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Hay Putin para rato

Las legislativas del domingo refuerzan la falta de alternativa al presidente

Vladimir Putin en un centro electoral.- AFP

LUIS MATÍAS LÓPEZ

El presidente ruso, Vladímir Putin, se ha negado hasta ahora a confirmar si volverá a ser candidato a la reelección en los comicios previstos para 2018, pero casi nadie duda de que lo será, y más después del resultado de las legislativas de este domingo, que ha reforzado la mayoría parlamentaria del partido que le exhibe como bandera, Rusia Unida, que a falta de los resultados definitivos, podría incluso superar la barrera que le permitiría en solitario afrontar reformas constitucionales.

El cambio en la ley electoral, que supone que la mitad de los diputados son elegidos en circunscripciones individuales donde el candidato más votado se alza con el escaño, sea cual sea su ventaja, ha supuesto una inyección adicional para Rusia Unida. La formación cuya ideología se resume en el apoyo sin fisuras al líder del Kremlin, se hace con la inmensa mayoría de esos 225 asientos en la Duma, a los que suma más de la mitad de los que estaban en juego por el sistema proporcional, tramo en el que, al superar el 50% de los votos, también ha mejorado sus resultados de 2011.

La consecuencia más inmediata es que hay Putin para rato. Y se mire por donde se mire, es imposible encontrar una alternativa al presidente, ni en los pasillos del Kremlin, ni en el Gobierno –Dimitri Medvédev, por ejemplo, es su lacayo-, ni en la Duma, ni en la casi inexistente oposición. Excepto un cataclismo imposible de imaginar hoy, el relevo en la cumbre solo se producirá cuando Putin quiera, y se encarnará en quien él mismo elija.

Es imposible encontrar una alternativa al presidente, ni en los pasillos del Kremlin, ni en el Gobierno, ni en la Duma, ni en la casi inexistente oposición

En el fondo, resulta irrelevante a estas alturas que se adelantasen los comicios para provocar un descenso de participación (48% frente a 60% hace cinco años) que ha beneficiado rotundamente a Rusia Unida, que en los últimos años se haya segado la hierba bajo los pies de las formaciones que cuestionan la legitimidad democrática del presidente, que los otros tres partidos representados en la Duma no supongan una auténtica oposición —si en algo están de acuerdo es en no cuestionar el liderazgo de Putin—, o que vaya a haber en la Cámara algunas voces discrepantes aisladas —muy escasas— surgidas de las circunscripciones uninominales. No cabe esperar que las relativamente escasas denuncias de fraude vayan a provocar en esta ocasión, como tras los comicios de 2011, una oleada de manifestaciones contra el líder del Kremlin de la extraparlamentaria oposición real, más desunida que nunca y resignada a lo inevitable. Y menos después de que la nueva y respetada presidenta de la comisión electoral, aun admitiendo que se han producido irregularidades, no haya cuestionado el resultado, que considera legítimo en términos generales.

El resultado estaba cantado, pero no por ello ha sido un puro trámite, sobre todo para Putin, al que, aunque no cuestionado a nivel interno (cuenta con un respaldo popular en torno al 80%), sí que le viene de perlas un reforzamiento de su legitimidad democrática —por discutible que esta pueda verse desde el exterior— para mantener el pulso con Occidente, sobre todo en Ucrania, y potenciar su papel internacional, forjado en crisis como la de Siria y la lucha contra el Estado islámico.


Putin siempre podrá alegar, y no sin buena dosis de razón, que las decisiones que resucitan el espíritu de la Guerra Fría, como la anexión de Crimea o el apoyo a los rebeldes del Este y Sur de Ucrania, no son fruto de la megalomanía de un nostálgico del imperio soviético, sino emanación, expresada de forma rotunda en las urnas, del sentimiento profundo de un pueblo que grita ¡basta! tras ser sometido a incontable humillaciones desde que la URSS saltó en pedazos.

Simultáneamente, queda en evidencia la inutilidad de una política de sanciones por parte de la Unión Europea y de Estados Unidos que, por mucho que afecten a la economía de Rusia —en recesión— y al bienestar de sus ciudadanos —cuyo nivel de vida desciende de forma alarmante—, no torcerán el brazo de su presidente, por lo que sería absurdo que se mantuvieran a medio plazo.

Si se quiere pasar de la vía del enfrentamiento a la de la cooperación, habrá que hacerlo desde el respeto mutuo, de igual a igual, y aceptando al menos el hecho consumado de que Moscú nunca devolverá Crimea. Por si quedaba alguna duda, los habitantes de la península eligieron también el domingo a sus representantes en la Duma. Ahí no hay marcha atrás posible para Putin pero, a partir de ese supuesto, no es imposible que se alcance una solución en el resto del contencioso ucranio.

Putin puede alegar que las decisiones que resucitan el espíritu de la Guerra Fría son fruto del sentimiento de humillación del pueblo ruso

Como pocas veces en Europa desde la Segunda Guerra Mundial hacen falta líderes que dominen un arte que en su día hizo fortuna bajo el término realpolitik. La indeseable alternativa, ya en parte hecha carne, es una nueva Guerra Fría, diferente a la que puso el mundo al borde del holocausto atómico, sin su rancio componente ideológico pero con características que recuerdan a aquel choque de bloques antagónicos.
Por lo demás, que Putin haya salido reforzado de los comicios del domingo, y que se le abra una autopista sin peajes para su continuidad en el cargo después de 2018, no significa que no esté obligado a moverse para evitar el fin de su idilio con el pueblo. Es cierto que apenas se cuestiona su liderazgo, pero las sanciones internacionales y, sobre todo, el hundimiento del precio de los hidrocarburos –casi un monocultivo en Rusia-, están haciendo mucho daño a una población que ve impotente como se va empobreciendo día tras día.

Puede que no le falte razón a Grigori Yavlinski, el incombustible líder del liberal partido opositor Yabloko –uno de los que no han superado el 5% de los votos para acceder a la Duma en el tramo proporcional-, cuando pronostica que, en su búsqueda de una cabeza de turco, Putin terminará deshaciéndose de Dimitri Medvédev, actual jefe de Gobierno y cabeza de la lista de Rusia Unida. Si el descontento por el deterioro económico crece demasiado, y en línea con lo que es ya toda una tradición en la Rusia postsoviética, el presidente necesitará publicitar un supuesto cambio de rumbo, por cosmético que sea, y ahí el actual primer ministro lleva las de perder. Su elevo sería una traición –de las tantas que se dan en política- al fiel servidor que incluso le guardó unos años la poltrona en el Kremlin, sin privarle por ello del poder real –que se desplazó entonces desde la presidencia al Gobierno- ni maniobrar para ser califa en lugar del califa.
Pero ésta es otra historia, compatible con la que de verdad importa: que Putin está más fuerte que nunca, reforzado en las urnas aunque el mismo no fuese candidato. Y que, si no media un cambio radical imposible de imaginar hoy, será reelegido en 2018 y no habrá rival que le haga sombra. En definitiva, que hay Putin para rato.

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