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El sindicalista que sacó a los brasileños de la pobreza

Lula ha superado los escándalos de corrupción de su partido

N. CASTRO

Pocos hubieran pensando que aquel sindicalista rudo y desaliñado acabaría siendo el estadista más aclamado de los últimos tiempos; ese que, aplaudido por igual en los foros de Porto Alegre y de Davos, acaparó en 2010 las portadas de la prensa de todo el planeta. Luiz Inácio Lula da Silva, el primer obrero que llegó a la presidencia de Brasil, dejará a su sucesor una sombra alargada: la que impone un 81% de popularidad, 'como nunca antes en la historia de este país', que diría él recurriendo a su habitual coletilla.

Su figura, pese a la oposición de los principales medios de comunicación, ha resistido, casi inmune, a los escándalos de corrupción que agitaron a su partido, desde el llamado mensalão de 2005 un esquema de compra de votos a los legisladores hasta el reciente caso que hizo dimitir a la ministra de la Casa Civil, Erenice Guerra, en plena campaña.

Lula sufrió tres derrotas en unas presidenciales la primera ante Fernando Color de Mello y las dos siguientes frente a Fernando Henrique Cardoso y tuvo que reinventarse para ganar las elecciones en 2002.

Con la ayuda de Duda Mendoça, un gurú del marketing político, los asesores de Lula convirtieron al líder obrero en un político profesional, que comenzó a vestir con traje y corbata y moderó su discurso para ganarse a las clases medias.

Cuando llegó al poder, Lula se enfrentó al dilema de luchar contra la miseria y la desigualdad sin renunciar a la disciplina fiscal. No le ha ido mal: en ocho años, 30 millones de brasileños han salido de la pobreza y el país crece por encima del 7% del PIB anual, con la inflación bajo control.

Es un maestro en el arte del diálogo y la negociación, y su oratoria convence

No todos han quedado satisfechos, claro; ha recibido duras críticas desde la izquierda y los movimientos sociales, como los ecologistas y el activo Movimiento de los Sin Tierra, que no vieron ni remotamente cubiertas sus expectativas, y varios grupos del Partido de los Trabajadores se escindieron durante su primer Gobierno. Pero Lula es un animal político: dicen quienes lo conocen de cerca que es un maestro en el arte del diálogo y la negociación. Y su oratoria convence, resulta sincera, con ese estilo suyo tan particular, emotivo y conciso al mismo tiempo.

Si los números dan fe de los logros de su Gobierno y su carisma le hizo conectar con las clases populares, Lula cuenta además con la autoridad moral que le da su origen humilde. Su infancia sigue un patrón mil veces repetido en Brasil: la familia que emigra a São Paulo huyendo de la miseria del sertão, la árida región que predomina en el Noreste. Séptimo de ocho hermanos, Lula nació en 1945 en Caetés, una aldea del estado de Pernambuco, en el seno de una familia de campesinos pobres y analfabetos. Con 7 años llegó al Sureste, donde se especializó como tornero mecánico y acabó convirtiéndose en el líder del sindicato metalúrgico del polo industrial más importante del país y, años después, en cofundador del Partido de los Trabajadores.

Él no pierde ocasión en manifestar los contrastes de su biografía. Le gusta recordar que el mismo presidente que abandonó los estudios en quinto grado ha sido el que más escuelas ha creado en Brasil. Sus críticos lo tildan de populista, califican de clientelismo una popularidad masiva en el Noreste comprada, dicen ellos, por las ayudas sociales. Para otros, no es sino una política de izquierdas diseñada para cumplir aquella promesa que lanzó hace ocho años: que todos los brasileños coman tres veces al día. Sea como fuere, su popularidad adquiere tintes casi religiosos en algunos puntos del Noreste. Ya le comparan con Getulio Vargas, el 'padre de los pobres'. Ya le llaman el Perón brasileño.

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