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Los violadores acechan en las ruinas de Haití

El seísmo ha multiplicado la violencia endémica que sufre la mujer haitiana

DANIEL LOZANO

Se llama Petite desde hace unas horas. ¿Cómo rebautizar si no a esta pequeña haitiana de 9 años, que sonríe tras el umbral de tela de un hospital de campaña? Es la última niña, joven o mujer llegada a la unidad de violadas que la organización Médicos Sin Fronteras ha instalado en el Hospital de San Luis, en Puerto Príncipe. La única unidad que existe en todo el país.

Petite sonríe, como si fuera la encargada de dar ánimos a todos los demás. Ella se encarga de la esperanza. El martes de la semana pasada fue raptada a la salida de su colegio, en el barrio capitalino de Cafu Chada. Un hombre la mantuvo retenida durante varias horas. El maltrato fue tan salvaje que ha obligado a los médicos a operarla.

Petite tiene 9 años y fue raptada a la salida de su colegio

'Estaba horrorizada, muerta de miedo. Pero mantiene su sonrisa', describe Helene Thomas, la psicóloga europea encargada de esta unidad. 'Aunque su sonrisa no puede tapar todo lo que hay detrás'.

Y lo que hay detrás es la descomunal violencia contra la mujer, un mal endémico en Haití, utilizado históricamente como arma en los conflictos, que tras el terremoto ha empeorado. El raptor de Petite es una de esas bestias que recorren calles y campamentos cuando cae la noche. Alimañas que se alimentan de los tabúes de esta sociedad machista, que en gran parte disculpa a los violadores y estigmatiza a las violadas. Bestias que se benefician de la impunidad que impera en el sistema judicial, ahora también destruido.

En un hospital como el de San Luis, abierto a los pocos días del apocalipsis del 12 de enero, pensaban que lo habían visto todo. Pues no. La más pequeña tratada en esta unidad tiene 4 años. La de más edad, 65. 'La mayoría son violadas por bandas de hombres, que las apartan aprovechándose de cualquier situación y consuman su violación. Son bandas organizadas y armadas que se dedican a violar mujeres. Las historias que ellas nos cuentan son siempre las mismas, parecidos los modus operandi', denuncia Thomas. Los 78 casos atendidos en casi dos meses son sólo la punta de un iceberg que hace daño.

La machista sociedad haitiana disculpa al violador y aparta a la violada

Criminales al acecho

Casos como el de Aska, de 7 años, que no tuvo ninguna oportunidad frente a su violador y que tampoco se pudo beneficiar de la ayuda en el San Luis. Un vecino, amigo de su familia, la acechó durante días al otro lado de la ciudad. Hasta que llegó su oportunidad: la niña descansaba en la carpa donde duerme cerca de la plaza de Saint Pierre, en Peton Ville, al pie de su casa en mal estado tras el terremoto. El criminal la sorprendió y se la llevó a la fuerza al edificio vacío. Allí consumó la violación.

La policía tiene orden de búsqueda y captura contra él y uno de los tíos de Aska, agente, se ha conjurado para detenerlo. Pero, mientras tanto, Aska ha dejado de jugar. Sus padres, con familia en Santo Domingo, la capital dominicana, decidieron enviar a la niña al país vecino en busca del olvido.

Las violaciones son la primera preocupación de la policía del país

Las mujeres que se atreven a acercarse a la unidad dirigida por Thomas, y en la que también trabajan dos doctoras haitianas, se benefician del protocolo para estos casos, desde test de embarazo hasta la profilaxis contra el sida. Pero muy pocas, sólo un pequeño porcentaje, se animan a ser asistidas. ¿Por qué? 'Cuando el entorno conoce que una mujer fue violada, cambia de actitud hacia ella, siempre para mal. Por eso evitan denunciar a la policía. ¿Para qué nos vas a llevar?' parafrasea la doctora de Médicos Sin Fronteras. Los policías son hombres. Y a ellos les da risa'. Violadas que se sienten humilladas en un país donde las condenas contra estos crímenes son escasas y livianas.

La banda de Mattisant

Las medidas de autoprotección puestas en marcha en los campamentos de desplazados han evitado algunos crímenes. Pero el caos imperante en Puerto Príncipe, donde miles de mujeres se bañan desnudas todos los días ante ojos que no pierden detalle, es territorio ideal para estos criminales.

Mario Anderson, jefe de la policía haitiana, lo sabe. Y por eso ha prometido iniciar patrullajes en los campos de desplazados para luchar contra esta plaga. 'Mi preocupación número uno son las violaciones', añade Anderson, cuyas fuerzas especiales han logrado al menos descabezar la banda de Mattisant, uno de los barrios donde las alimañas campaban a sus anchas.

Marie es mayor que Petite y Aska. Pero llora tanto como ellas. Tendida en la cama de otro hospital, narra cómo una banda de más de cuatro hombres, con las gorras caladas sobre los ojos para no ser reconocidos, entró de madrugada en su casa, cercana a Cité Soleil.

'Querían llevarse la televisión, el teléfono, todo'. Y también a ella. 'Me golpearon, pero peleé fuerte. Y me dispararon. La bala entró por mi brazo derecho y me desmayé. Ellos se fueron, imagino que en la oscuridad pensaron que me habían matado'. Las bestias fallaron: ni la mataron ni la violaron. Pero lo siguen intentando todos los días y todas las noches, amparadas en las sombras de la ciudad y en las oscuridades de la sociedad.

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