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Matrimonio en crisis

Eduardo Lizarraga

Periodista

Al feliz matrimonio PP/PSOE le ha llegado la crisis. Y no porque estén peleándose entre ellos, que se quieren y necesitan más que nunca, sino porque la falta de recursos ideológicos y económicos, les está dejando las vergüenzas al aire y pueden terminar desahuciados de la que ha sido su vivienda durante casi cuarenta años. Algo que por otro lado le está pasando a muchos españoles, sin que la parejita política haya hecho nada por evitarlo.

Y el problema les llega porque de este matrimonio de conveniencia, gobernante en España desde la década de los 80, y afectado por una situación económica y social que está mostrando la decrepitud moral de la clase gobernante, ha nacido un hijo que amenaza su subsistencia como sistema de alternancia. No se puede entender de otra manera la irrupción de “Podemos” en la vida política española. Es fruto de ese matrimonio y de que la crisis económica la están haciendo pagar de forma sangrienta a la inmensa mayoría del pueblo español. Dejando indemnes, eso sí, a la clase política, banqueros, ricos y grandes corporaciones.

Conscientes todos los beneficiados por el sistema alternativo, de que el mismo puede estar llegando a su fin, han salido a la palestra a defender lo que creen suyo. Y se nota. Tanto en los medios de comunicación “públicos” como en los pseudopúblicos y en las redes sociales, el ataque a “Podemos” es invasivo y continuo, aunque muy poco eficaz, diríase casi que consigue el efecto contrario. Los periodistas asalariados del sistema, los adjudicatarios de pesebres públicos, los que tienen su trabajo dependiente de los partidos políticos, los sindicatos, las organizaciones empresariales… todos los que de una manera u otra están enchufados a la teta pública, obedientes e interesados, han respondido al toque de rebato y han salido a defender a sus amos y a su pitanza.

Para el Partido Popular, la situación es dantesca, con imputados en cualquier región o ayuntamiento de España.

Pero no es nada fácil darle la vuelta a una situación de años, que cada día se vuelve más indefendible. Por un lado el PP, asolado por casos de corrupción casi diarios y que no perdonan ni a su Comité Ejecutivo. Con Mariano Rajoy achicando los escándalos a cubos y con vías de agua cada vez más grandes, que están hundiendo su poder en Comunidades Autónomas, Ayuntamientos y Diputaciones, base de la victoria o la derrota en la próximas generales. Y ya piensa hasta en inaceptables retrasos de la convocatoria electoral para subvertir la situación… todo con la idea de que se afiance una recuperación económica que sólo se percibe en Génova 13 y que es un sarcasmo para la gran mayoría de los españoles.

Y por el otro un PSOE desconcertado, que pensando en la “santa alternancia”, creía, como derecho inalienable, que ahora le tocaba a él asumir la presidencia de esta empresa que es España y colocar a los suyos en los mejores puestos, para que medraran durante unos años. Y no es que no tenga también casos de corrupción, que los tiene, sobre todo en aquellos lugares que como Andalucía están bajo su control desde hace demasiados años. Lo que sucede es que además, carece de la necesaria credibilidad para enfrentarse a la ingente tarea de darle la vuelta a todo el entramado neoliberal y de privatizaciones, recortes y desmantelamientos que ha realizado el PP durante estos largos tres años. Y carece de credibilidad, porque en la gran mayoría de los casos ha sido el cómplice necesario.

