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Un mar de plástico acoge a
los iraquíes que huyen de la
guerra y del Estado Islámico

Más de 2.500 personas han llegado en las últimas dos semanas al campamento de
Dibaga, donde ya habitaban 30.000 desplazados. "La situación se está volviendo peor
cada día, especialmente desde que comenzó la operación de Mosul", denuncian.

Varias familias permanecen fuera de las tiendas del campamento de Dibaga. - AFP

JORGE FUENTELSAZ (EFE)

CAMPAMENTO DE DIBAGA (IRAK).- Desde la distancia, el campamento de Dibaga, en la provincia iraquí de Nínive, parece un mar de plástico blanco y azul. Pero en él no desemboca agua, sino miles de desheredados iraquíes que huyen de la guerra y el fundamentalismo del grupo yihadista Estado Islámico (EI).

"Con Dáesh (acrónimo del EI en árabe) no hay vida, es como un cuerpo sin corazón, como un corazón que no palpita", explica exaltado Mohamed, un frustrado estudiante universitario de Matemáticas que llegó al campamento de desplazados hace tan solo tres días. Cuenta que cuando el EI irrumpió en Mosul, en junio de 2014, sólo quedaba un mes para las pruebas de fin de curso. "Pero anularon los exámenes y todo el año se perdió. Se paró la educación y se paró la vida", dice este joven, que cuenta que no había actividad económica ni servicios de salud y que todo se reducía a comer y a esperar.

Como él, más de 2.500 personas han llegado a Dibaga en las últimas dos semanas, huyendo de los combates en la región de Nemrud, en los alrededores de Mosul y donde se libra la batalla por el control de esta urbe, o escapando del yugo del EI en la comarca de Hawiya, situada en la provincia septentrional de Kirkuk. Se unen a los más de 30.000 desplazados que ya habitan en este campamento levantado en 2015 y que es objeto en estos momentos de una tercera ampliación, como cuenta el subdirector de las instalaciones humanitarias de Dibaga, Sadek Mohamed, que trabaja para la fundación caritativa kurda Barzani. "La situación se está volviendo peor cada día, especialmente desde que comenzó la operación de Mosul", se queja Mohamed, que asegura que se están quedando sin espacio en el campamento, donde comenta, se cocinan dos toneladas de arroz y alubias al día.

Cuando llegan, los hombres y las mujeres son separados. Ellos deben pasar un interrogatorio que llevan a cabo las fuerzas de seguridad kurdas, para descartar cualquier vinculación con los yihadistas, cuenta Mohamed. "Si están limpios, pueden reunirse con sus familias", que son alojadas temporalmente en la escuela del campamento, hasta que son reubicadas en una tienda de campaña en la que vivirán a partir de ese momento. Pero si hay sospechas, dice, los interrogatorios se prolongan y pueden ser trasladados a Erbil, capital del Kurdistán iraquí, para continuar las investigaciones.

En la escuela de Dibaga, abarrotada de mujeres y de un mar de niños que se pelean por llamar la atención de los periodistas, una desplazada que no quiere dar su nombre cuenta que llegó el pasado día 19 con su marido y sus cuatro niños. El Ejército iraquí liberó su pueblo, Ibrahim Jalil, situado en la región de Nemrud, después de unos combates que empezaron a las cinco de la mañana y se prolongaron ocho horas. Cuando salieron de sus casas, las fuerzas kurdas "peshmergas" los trasladaron al campamento. Mientras da de amamantar al más pequeño de sus hijos, de diez meses, se queja de que, a veces, en el campamento no llega la comida. Sin embargo, nada comparado, dice, con la escasez que vivían en Nemrud, donde llevaban un mes sin agua ni electricidad.

Barham, de 22 años y padre de tres hijos, se escapó una noche hace 15 días de Hawiya. Salieron a pie, de noche, evitando los controles levantados por los radicales, por una zona montañosa donde no los podían seguir ni en coche ni en moto. "No había vida, nos oprimían", dice antes de subrayar que el kilo de azúcar costaba 8.500 dinares, unos 7 dólares y litro de aceite, 30.000 (25 dólares). Cuenta que la primera vez que una persona es detenida por el EI intentando escapar, se le impone una multa de 15.000 dinares (unos 13 dólares) y que la segunda vez puede ser condenado a muerte.

Mientras enseña sus pies todavía marcados con heridas y ampollas de la larga caminata de huida, explica que junto a su mujer, sus tres hijos y otros vecinos anduvieron doce horas atravesando campos de minas, hasta que los "peshmergas" dieron con ellos. Sin embargo, a él lo trasladaron a Dibaga, y a su mujer y sus hijos a Dohuk, en la región autónoma de Kurdistán iraquí, y confiesa, claramente afligido, que no sabe cuándo podrá verlos.

Todos repiten las mismas historias de estrecheces, dificultades y presiones; las mujeres siempre más dispuestas que los hombres a hablar, pero todos negándose a ser fotografiados o grabados, por temor a que sus imágenes puedan ser vistas por los yihadistas y que estos puedan tomar represalias contra ellos o contra las familias que todavía viven bajo su yugo. Las organizaciones humanitarias esperan que con el avance de la ofensiva para liberar Mosul hasta un millón de personas se vea obligado a abandonar sus casas y a unirse a los ya más de 3,3 millones de desheredados causados por más de dos años de guerra contra el EI.

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