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Israel juega fuerte sus bazas con el futuro de Siria

Benjamín Netanyahu tiene abiertos varios frentes en relación con el conflicto sirio. El papel de Israel está pasando de haber sido considerado históricamente un país paria en Oriente Próximo al de un país capaz de arbitrar en los problemas regionales propiamente árabes.

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu / EFE

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

JERUSALÉN – La relativa consistencia del “cese del fuego” entre el gobierno del presidente Bashar al Asad y los rebeldes sirios ha sorprendido en Israel, haciendo que las autoridades civiles y militares hayan intensificado el diálogo con las demás potencias implicadas en el conflicto, especialmente Estados Unidos, Rusia y Arabia Saudí.

El principal objetivo de Israel es conseguir la caída de Bashar al Asad. Esta es la prioridad del primer ministro Benjamín Netanyahu desde el inicio de la revuelta hace ahora justo cinco años, y no ha cambiado desde entonces, según han reconocido en múltiples ocasiones distintos altos cargos israelíes.

Israel considera que, a causa de la guerra que asola Siria, ese país es el eslabón más débil de la cadena que une a Irán con Hizbolá en Líbano, un eje que sufriría un revés importante, y quizá definitivo, si Asad es apartado del gobierno. Esto significaría que la obtención de armas por parte de Hizbola se vería muy mermada si no desparece completamente.

En este sentido, existe una plena coincidencia de intereses entre Israel y los rebeldes sirios apoyados por Arabia Saudí y sus aliados, a quienes desde hace un tiempo se califica en Israel, y hasta en Occidente, de “países árabes moderados”.

Uno de los obstáculos más fuertes a que se enfrentan las conversaciones intersirias de Suiza es precisamente la insistencia de los rebeldes en que Asad abandone la presidencia cuanto antes. Naturalmente, los rebeldes y sus aliados se oponen a que Asad participe en las próximas elecciones, cuando se celebren, puesto que piensan, seguramente con razón, que podría ganarlas.

Las tres alternativas posibles a la salida de Asad son buenas para los israelíes. La primera es la continuación de la guerra; la segunda es la partición del país en varios miniestados y la tercera es la sustitución del gobierno de Asad por otro régimen, y aquí debe entenderse por un régimen suní cliente de Arabia Saudí.

En las circunstancias actuales, Israel trata de obtener dos ventajas: en primer lugar, que el Golán sirio ocupado en la guerra de 1967 siga tan tranquilo como ha estado desde la guerra de 1973, y en segundo lugar y sobre todo, que el flujo de armas a Hizbola se interrumpa definitivamente.

“Israel no quiere el régimen que hay ahora en Damasco, ni tampoco quiere el régimen que vendrá"

Poco después de iniciada la guerra civil, cuando el Estado Islámico todavía no se había establecido en Siria, un general israelí declaró: “Israel no quiere el régimen que hay ahora en Damasco, ni tampoco quiere el régimen que vendrá, por lo tanto el interés de Israel es que la guerra continúe”.

Las cosas han experimentado algunos cambios desde entonces, pero compárense las palabras del citado general con las que en enero último manifestó el ministro de Defensa, Moshe Yaalon, en el Instituto de Estudios para la Seguridad Nacional: “Entre Irán y el Estado Islámico, Israel escoge el Estado Islámico”.

Solo unas semanas antes, Netanyahu declaró que “no tiene que parecer” que Israel lidera el movimiento para la partición de Siria, una posibilidad que desde entonces ha estado encima de la mesa y a la que se han referido Washington y Moscú. Una vez debilitado y partido Irak, un país fallido y destruido, una eventual partición de Siria, que también está destruida, ya no es algo que se rechace en ciertos círculos de poder occidentales.

En este contexto muy propicio para sus intereses, Israel mantiene intensos y permanentes contactos con Estados Unidos y Rusia, pero también con Arabia Saudí, para que la delineación de la futura Siria contemple sus intereses regionales claramente definidos: la caída de Asad y el debilitamiento de Hizbola.

La desaparición de Asad significaría una jugada maestra también en todo lo relacionado con los palestinos ya que éstos han recibido y sieguen recibiendo una significativa ayuda de Teherán y Hizbola.

Las ventajas que ofrecía el conflicto sirio se vieron en Israel desde el principio, de manera que no debe sorprender que ya en 2012, nada más arrancada la guerra, el entonces ministro de Defensa, Ehud Barak, declarara que “la guerra en Siria es una bendición para Oriente Medio” porque debilita a Damasco y a Hizbola.

La permanente lucha contra Teherán le ocasiona a Israel otra serie de ventajas entre las que figura en un lugar destacado una aproximación de los gobiernos árabes “moderados” con respecto al Estado judío, una circunstancia que ni Arabia Saudí ni sus aliados se muestran ya interesados en ocultar.

"La guerra en Siria es una bendición para Oriente Medio porque debilita a Damasco y a Hizbola".

El acuerdo del verano pasado entre Occidente e Irán ha sido otra bendición para Israel en la medida que ha contribuido a intensificar las relaciones que desde hace ya mucho tiempo con los países árabes “moderados”.

A esto debe añadirse que los israelíes están negociando con Estados Unidos un nuevo acuerdo que les permita recibir más ayuda de Washington. Los 3.100 millones de dólares anuales de este apartado en la actualidad, podrían dispararse a 4.000 o incluso 5.000 millones de dólares a partir del año que viene. La negociación todavía no se ha cerrado.

Además, los dirigentes israelíes no descartan que el presidente de Estados Unidos que salga de las elecciones de noviembre, especialmente si es republicano, repudie el acuerdo con Teherán. En ese caso, Israel saldría ganando en todos los sentidos, incluido el de su aproximación a los países árabes “moderados” que ven en el Estado judío a su principal aliado en la lucha contra el chiismo.

Cinco años después del inicio del conflicto sirio, Israel tiene abiertos varios frentes prometedores sobre los que está jugando sus bazas con la aspiración, cada vez más evidente, de convertirse en árbitro de las cuestiones propiamente árabes en Oriente Próximo. La actitud de los países árabes “moderados” liderados por Arabia Saudí está contribuyendo a que prevalezcan los intereses de Israel en la región.

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