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¡Es Europa, estúpido!

 

ERNEST MARAGALL*

Ahora mismo la cuestión que Europa debe afrontar no es simplemente la de saber si Grecia va a seguir perteneciendo a la zona euro, sino otra de carácter fundamental sobre qué tipo de Europa es posible.

¿Europa es algo más que el conjunto de reglas de juego básicas para la competencia fiscal y comercial entre naciones, o es una verdadera unión de naciones esforzadas en conseguir alguna cosa mayor y mejor que su propia adición?

Si se trata de la primera opción, hoy Grecia sería ciertamente la perdedora, y pronto sería seguida por otros candidatos (España, Portugal, Irlanda...) hasta que quedara un único y absoluto vencedor. La Unión Europea sería entonces algo parecido a lo que era en el momento de su fundación, con el euro como poderosa arma económica.

Desde 1948 hasta 1999 la tasa de cambio entre el marco alemán y el dracma griego se multiplicó por 14. A lo largo de ese período la moneda griega se devaluó sucesivamente para ajustar sus desequilibrios exteriores. Formando parte de la Eurozona, los desequilibrios reales seguían produciéndose, pero ya no era posible su ajuste mediante devaluación monetaria dando lugar a una colosal deuda externa.

¿A quién hay que culpar por ello si no a los que creyeron que una moneda común podría mantener un equilibrio global contando con la política monetaria como único instrumento? ¿Quién pudo realmente creer en ello, excepto esos ingenuos y equivocados monetaristas?

Aquel fue el primer gran error de la Unión Europea. El segundo fue el de creer que la política de austeridad y las devaluaciones internas podrían revertir la crisis económica. Los resultados de ese enfoque están ahí para todo el que quiera verlos: deuda estratosférica, desempleo y pobreza en los países deudores, combinado con deflación en el conjunto de la Unión Europea. ¿Cómo puede la troika seguir insistiendo en el uso de tan injustos e inútiles remedios? La cuestión real que hoy afrontamos no es, pues, decir sí o no a Syriza, ni, claro está, si Grecia debe decir sí o no a la Unión Europea.

La cuestión real es cómo la Unión Europea continúa su propia construcción desde el punto en que se encuentra.

¿Alguien en EEUU amenazó a Detroit con la expulsión del dólar o de la Unión cuando entró en quiebra técnica financiera? ¡Por supuesto que no! En lugar de ello, el Gobierno federal intervino invirtiendo en la General Motors, la mayor empresa privada de Detroit, al mismo tiempo que garantizaba la protección a los desempleados.

Los Estados Unidos tienen una larga historia con algunas guerras en el camino, pero Europa tiene una historia mucho mayor y nuestras guerras han sido guerras mundiales.

Quizás haríamos bien en recordar el compromiso de 1790, cuando Virginia mostró amplia generosidad en relación a los restantes y más que endeudados Estados fundadores de la Unión, asumiendo en beneficio de todos una parte de la deuda conjunta mucho mayor de la que le correspondía.

La Unión Europea afronta hoy un desafío de la misma magnitud histórica. Debe decidir sobre su propia existencia y, claro está, sobre su futuro común. Es en este sentido que algo de sabia generosidad podría conducirnos a una única y gran victoria europea.

*Ernest Maragall es eurodiputado de Los Verdes-Alianza Libre Europea

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