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"En una sociedad de lo común no
hay más obligación política que
la coparticipación ciudadana"

Los intelectuales franceses Christian Laval y Pierre Dardot han despertado el interés de la izquierda europea gracias a sus agudos análisis sobre el neoliberalismo y la democracia. Estos días visitan España para promocionar 'Común', su último libro.

Christian Laval, a la izxquierda, y Pierre Dardot, a la derecha, en una imagen de archivo.

JORGE OTERO

MADRID.— El sociólogo Christian Laval y el filósofo Pierre Dardot han pasado la última semana entre Barcelona y Madrid dando conferencias y promocionando su último libro, Común (Editorial Gedisa), una obra de la que el subtítulo ya da muchas pistas: Ensayo sobre la revolución en el siglo XXI. Un libro, destaca la promoción de la editorial, que servirá a quien lo lea "para comprender no sólo el mundo de hoy, sino el de mañana". 

Lo cierto es que en el libro estos dos intelectuales franceses plantean y explican la necesidad de implantar en la sociedad actual el principio de lo común. Lo común es un principio político basado en una democracia real y verdaderamente participativa que permita a los ciudadanos participar en la toma de decisiones. El reto, reconocen los dos autores, es complicado. Pero las ideas de estos intelectuales cada vez calan más hondo entre la izquierda europea. "Al menos en España nuestras ideas siempre son bien recibidas", señalan con una sonrisa en la cara. 

¿Qué es lo común?

Pierre Dardot: Es un principio político que se puede aplicar a todos los ámbitos de la sociedad y que es la base de un concepción de la democracia en su sentido más puro y radical, el de la democracia participativa, el de una democracia que implique la coparticipación de los individuos en una misma actividad. En una sociedad de lo común no hay más obligación política que aquella que nace o procede de la coparticipación. Ese es el principio de lo común.

Ustedes definen su libro como un "ensayo sobre la revolución del siglo XXI" ¿Lo común reclama una revolución política, económica y social?

Christian Laval: En los últimos 30 años el neoliberalismo se ha presentado como la revolución de las clases dominantes y de los grupos oligárquicos que dominan la sociedad. Nuestro concepto de revolución va en sentido contrario: creemos hay que restituir las actuales instituciones a la sociedad y transformarlas según el principio de lo común. Una revolución no quiere decir que deba haber una insurrección violenta; es cierto que puede haber momentos de tensión, de enfrentamiento, porque atacar a los intereses de los clases dominantes y de las formas políticas que sirven es arriesgado y crea un conflicto, pero lo importante es que la sociedad retome el control sobre su forma de organización política y social.

Dicen que lo común es un principio político. ¿Cómo se pone en marcha ese principio?

Laval: La revolución de la que hablamos ya ha comenzado. Hemos pasado de las protestas y las manifestaciones en la calle a ver cómo se han puesto en funcionamiento cooperativas y asociaciones que se rigen por el principio de lo común. Todo lo que se hace a nivel local en términos de, por ejemplo, moneda común, huertos urbanos compartidos, cooperativas de autoconsumo, etcétera, fomenta la transformación de la sociedad. Múltiples formas de autogestión y de autoorganización social están transformando el tejido de la sociedad.
Dardot: La dificultad estriba en que todas estas actividades de lo común son aún muy difusas y hay que ver cómo articularlas entre los diferentes niveles de la sociedad. Y eso es muy complejo. Por ejemplo, en Madrid y Barcelona han ganado Manuela Carmena y Ada Colau, pero ellas por sí mismas no van a transformar la sociedad. Y eso te lleva a preguntarte por las limitaciones a la que tienen que enfrentarse y en qué medida un ayuntamiento puede favorecer la extensión y la difusión de esas prácticas y en qué medida esas ideas pueden ayudar en la labor de gobierno del equipo municipal.

¿Cuál es la diferencia entre lo común y un servicio público como la Sanidad o la Educación?

Dardot: Es evidente que una Educación o una Sanidad públicas son algo común. Pero nosotros planteamos una condición: que ese servicio no sea un monopolio de la Administración del Estado, sino que que sea verdaderamente algo común, que se organice de tal manera que los usuarios de ese servicio, los ciudadanos, puedan también participar en la gestión de ese servicio y en la toma de decisiones. Lo que decimos es que lo público, o estatal, debe transformarse: hay que superar esa división entre los funcionarios que tienen el monopolio de la administración estatal y lo que llamamos los usuarios. Porque al menos en Francia, cuando hablamos de usuarios tendemos a reducirlos a meros consumidores. Lo común tiene una función fundamental: la de superar esa división y asociar directamente a los usuarios a la gestión y dirección de ese servicio público. Para nosotros esa transformación es clave, lo cual no quiere decir que haya que acabar con lo público. Lo que hay que hacer es desligar lo público del Estado y no dejar que los ciudadanos sean relegados a un papel pasivo en el que ni siquiera se tiene en cuenta su opinión.

