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Rusia 1917: la Revolución que Putin intenta difuminar

Miles de comunistas, muchos de ellos de fuera de Rusia, marchan en Moscú para conmemorar el centenario de la revolución bolchevique, un evento que el presidente ruso intenta apartar -de manera discreta- de la identidad rusa y de su proyecto de país.

Imagen de las marchas de este martes en Moscú. /REUTERS

Javier Borràs Arumí

La plaza Pushkin de Moscú se ha llenado hoy de comunistas de todos los países. A escasos metros del primer McDonalds que abrió en la ciudad, centenares de cuadros de Lenin y Stalin se han levantado entre miles de cabezas humanas, acompañados de banderas de todos los países. Había enseñas republicanas, esteladas e ikurriñas, como también brasileñas, griegas, chinas, vietnamitas o argentinas. La multitud de partidos y organizaciones comunistas que paseaban sus siglas era incontable. El motivo y el héroe estaban claros: Lenin y la toma del poder de los bolcheviques, el inicio de ese imperio que fue la URSS, y por el que todos los manifestantes -ancianos o jóvenes- suspiraban con nostalgia.

Las proclamas y cánticos en diversos idiomas -“bella ciao”, “el pueblo unido jamás será vencido”- y el fervor general contrastaba con el resto de las calles de Moscú, donde apenas había señales de que hace 100 años el partido de Lenin derrocara al gobierno provisional surgido de la caída del zarismo.

Gennady Zyuganov, líder del Partido Comunista Ruso. /REUTERS

Gennady Zyuganov, líder del Partido Comunista Ruso. /REUTERS

Si en los últimos años la tradicional manifestación del 7 de noviembre había reducido su presencia -el trayecto se acortó en gran medida y la mayoría de manifestantes eran jubilados nostálgicos de la URSS-, el centenario le ha dado un gran impulso. Tanto se veía militares casi centenarios con sus condecoraciones soviéticas, como jóvenes vestidos con abrigo largo y gorra leninista, pasando por mucha ropa de montaña que los comunistas de países más cálidos habían traído para soportar el invierno moscovita.

El gobierno ruso ha permitido la manifestación, pero de manera discreta. Los policías no han cortado el tráfico de la ancha avenida Tverskaya, sino que han hecho pasar a los miles de manifestantes por una de las aceras. Las banderas con la hoz y el martillo, junto a decenas de símbolos del folklore comunista, han pasado por delante de las tiendas de lujo de la avenida, hasta detenerse frente a la estatua de Karl Marx, donde en un escenario con imágenes de Lenin y Stalin se han cantado canciones revolucionarias y se han hecho largos discursos. Con la mirada se podía alcanzar el inicio de la Plaza Roja, donde todavía continúa en pie el mausoleo de Lenin, el símbolo al que todos estos comunistas han venido a rendir homenaje.

Sustituir el 7 de noviembre

Durante la misma mañana, el gobierno ruso había realizado un gran desfile de temática militar en la Plaza Roja de Moscú. Centenares de personas se habían vestido como los soldados del Ejército Rojo que, el 7 de noviembre de 1941, marchaban por las calles de Moscú antes de dirigirse al frente para combatir al ejército nazi. Hace ya unos años que se hace este desfile, y la intención es clara: sustituir el recuerdo del 7 de noviembre “revolucionario” por el del 7 de noviembre “nacional”, que marca el inicio de la Gran Guerra Patriótica, nombre con el que llaman la mayoría de rusos a la Segunda Guerra Mundial.

Al acabar el desfile, se han dejado una decena de tanques y vehículos antiguos en la Plaza Roja para que los rusos y turistas pudieran admirarlos. Los carros de combate se han llenado de niños que se subían a ellos con agilidad, mientras sus padres les miraban orgullosos desde abajo. En un par de paraditas al lado de los vehículos, se ofrecía a niños y a adultos la posibilidad de vestirse como un soldado ruso y hacerse una fotografía empuñando un fusil. Hombres y mujeres vestidos de militar tocaban con el acordeón canciones de la guerra, mientras decenas de jubilados rusos los acompañaban cantando a su alrededor.

Uno de los manifestantes porta la imagen de Stalin. /REUTERS

Uno de los manifestantes porta la imagen de Stalin. /REUTERS

La victoria en la Segunda Guerra Mundial es, posiblemente, el único evento histórico con el que la gran mayoría de rusos se sienten identificados. El aniversario de la revolución bolchevique genera rechazo entre los anticomunistas, liberales y demócratas. Otras fechas decisivas como la caída de la URSS son vistas por buena parte de la población como una etapa caótica y desastrosa para la economía nacional. La Gran Guerra Patriótica es el único “mito fundacional” que Putin puede impulsar para cohesionar a la población: no se trata de una lucha entre rusos -como en 1917 o la guerra civil- sino un combate contra el enemigo externo y por la defensa de la Madre Rusia.

El desfile militar del 7 de noviembre no es la única manera con la que Putin quiere ir apartando poco a poco el simbolismo de la revolución bolchevique. El 4 de noviembre, tres días antes, fue declarado hace unos años como la jornada de Unidad Nacional. Se conmemora la expulsión -en el siglo XVII- de las fuerzas polacas que habían ocupado Moscú (otra lucha contra el enemigo externo). También coincide con la fiesta de la Virgen de Kazán, una de las más veneradas de Rusia. El cristianismo ortodoxo y, sobre todo, el patriotismo ruso sustituyen al comunismo como la ideología de Estado. Además, el 4 de noviembre es festivo para todos los rusos. En la época soviética, lo era el 7 de noviembre.

Putin no quiere revoluciones

La posición de Putin sobre la época soviética es ambigua. Por un lado, su gobierno ensalza a la dinastía Romanov (la que cayó en 1917) y, por el otro, se elogia el papel de Stalin en la derrota de los nazis. En contra de las demandas anticomunistas de retirar la momia de Lenin de la Plaza Roja, Putin siempre ha apostado por mantener este y otros símbolos del antiguo poder comunista. La política oficial del gobierno ha sido que el centenario de 1917 sea un debate academicista entre historiadores, más que un momento histórico que difundir por televisiones y medios públicos.

A Putin no le hacen gracia las revoluciones. Si una cosa defiende su régimen es la “estabilidad” del poder político, donde ya lleva 17 años al frente del país. Tampoco puede identificarse con Lenin, un radical subversivo que desmoronó el imperio zarista, ni con Nicolás II, un monarca débil que no supo mantenerse en el poder. En un discurso el pasado mes, Putin dijo que se pueden extraer “consecuencias positivas y negativas” de la revolución bolchevique, pero que él es partidario de la “evolución”, del “progreso gradual y paso a paso”, en vez de la “revolución”. No hay necesidad de “destruir el Estado y arruinar sin piedad el destino de millones (de personas)”, afirmó.

Banderas comunistas frente a la estatua de Vladimir Lenin en San Petesburgo. /REUTERS

Banderas comunistas frente a la estatua de Vladimir Lenin en San Petesburgo. /REUTERS

La estabilidad política es la base de la Rusia que Putin quiere impulsar, una nación grande y poderosa, como en los mejores tiempos de los Romanov o del imperio soviético de Stalin. La revolución de octubre de 1917 representa casi todo lo contrario: una gran pérdida de territorios del imperio ruso, que quedó en manos de Alemania a cambio de un tratado de paz; la inestabilidad política que derivó en una cruenta guerra civil; y la sustitución de un modelo político largo y estable mediante la violencia revolucionaria. Todos ellos son factores que Putin quiere bien lejos de su país. Mejor no dar ejemplos o ideas, aunque sucedieran hace ya 100 años.

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