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Hartas de reivindicar lo obvio

La `Women´s March' ha congregado a unas 500.000 personas en Washington / EFE

*Adjunta a la directora de Público

He tenido varias veces -pocas- en mi vida la sensación de ser parte viva de la historia, de protagonizar un momento que será recordado más allá de nosotros, los que estuvimos allí. Este sábado ha sido uno de ellos.

No estaba ‘allí’, sino ‘aquí’. Ni en París ni en Washington, ni en la India ni en Sudáfrica: en Madrid, trabajando en la redacción de Público y viendo a través de las pantallas cómo las Marchas de la mujer crecían imparables por medio mundo desbordando las calles hasta estallar en Washington y tantas otras ciudades en un ejercicio de poder y fortaleza femeninos; de unión y camaradería; de libertad y orgullo; de reivindicación de la diversidad y el amor; de puesta en valor de lo que hemos conseguido hasta ahora como mujeres, que es mucho, pero no suficiente, porque no importa cuántos pasos demos al frente si al final un sujeto como Donald Trump acaba sentándose en el despacho oval de la Casa Blanca como presidente de los Estados Unidos tras despacharse pública y frecuentemente con comentarios como estos:

“Las mujeres son, en esencia, objetos estéticamente agradables”.

“Un hombre tiene claro lo que quiere y hace lo que sea para obtenerlo sin ningún tipo de límites. Las mujeres encuentran que ese poder que tengo es tan excitante como mi dinero”.

“Cuando eres una estrella, [las mujeres] te dejan hacerles cualquier cosa. Agarrarlas por el coño. Lo que sea”

“Si Hillary no puede satisfacer a su esposo, ¿cómo pretende satisfacer a Estados Unidos?”

“De 6.000 acosos sexuales no reportados en las fuerzas armadas, sólo 238 han sido sancionados. ¿Qué otra cosa esperaban, si mezclaron a los hombres con las mujeres, genios?”

Pero he llamado ‘sujeto’ a Trump, y he cometido un error; no le volveré a llamar ‘sujeto’, ni ‘personaje’, ni ‘tipo’, ni ‘basura’, porque Donald Trump es el presidente de los Estados Unidos y nombrarlo de forma peyorativa le haría parecer un hombre con capacidad mermada para el desempeño de su papel como presidente, como varón y como persona. Nada más lejos de mi intención que insinuar que Trump tiene una tara o un defecto intelectual que le impide vernos a las mujeres como lo que somos, porque hacerlo sería de alguna manera disculparlo.

Es lo mismo que decir, en un caso de violencia machista, que él le pega puñetazos a ella porque tiene celos, porque ha bebido o porque pierde los nervios. No, señores, la golpea porque le da la gana, porque cree que ella es de su propiedad. Al igual que Trump cree que nosotras estamos para mamársela a él y a los de su club de amigos.

Pues bien, medio millón de mujeres (y hombres) -y otro tanto en diferentes ciudades de EEUU y del resto del mundo- le han gritado a las puertas de su nueva casa en Washington que no, que no necesitamos a un Trump que nos diga lo que tenemos que hacer ni cómo nos tenemos que comportar ni a quién tenemos que satisfacer; que no vamos a permitir ni un milímetro de retroceso en lo que nos ha costado tanto conseguir; que somos una fuerza imparable porque sumamos, entre otras cosas, la mitad de la población mundial, y tenemos una resistencia y un aguante que nos han dado siglos de lucha, de sufrimiento y de resiliencia.

Sin embargo, y sin restar un ápice de orgullo por el sentimiento de pertenencia a este colectivo tan inmensamente poderoso, tras esta jornada histórica me queda una cierta amargura que se resume perfectamente en la pancarta que sujeta esta mujer: 

"No puedo creer que todavía tenga que estar protestando por esta puta mierda" (y disculpen el lenguaje).

Es difícil no sentirse identificada con el sentido de esas palabras. Me pregunto si no será precisamente ese hastío el que ha convertido en fabulosa y multitudinaria esta protesta contra Trump; si no es ese factor el que nos enfada aún más: nuestro hartazgo de tener que reivindicar una y otra vez lo obvio, lo que nos corresponde, los derechos que son nuestros y que nadie nos tiene que regalar. Lo que nos irrita es haber logrado callar a tantos miserables a lo largo de nuestras vidas, y que ahora usted, el rey del cretinismo, tenga un micrófono con más decibelios que la media. Porque nos obliga a gritar de nuevo todas esas obviedades que a usted le resbalan, pero que a nosotras nos hacen cada vez más fuertes. ¿Pero qué son cuatro años tras siglos de lucha? Como posiblemente diría usted, peanuts. Pues eso. Este sábado ha sido sólo una cálida bienvenida.

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