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Ettadhamen, la incubadora tunecina del yihadismo

Túnez, el único país que ha conseguido mantener con vida una primavera árabe que marchita, es también el primer exportador mundial de yihadistas. Más de 6.000 jóvenes tunecinos se han incorporado a las filas de Daesh en los últimos años. En Ettadhamen, el principal suburbio del país, se entiende por qué.

Puesto de calzado en Ettadhamen. ESTELA CELADA/CRISTINA S. BARBARROJA

ESTELA CELADA / CRISTINA S. BARBARROJA

TÚNEZ.— "No voy a parar donde considere que hay peligro", es la condición de Fauzi para conducir su taxi al barrio. Es domingo de mercadillo. Estrechan las avenidas montañas de ropa vieja revuelta, zapatos de segunda mano desparejados en el suelo, higos resecándose bajo un sol de 40 grados; mercancía de saldo por la que nadie parece interesarse. Fuera del zoco, las calles de de pavimento embarrado y aroma a la basura humeante que se quema en cada esquina, también están semi desiertas. Alguna que otra mujer, cubierta de pies a cabeza, camina a paso ligero con la bolsa del pan; los cristales sucios de los cafés dejan adivinar corros de hombres charlando alrededor de una shisha; pero la mayoría de los habitantes que se dejan ver son jóvenes de mirada perdida que matan las horas a la sombra de los ruinosos edificios color arena.

Fauzi conduce su taxi por las calles de Ettadhamen.

Es Ettadhamen —solidaridad en español—, el mayor suburbio del Gran Túnez y uno de los principales caladeros de las redes de captación del Estado Islámico. El pasado mes de julio 15 personas fueron arrestadas en la penúltima operación antiterrorista de las fuerzas de seguridad tunecinas. Según el último informe del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas hasta octubre de 2015, unos 6.000 jóvenes tunecinos se habían unido a las filas de Daesh. Una cifra muy superior a del segundo exportador mundial de yihadistas, Arabia Saudí, del que habían salido 2.500 combatientes rumbo a Siria e Irak.

Cuatro de ellos son conocidos de Fauzi, que niega nervioso una primera parada en uno de los cafés de Ettadhamen —"aquí las mujeres solo salen para hacer la compra"—. Uno de los amigos del taxista murió combatiendo a Bachar Al Assad. No sabe nada de los otros tres. Como Rhouma, que recuerda con tristeza el elevado coste de su participación en la Revolución de los Jazmines: "En 2011 luchamos por un futuro mejor. Un amigo murió en la represión de las protestas. Cuatro años después, la ausencia de resultados empujó a otro a alistarse en las filas del Estado Islámico. No he vuelto a saber nada de él".

Unos 6.000 jóvenes tunecinos se habían unido a las filas de Daesh. Una cifra muy superior a los 2.500 de Arabia Saudí

Rhouma es licenciado en Turismo, empleado como recepcionista nocturno de una pequeña casa de huéspedes de la medina de Túnez. Tuvo la suerte que no corrió su compañero de licenciatura: "Era universitario, tenía formación. No se fue a hacer una guerra de religión. Se marchó desesperado por la falta de oportunidades y la promesa de los 3.000 euros que Daesh le ofreció".

Apenas se ven extranjeros en el otrora turístico zoco de Túnez.

Apenas se ven extranjeros en el otrora turístico zoco de Túnez. ESTELA CELADA/CRISTINA S. BARBARROJA


Según datos oficiales, el desempleo en Túnez no baja del 15%, la cifra más elevada de toda la región. La tasa de paro se duplica en el caso de los jóvenes y llega hasta el 20% en el de tunecinos recién licenciados. Datos que, sumados a una creciente inflación, un salario mínimo de 259 dinares (menos de 140 euros mensuales) y una economía dependiente del turismo —duramente golpeado por los atentados del museo del Bardo y Soussa que en 2015 dejaron más de medio centenar de muertos— convierten zonas como Ettadhamen en el perfecto caldo de cultivo para la desesperanza y en incubadora de los reclutadores del salafismo.