Pero el Estado como tal seguiría existiendo, ¿no?

Dardot: Claro que sí. No somos anarquistas. No somos partidarios de la abolición del Estado. Éste tendría, simplemente, un papel diferente. Creemos que el Estado debe transformarse a través de lo común, a través de esas nuevas prácticas sociales. No somos tampoco estatistas y no creemos que el Estado deba ser el centro de todo. Es una idea complicada, lo sabemos.

¿Y la economía de mercado seguiría funcionando o habría que romper con el capitalismo?

Dardot: No es lo mismo el capitalismo que el mercado. Consideramos que una sociedad de lo común debería rompería con el principio mismo del capitalismo, es decir la idea de la acumulación de capital: eso es difícil de conciliar con el principio de lo común. Sin embargo, lo común no implica que todo deba ser común, no implica la supresión del comercio privado. No somos partidarios de la supresión del mercado; somos partidarios de limitar su influencia. El mercado tiene su espacio pero debe subordinarse a la lógica de lo común. El derecho de propiedad no debe ser absoluto. Esa es una transformación importante.

¿Qué ocurriría con el actual sistema de partidos políticos?

Dardot: Los partidos tendrían que adoptar la democracia interna. Desde mediados del siglo XIX los partidos políticos se conciben como organizaciones que compiten entre sí para conquistar el poder, para conquistar el Estado, en suma. Esa idea es muy vieja y debe ser superada: el partido político, si queremos llamarlo así, debe ser una organización cuyo primer objetivo sea funcionar como una organización verdaderamente democrática y, en segundo lugar, debe favorecer y facilitar las iniciativas y las prácticas del principio de lo común. Conquistar el poder no debe ser el primer objetivo, el objetivo primordial debe ser el de coordinar y difundir de las ideas de lo común. Somos conscientes, sin embargo, de que para los políticos es difícil evitar hablar en nombre de los ciudadanos.

¿En qué medida han influido en sus ideas movimientos como el 15-M?

Laval: En nuestra obra anterior, La nueva razón del mundo, analizamos la manera en que el neoliberalismo ha transformado la sociedad, y contamos como el neoliberalismo ha ido encontrando resistencias. Esas resistencias han dado lugar a movimientos poderosos que no sólo han sido movimientos de contestación, sino que también han propuesto una alternativa. Lo que nos llama la atención del movimiento 15-M, del Occupy Wall Street y otros es la relación que han establecido entre la defensa de una democracia real —incluidas las críticas a las actuales formas de representación política con el ‘No nos representan’— y el paso a la institución de lo común como nueva forma de vida. Eso para nosotros ha sido fundamental. Nuestro método de trabajo consiste en pensar que los nuevos conceptos y las nuevas ideas nacen de las luchas y de los conflictos sociales; así lo demuestra la historia. Nuestro trabajo es elaborar ese concepto de lo común, clarificarlo y devolverlo a los movimientos sociales, devolverles, en suma, lo que ellos mismos han creado.

¿Qué piensan de Podemos? ¿Creen que es el partido heredero del 15-M?

Dardot: Es cierto que Podemos se presenta como el heredero del 15-M, pero en su aún corta historia se aprecia una tensión entre la estrategia de convertir a Podemos en una máquina electoral que pretende, como dicen ellos, ocupar la centralidad del tablero, y su funcionamiento interno basado en los círculos y las asambleas ciudadanas. Los círculos son una encarnación directa de lo que es el principio de lo común. Además hay otras dificultades añadidas, como se ha visto en las últimas elecciones catalanas. Y luego están las elecciones generales del 20 de diciembre y la confluencia de Podemos con otras fuerzas políticas. Todo es muy complicado. Es una situación de tensión que, sin embargo, no sorprende: es el resultado de una crisis de crecimiento. No tenemos porque dudar de las posibilidades electorales de Podemos, pero tendrán que replantearse cosas.

¿Se puede realmente vencer al neoliberalismo? Se le ve fuerte.

Laval: Bueno, el neoliberalismo, al menos en la forma actual, sólo tiene 30 o 40 años de existencia, así que desde una perspectiva histórica podríamos decir que no es gran cosa, pero es cierto que es muy poderoso. Lo cierto es que asistimos a una crisis sistémica generalizada: económica, política, climática, etcétera, y la confluencias de esas crisis puede dar como resultado la emergencia de movimientos más poderosos que los que hemos conocido hasta ahora. La Historia está lejos de haber acabado. Es eso lo que nos impulsa a creer que en algunos años podremos asistir a grandes sorpresas, a grandes cambios. Los partidos políticos sólo tienen 150 años, son formaciones que pueden mutar, cambiar o incluso desaparecer dejando lugar a otras formaciones distintas. Cuando uno está dentro de un sistema, de una etapa histórica, cuesta comprender o visualizar cómo superar ese sistema, de ahí la importancia de la Historia. La Historia nos muestra la relatividad de los sistemas sociales y políticos y lo proclives que son al cambio. 

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