Y el problema de estos dos partidos se acrecienta cuando la opinión pública percibe que dentro de sus cuadras –sí, sí, he dicho cuadras que no cuadros– existe una gran carencia, al menos en apariencia, de políticos honestos y que puedan representar al pueblo luchando contra las injusticias sociales y olvidándose de sus bolsillos. El saliente presidente de Uruguay, José Múgica, es un ejemplo de político honesto que no se ha enriquecido con su cargo. Y es ejemplo, por lo extraño que resulta en comparación con lo que sucede en nuestro país, donde los pocos políticos encarcelados saben, que cuando salgan, tendrán a su disposición el dinero robado y convenientemente oculto.
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Y son los correligionarios de estos políticos, carentes de ética y moral, los que se asoman diariamente a los medios, para gritar contra los nuevos candidatos del pueblo que amenazan sus poltronas y prebendas. Políticos nuevos, que dan esperanzas nuevas a un pueblo oprimido por una situación económica gestionada de forma nefasta, con escándalos de corrupción a diario y una casta gobernante que no quiere perder sus privilegios.

Para el Partido Popular, la situación es dantesca, con imputados en cualquier región o ayuntamiento de España. La documentación judicial de los casos Gürtel, Bárcenas, Brugal, Palma Arena, Fabra, Caja Madrid/Bankia, Púnica, está repleta de pruebas de la situación a la que se ha llegado. Y las disculpas de Mariano no sirven de gran cosa para una ciudadanía harta de recortes y de ver cómo el necesario y escaso dinero público es saqueado por unos delincuentes electos y sus cómplices. Y no sirven, porque detrás de las disculpas no hay exigencia de responsabilidades políticas a los implicados, que son muchos, y lo único que se extiende a todo lo largo y ancho del PP es la invocación –como si fuera un dios- a la presunción de inocencia. Ni responsabilidades políticas ni actuaciones enérgicas… jajaja Rajoy actuaciones enérgicas… jajaja.

La corrupción en el PP, como se está demostrando a diario, no es un caso aislado, sino un fenómeno bastante generalizado que se ha extendido desde la sede central del PP, en Génova 13, a muchos de sus gobiernos, ayuntamientos o diputaciones. Y la corrupción que se va conociendo, puede terminar por alcanzar a los grandes “intocables” del partido: Rajoy y Aznar. La necesaria némesis les va a llegar por el voto de los electores y a ella debiera suceder una catarsis que limpiara el Partido Popular de todos los políticos que, de una manera u otra, han metido la manos en la caja pública, que es de todos y que son muchos.

Ninguno de los dos grandes partidos parece estar dispuesto a hacer lo necesario para acabar con el problema de corrupción generalizada.

El problema radica en que los partidos políticos, sobre todo PP y PSOE, han convertido la corrupción en un sistema de enriquecimiento sustentado en tres grandes pilares: el corruptor, el corrupto y el que mueve y esconde el dinero. Es decir, políticos, empresarios y expertos financieros. Y si aún se persigue y castiga poco a los políticos, los empresarios y las entidades financieras siempre quedan apartados, como si no fueran parte del sistema corrupto que está minando, tanto la economía del país, como sus convicciones democráticas. Y ninguno de los dos grandes partidos parece estar dispuesto a hacer lo necesario para acabar con el problema de corrupción generalizada, un mecanismo que les permite disponer del suficiente dinero para pagar a sus fieles y quedarse con algo para su peculio… o tal vez sea al revés.

El caso es que la lucha contra la corrupción debe sustentarse en un cierto cambio legislativo, pero también necesita, como Jueces para la Democracia ha denunciado recientemente, un importante aumento de personal y equipamiento informático acorde con los delitos y los medios empleados. Y parece que esto no interesa a los dos grandes partidos empeñados ahora en pactos vacíos, tanto de alcance como contenido.

Para qué hablar de la lentitud y politización de la Justicia en España, que convierten en una chanza la separación de poderes y a la impunidad como la única realidad visible para este pueblo español, que éste año pasa a ser electorado.

Así están las cosas en España, cuando como producto de todo ello surge la opción de “Podemos”. Y no es sólo por la asociación antinatural de ese matrimonio bien avenido PP/PSOE, ni por el interesante aderezo de los escándalos de corrupción existentes, que también, sino porque el electorado ha cambiado.