"Era universitario, tenía formación. No se fue a hacer una guerra de religión. Se marchó desesperado por la falta de oportunidades y la promesa de los 3.000 euros que Daesh le ofreció"

"No están en las mezquitas, ni en las madrazas. La ley es estricta. Los reclutadores son extranjeros que saben perfectamente que sus potenciales combatientes están en suburbios como Ettadhamen", cuenta Borgui, otro joven de barba prominente y pantalón estilo Alí Babá, al que la indumentaria tradicional ha costado algún que otro encontronazo policial. Borgui, que se confiesa religioso pero "no para tocar las narices a nadie", achaca también a la "falta de respuestas" decisiones como la de un amigo, científico, formado durante tres meses en los campos de entrenamiento de Libia.

Youssef, un viejo platero del lugar, convierte en metáfora otra de las causas de la radicalización de la juventud tunecina: "Si te prohiben los tomates, sólo querrás comer harira", la sopa de tomate típica del Magreb. La monopolización de la religión y la prohibición de los movimientos islamistas durante los 23 años de dictadura hizo que, tras la caída del presidente Ben Alí, fueran muy pocos los actores capaces de encauzar las pasiones religiosas en la transición tunecina.

Mezquita de Ettadhamen

Además del moderado partido Enhada, primera fuerza en el actual parlamento, los salafistas de Ansar Al-Sharía se beneficiaron de la amnistía decretada tras la revolución y de una impecable estrategia de comunicación que les permitió ganar adeptos. Su prohibición en 2013 tras el asesinato de dos políticos de la oposición y el endurecimiento de la ley antiterrorista aprobada tras los atentados de 2015 podrían estar consiguiendo el efecto contrario al deseado.

Así lo consideran Human Rights Watch y otras organizaciones tunecinas, como las que formaron parte del llamado Cuarteto de Túnez, premio Nobel de La Paz en 2015. El pasado mes de abril enviaron un escrito al Ejecutivo del dimitido Habib Essid recordándole que "la vulneración de los derechos humanos facilita el trabajo a las organizaciones terroristas y sirve de excusa a quienes llevan a cabo atentados y a quienes tratan de reclutarlos".
La organización denunciaba casos concretos de ciudadanos tunecinos como el del cineasta Alaeddine Slim, detenido durante 33 días y liberado con el único cargo de posesión de cannabis. O —más grave aún— el de Nader Aloui, maltratado en una prisión tunecina durante 14 meses. El tribunal que lo juzgó no encontró evidencia alguna sobre su pertenencia a grupos terroristas.

"La revolución la hicimos los jóvenes y el poder se lo han quedado los de siempre"

Este viernes el Parlamento tunecino debe aprobar la composición del nuevo gobierno de unidad nacional presentado el pasado sábado por el flamante primer ministro, el quinto desde la Revolución de los Jazmines. Durante el acto, Youseff Chaheb, anunció que sus tres prioridades serían la lucha contra el paro, la corrupción y contra el terrorismo: "Vamos a fortalecer nuestro sistema de seguridad, que ya ha sido mejorado en los últimos tiempos".

La policía coloniza las estaciones del tren que recorre la costa tunecina

La policía coloniza las estaciones del tren que recorre la costa tunecina. ESTELA CELADA/CRISTINA S. BARBARROJA

A pesar de que las calles de Túnez están militarizadas y de que la policía ha colonizado las estaciones de tren del corredor turístico de la costa, llama la atención el abandono de Ettadhamen. En tres horas de paseo, apenas asoma un guardia de tráfico en una transitada rotonda a la salida del suburbio "solidaridad". La seguridad está aún lejos de convertirse en una de las conquistas de la transición que tampoco ha podido contra el paro ni contra la corrupción.

La decepción con la única primavera árabe superviviente, que los tunecinos prefieren llamar "revolución", es el sentimiento general de una población que, sin embargo, no tiene miedo ni quiere perder la esperanza. "La revolución la hicimos los jóvenes y el poder se lo han quedado los de siempre"—concluye pesaroso Rhouma. "Tenemos que aprender a usar nuestra libertad y dar más tiempo a la democracia".

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