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20-N: en el XLI aniversario de la muerte de un Franco de mitificado comportamiento

ÁNGEL VIÑAS*

Catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid. Autor de, entre otras obras, 'La otra cara del caudillo' y 'La conspiración del general Franco'. 

La sombra del hombre providencial enviado por Dios para salvar a la Patria de la amenaza de las “hordas moscovitas” sigue proyectándose en la actualidad. No es un caso único. Hitler, Mussolini, Stalin, Mao, Pol Pot, Trujillo, entre muchos otros, también arrojan o han arrojado oscuridades sobre las sociedades en que tronaron. Pero, retomando el bien conocido eslogan de los tiempos triunfales (“España es diferente”), aquí el ajuste con el pasado sigue encontrando dificultades.

Hoy hace 41 años que murió. No es un aniversario de número redondo y todavía quedan nueve hasta que se llegue al cincuentenario. Un amplísimo segmento de nuestra sociedad no tiene conocimiento directo de su dictadura pero los medios de comunicación social, los documentales y, ¡ay!, los historiadores siguen empeñados en transmitir análisis, reflexiones, cuentos y mitos sobre un pasado que no termina del todo de pasar.

¿Quién elevaría preces por Hitler, Mussolini, Pétain u Oliveira Salazar con el descoco que algunos hacen todavía aquí por Franco?

El caso español no es único pero sí se diferencia nítidamente en el conjunto de países europeos occidentales (lo que dejaron tras de sí los regímenes del “socialismo real” daría para muchos artículos, véanse los casos de Hungría y de Polonia). En (de norte a sur) Noruega, Finlandia, Dinamarca, Alemania, Países Bajos, Bélgica, Francia, Luxemburgo, Suiza, Italia, Portugal, Grecia (no cito a Austria), los demonios del pasado se han exorcizado más o menos contundentemente. ¿Quién elevaría preces por Hitler, Mussolini, Pétain u Oliveira Salazar con el descoco que algunos hacen todavía aquí por Franco?

Los historiadores hemos ido llegando a conclusiones basadas en evidencias (documentales y testimoniales) que iluminan los aspectos más sórdidos del régimen salido de una guerra civil “interminable”. La represión que siguió a la sublevación militar de julio de 1936, que se acentuó en la guerra misma y que continuó en la posguerra constituye, sin la menor duda, el capítulo más vibrante de la historiografía sobre nuestra contemporaneidad.

Los grandes mitos que todavía parecen tener influencia sobre un sector de nuestra sociedad (la demonización de la República, los disturbios y violencias de la primavera de aquel año, las “justificaciones” del golpe, las razones que explican la derrota de unos y la victoria de otros) no han resistido la contrastación documental, escriba lo que escriba algún profesor norteamericano y le imite un núcleo irreductible, aunque no a lo Astérix, de tertulianos, periodistas e incluso políticos. ¿Cómo olvidar alguno de los artículos de Doña Esperanza Aguirre en ABC?

Para alumbrar tiempos oscuros nada mejor que la luz de la historia. Sin adjetivos. Sin trabas. Sin censura. Con archivos abiertos

En los próximos meses saldrán a la luz varios libros que someterán a contrastación adicional ciertos mitos queridos de la derecha neo-franquista. El desequilibrio de los vectores internacionales (David Jorge). La responsabilidad de Franco en el bombardeo y destrucción de Gernika (Xabier Irujo). Los constreñimientos materiales a que se vieron sometidos los republicanos (Miguel Íñiguez).

En esa misma dinámica he tenido oportunidad de desvelar algunos de los mecanismos que ayudaron a Franco a hacerse con una fortunita personal que hace palidecer a la esparcida por la Gürtel. O cómo su tan alabada “hábil prudencia” para mantener a España fuera de la segunda guerra mundial puede echarse al cajón de los mitos. O cómo se las arregló para alargar la guerra, sin que le importaran un comino los sufrimientos de la población y la muerte de sus propios soldados. El año que viene también circulará otro ejemplo de renovado desmontaje de otro mito que ha reverdecido.

Para alumbrar tiempos oscuros nada mejor que la luz de la historia. Sin adjetivos. Sin trabas. Sin censura. Con archivos abiertos. Como en cualquier otro país occidental europeo. En esto, sin embargo, todavía queda algún trecho que recorrer.