Hemos pasado de una juventud despolitizada en los años 90, hastiada de la intensa vida política que siguió a la muerte de Franco –lo de cambio de régimen me parece un chiste de mal gusto–, a la que se llegó a acusar de apolítica, despreocupada, indolente… y un largo etcétera, y a la que tan sólo le preocupaba el apartamento de la playa, el cochecito y la vida burguesa, a todo lo contrario. Una juventud que se mueve en unos parámetros muy diferentes a la juventud que conocíamos, con entornos de solidaridad y de trabajo en común; con una preparación técnica y cultural muy superior, y para la que el régimen asambleario y la democracia interna son necesidades ineludibles.

Esta nueva juventud desprecia a los partidos políticos tradicionales, como hacían los jóvenes de la década de los 90 con el PSOE o el PP, pero al contrario de aquellos no pasa de la política sino que intenta modificarla. Y no la quiere cambiar con una revolución en las calles –nuestra vieja revolución pendiente desde el XVIII–, sino que está dispuesta a llevarla adelante, desbancando a los actuales políticos de las instituciones, vía las urnas. Distinta, sí, pero también puede ser una revolución con consecuencias impredecibles y de largo alcance.

Y con ésta juventud, con los hastiados de la política española, los represaliados sociales por una u otra causa, los afines a una izquierda que no encuentran ni en el PSOE ni en IU, con las clases medias que votaron PP y los han hundido en la miseria… en suma, con un amplio espectro social que tiene en común que no abreva de los pesebres políticos y que quiere cambios; con todos ellos ha conectado “Podemos”. Que además trae formas nuevas de hacer política, como es el control mediático a través de las redes sociales, el voto directo de las personas para elegir a sus representantes y una manera de decir la realidad que llega diáfana al electorado, entre muchas otras.

Por el lado contrario encontramos a un PP asustado, maestro del regate casposo en corto, con expresiones como la Ley de Seguridad Ciudadana, que no le va a traer más que disgustos, anonadado todos los días por un nuevo caso de corrupción entre sus filas. Y un PSOE horrorizado de quedar relegado a tercera fuerza política y perder muchos de sus tradicionales pesebres, con el “efecto Sánchez” a la cabeza. Un PSOE que no consigue despegar a pesar de estar copiando algunas de las formas exitosas de “Podemos”, con convocatorias virales a través de las redes. Y que niega de forma sistemática cualquier posible pacto de gobierno con el Partido Popular, además de caer en el error de acusar a “Podemos” de populismo, término ya tan manido que está dejando de tener un sentido peyorativo.

Pero no hay que perder la perspectiva de que los verdaderos enemigos de la democracia en España no son estos dos partidos políticos, manchado de corrupción y manipulados, sino los que les controlan. Las élites extractivas, que no se presentan a las elecciones, pero que ponen a sus peones en los carteles electorales, para que lleven adelante los programas ocultos que les interesan. Son las compañías energéticas, las entidades financieras, las tecnológicas… multinacionales todas, que han convertido a nuestro país en su cortijo particular, del que extraen recursos y mano de obra barata, imprescindibles ambos, junto con una legislatura apropiada, para lograr el control del país y unos beneficios empresariales y personales nunca vistos. Y van a ser duros de pelar, no creo que dejen perder su predio fácilmente.

Espero de “Podemos” muchas cosas, y no sólo una nueva forma de hacer política en España, sino un auténtico lavado en profundidad –más que a Mr. Propper utilizaría un cepillo de carpintero– que cambie la actual sociedad que conocemos por otra en la que el poder resida de verdad en el pueblo y el neoliberalismo cambie por un estado social. Y para eso le van a bastar dos legislaturas tan sólo. Bien aprovechadas, eso sí, porque la tarea de desmontar el marco legislativo liberal que el tándem PP/PSOE ha llevado adelante se va a comer la primera de ellas. Y a partir de ahí hay que derribar tabúes y abordar la reforma de la Constitución, de la Ley Electoral, la no injerencia del poder político en la Judicatura y la financiación de los partidos. ¡Casi nada!