímico es muy inestable, en gran parte debido a las secuelas de un fuerte golpe sufrido en la cabeza. Pasa las horas en casa viendo transcurrir el tiempo. Y tiene mucho miedo. Un miedo que mil euros de compensación no han conseguido borrar.

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