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El mundo de Ras Ajdir

El campamento de acogida en Túnez de los huidos de Libia es una babel de nacionalidades

MAYTE CARRASCO

Estamos muy agradecidos a este país por habernos acogido. ¿Cómo se llama? Se me ha olvidado el nombre', pregunta sonriendo el vietnamita Dune a esta reportera, completamente desorientado.

Sentado sobre su maleta, encabeza una larga cola de compatriotas que aguardan disciplinados a un oficial de la IOM (Organización Internacional para las Migraciones), en fila india y a apenas unos metros de la entrada principal de la frontera de Ras Ajdir, en Túnez. 'Yo no entiendo nada de lo que ocurre en Libia, la verdad, se han vuelto locos', añade Dune.

Los asiáticos son los peor parados en el reparto de territorio de los refugiados

Hace dos días que salió de Trípoli huyendo de los combates, asustado y con lo puesto. Allí trabajaba para un salón de belleza y ahora espera, como otros tantos miles de refugiados, que alguien le diga cuál es su esquina en el mapamundi virtual en el que se ha convertido el territorio fronterizo, donde separan a los refugiados por zonas según su nacionalidad.

Para su desgracia, su destino no será el mejor. Los asiáticos son los peor parados en el reparto organizado por los organismos de ayuda internacional presentes aquí. Filipinos, vietnamitas y bangladeshíes se amontonan hacinados en un descampado sucio, repleto de charcos y desperdicios a la izquierda del puesto fronterizo. Empleados de la Media Luna Roja tunecina se pasean entre ellos con mascarillas en la boca.

'¡No bebas de ahí!', le grita a uno de ellos que casi se cae del susto. Abandona la botella que pretendía llenar con agua empantanada de la lluvia que cayó el chaparrón del lunes, y sale a saltitos para volver a tumbarse sobre unas mantas, porque aquí no hay tiendas de campaña y escasea la comida y el agua embotellada. 'Por favor, llevamos al menos cinco días esperando que nos digan qué va a ser de nosotros. Trabajábamos para la empresa surcoreana Pumiloyd, pero llevaba dos meses sin pagarnos. Nos han robado todo el dinero, que nos saquen de aquí, por favor', suplica un bangladeshí.

«No quiero regresar a Mogadiscio, la situación es mucho peor allí», dice uno

Junto al puesto médico, bajo la sombra, tratan de reunir a todos los africanos. Aquí hay refugiados de Gana, Gambia, Senegal, Malí, Bigeria, Eritrea, Sudán o Guinea Bisao. Un miembro tunecino de la IOM detecta la presencia de dos pakistaníes entre los que reposan a la sombra y les abronca sonoramente para que regresen a su sitio, con los suyos.

Abdelak, un somalí de 23 años, no tiene muy clara cuál es su situación. 'He trabajado dos años y medio en Libia, primero en un hotel y luego en un restaurante. No quiero volver nunca más allí, nos maltratan, ya he visto suficiente. Pero tampoco quiero regresar a Mogadiscio, la situación es mucho peor allí', asegura.

Los egipcios han sido llevados a una mini-ciudad en la carretera de Gardane

En el caso de países sumidos en un conflicto bélico, la IOM trata de ayudarles a encontrar un país de acogida en el que puedan obtener el asilo político. Para los demás, colabora en las labores de repatriación junto con sus gobiernos, como explica Tarek Ben Alí, experto en retorno voluntario de la IOM, recién llegado de Malta.

'Lo normal es que cada país se haga cargo del retorno de los suyos, y si no entre la IOM y ACNUR (Oficina de Naciones Unidas para los Refugiados) pagamos los gastos del viaje', explica Ben Alí.

Desde el martes, Gran Bretaña y Francia fletan aviones y barcos para la repatriación de los miles de refugiados que llegan a esta frontera (180.000, según IOM), ayuda a la que se sumó ayer España con un puente aéreo de tres aviones al día para ayudar a Egipto a repatriar a sus ciudadanos.

Hay países pobres como Pakistán y Nepal que están pagando la repatriación de los suyos, 'y El Cairo también paga, pero no dan a basto. Antes de ayer salieron 25 aviones por la mañana y 35 por la tarde desde el aeropuerto de Djerba, pero son todavía insuficientes', explica Ben Alí.

No hay ni rastro de los egipcios por aquí. Casi todos están en la mini-ciudad en la que se ha convertido el campamento instalado desde hace al menos una semana por los militares tunecinos y ACNUR a varios kilómetros de Ras Ajdir, en la carretera de camino a Ben Gardane. Allí disfrutan del privilegio del cobijo en tiendas de campaña, algunos colchones y leche y pan para matar el hambre.

Por entre las colas de reparto de alimentos desfila una manifestación con varias decenas de egipcios, enarbolando una gran bandera egipcia y gritando: '¡Queremos volver ya!'

El cortejo atraviesa un improvisado campo de fútbol, donde otros prefieren relajarse y jugar un partido bajo un sol abrasador, con una pelota pinchada medio reparada con cinta aislante, sonriendo por primera vez en muchos días y ajenos a una turba que intenta, con bultos a cuestas, perseguir en vano a un autobús lleno hasta la bandera.

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