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El piloto del 'cambio'

La primavera democrática que se extiende por los países árabes, y especialmente en Egipto, despierta miedo cuando no rechazo abierto en aquellos que llegaron a justificar cínicamente su respaldo activo a la invasión de Irak en 2003. El apoyo a ella se basó en una mentira probada: la presunta posesión de armas de destrucción masiva por parte de Sadam Husein. Como esas armas nunca aparecieron, la guerra fue presentada, retrospectivamente, como la liberación del pueblo iraquí de una dictadura y la introducción de la democracia.

Pero esa “democratización”, puesta a prueba ahora en Egipto, ha revelado su auténtico rostro. José María Aznar, quien presume una y otra vez de que volvería a promover la guerra de Irak habida cuenta de que, según afirma, ha merecido la pena sólo por la sustitución del dictador, ha explicitado con su particular afición a una ironía tan chabacana como grotesca, su posición.

Para él, lo que está pasando en Egipto no es “simplemente un juego de qué bonito es reclamar más libertad y más democracia, que lo es, o qué justo es reclamar más libertad y más democracia, que lo es”. Entonces, ¿dónde está la clave? Aquí, según Aznar: “Hay que tener en la cabeza cómo es posible ordenar procesos políticos de modernización del mundo con unas garantías de estabilidad para toda la humanidad y a su vez también para los intereses del mundo occidental”.

Es decir: cargarse al dictador Sadam al precio de una invasión militar que ha dejado centenares de miles de muertos y un país devastado es una manera de “ordenar” los procesos de modernización, pero movilizarse pacíficamente, como vienen haciendo los egipcios, siendo muy “bonito”, hasta ahí podíamos llegar, es un peligro. “Porque”, sostiene el ex presidente de Gobierno, “el mundo musulmán tiene unas enormes dificultades para adaptarse al mundo moderno, de adaptar parámetros de lo que podemos considerar modernidad”.

Esta es, pues, la reacción del PP ante la crisis. El pasado viernes, día 4 de febrero, Gustavo de Arístegui, portavoz del PP en la Comisión de Exteriores del Congreso, preguntado en Washington por TVE sobre la renuncia de Mubarak, señaló: “Tienen que elegir muy bien el momento para hacer las elecciones y la ley electoral. Y tienen que saber quién va a pilotar esa transición. No se puede marchar Mubarak humillado y con la cola entre las piernas. Podemos sentar un precedente muy grave que podría incendiar la región”.

¿Quién va a ser ése piloto? El Gobierno de Estados Unidos está haciendo todas las gestiones para que el “piloto del cambio” sea Omar Suleimán, quien el pasado 29 de enero fue nombrado vicepresidente por Mubarak, tras mantener su primera conversación telefónica con el presidente Obama. El vicepresidente Joseph Biden ya ha comenzado a mantener conversaciones directas con Suleimán, después de haberse negado, días pasados, a pedir la salida inminente de Mubarak.

A pesar del énfasis ante los medios de comunicación sobre la gestión de una renuncia de Mubarak, Washington apuesta en realidad por apartar al dictador del paisaje político convertir a Suleimán, ex jefe del servicio de inteligencia, en el nuevo hombre fuerte para encabezar la transición. Ahora, Suleimán busca una tregua en las movilizaciones, para lo cual está diseñando algunas concesiones que puedan atraer en su ayuda algunas fuerzas de la oposición. No se trata tanto de “cambiar todo para que todo siga igual” sino de cambiar “algo” para que, con el dictador fuera de la vista del público, todo siga bajo control.

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