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39 Congreso Federal del PSOE No todo va a ser Hamlet

La secuela de Pedro presidente atrajo a unas 3.000 personas, de los que 941 eran delegados, más del 90% del total. El Auditorio del Palacio Municipal de Congresos de Madrid llenó el aforo y obligó a varios cientos de invitados a conformarse con presenciar el espectáculo a través de pantallas gigantes. La cosa empezó como un concierto de Bisbal.

La presidenta de Andalucía, Susana Díaz (c), consulta su móvil durante la inauguración del Congreso Federal del PSOE, esta mañana en Madrid. EFE/Sergio Barrenjechea

Aníbal malvar

Ya nos lo anunciaba la veterana y sabia compañera de El Mundo, Lucía Méndez, mientras hacíamos cola para recoger las acreditaciones: “Este va a ser el congreso más aburrido de la historia del PSOE”. Y la jornada sabatina no desmintió los agoreros pronósticos. No todo va a ser Hamlet y Juego de tronos. Toca ahora Los puentes de Madison en versión casta.

La secuela de Pedro presidente atrajo a unas 3.000 personas, de los que 941 eran delegados, más del 90% del total. El Auditorio del Palacio Municipal de Congresos de Madrid llenó el aforo y obligó a varios cientos de invitados a conformarse con presenciar el espectáculo a través de las pantallas gigantes del vestíbulo. La cosa empezó como un concierto de Bisbal, con luces apagadas, unos focos mareantes que pusieron adrenalina sintética sobre las cabezas de los concurrentes, y una música marchosilla de ese estilo indefinible y ascensórico que tienen las bandas sonoras de los partidos políticos. Pero fueron apenas unos segundos. Enseguida se pasó a la elección de la mesa del congreso y a las más o menos tediosas salutaciones fraternas de ONGs e invitados institucionales. A Josep Borrell le pilló la cámara rindiéndose al sueño en una de las primeras filas.

A la puta base, Felipe González le parece ya un Darth Vader poco fiable, o sea, un padre que se ha pasado irremediablemente al lado oscuro de la Fuerza

En el vestíbulo, bajo los plasmas, un grupo de guerreras socialistas aplaudía cada frase con entusiasmo, como si el plasma pudiera oírlas. Y todo fue previsible y cordial, salvo cuando Fernández Toxo subió a la tribuna y se sorprendió a sí mismo de su presencia allí: “Me parece que es la primera vez que Comisiones Obreras está presente en un congreso socialista: algo está cambiando”. Gran aplauso. Como los que recibió cuando insistió en la necesidad de cambiar gobierno para impulsar las políticas antimachismo, la memoria histórica, el fin de la precariedad laboral… Las buenas intenciones de siempre, o sea. Sin embargo, su diatriba contra los tratados de libre comercio y su opacidad no recibió tantos fervores y entusiasmos. Más bien casi ninguno. Ahí el corazón socioliberal del PSOE no tiene muy claro por dónde palpitar.

A María Isabel, militante que está a mí lado bajo el plasma, sentados en un podio, le asombra lo moreno que está Pedro Sánchez, e interpreta la pigmentación como si se tratara de la de Diego Cañamero y su noble bronceado labrador: “Claro, Pedro ha ido de pueblo en pueblo por toda España y mira cómo se ha puesto”. Le doy la razón para no enturbiar su ardor revolucionario, pero a mí me da la impresión de que el bonito moreno de Pedro El Renacido es de playa o de UVA.

Dejó fría a la peña la salutación brevísima y sin citar a Sánchez que mandó Felipe González desde Colombia. Había mucha más expectación entre los periodistas. A la puta base, FG le parece ya un Darth Vader poco fiable, o sea, un padre que se ha pasado irremediablemente al lado oscuro de la Fuerza. Un frágil jubilado que observa desde su silla el pantallazo del sevillano se atreve a decir con voz clara: “A ver qué negocios estará haciendo éste con los colombianos”. Y nadie se le enfada.

Pero eran excepciones en la alegría rose-power que se vivía en el palacio del Campo de las Naciones. Era como un mundo feliz huxleyano, como un concilio de curitas progres con guitarra, como la fiesta de cumpleaños de un hijo de Ana Mato. Todo felicidad.

Susana Díaz y las medallas a las vírgenes

Paseo por los stands del Congreso y me paro con el tesorero de Europa Laica, la organización que destripó las cuentas de la Iglesia hasta concluir que mantenerla nos cuesta 10.000 millones de euros anuales a los españoles. Miguel Ángel Montero, sexagenario avanzado que viste vaqueros cortados, camiseta y gorra con su lema, me quiere inundar de folletos y documentaciones. Sanchista confeso, me dice que “la perspectiva del partido es buena”. Y que él está ahí para que, por fin, el PSOE se comprometa a eliminar, si gobierna, los acuerdos con la Santa Sede. Considera que eso puede revertir el trasvase de votos hacia Podemos. “Con Susana eso ni se podría plantear. En Andalucía, gobierna participando en misas y procesiones y poniéndole medallas a las vírgenes, como hacían los jerarcas franquistas. No puede ser”.

José Delgado es un jubilado de banca que viene desde Córdoba. Lo abordo porque lleva el rictus serio y recio y lo intuyo susanista. Pero me equivoco.

--Esto de que todo parezca exaltación de la amistad y el amor, parece un poco artificioso después de todo lo que ha pasado. ¿Será Susana Díaz fiel al mandato de los militantes?

--Será racional y también buscará la cohesión.

--No lo dice usted muy convencido.

--Es que yo vengo de Andalucía y ya le he visto las maniobras.

La balear Francina Armengol, única de los siete presidentes socialistas que apoyó a Sánchez, está tan exultante que se acerca al periodista antes de que la aborde.

--Nos estamos aburriendo, presidenta. No hay ni puñaladas, ni traiciones, ni embozados tras las esquinas del palacio.

--Pues yo no me aburro. La alegría nunca es aburrida.

--¿No nos van a conceder ni siquiera una batallita submarina, aunque sean tan tediosas?

--No te hagas ilusiones. Está todo más que zanjado. Las primarias fueron ejemplares.

--¿Y Susana Díaz?

--Todos somos necesarios. Y no insistas –se ríe cercana y cómplice--, que el morbo de la noticia no te lo vamos a dar.

Al salir, a Javier Fernández, presidente de la gestora que derribó a Pedro Sánchez, posa en selfies sin mover un músculo. En aras de la objetividad periodística, decir que nunca ha movido ninguno, que se sepa. Recibe besos y selfies de un montón de chicas jóvenes, pero poco más. Se va sin atender a este reportero, y creo que a ningún otro.

Otro de los perdedores que anda cerca es Antonio Miguel Carmona, a quien se le ha quedado cara de paralís desde que tuvo que sentarse tras Susana Díaz la noche en que esta reconoció la victoria de Pedro en primarias. Un militante le sorprende con un abrazo y lo felicita por haberse cortado el pelo. Debe ser la única cosa, en este contexto, por la que se le puede felicitar. “La unidad suele ser menos animada que el disenso”, zanja la conversación y regresa a su melancolía postertulia. Ángel Gabilondo tampoco acepta el tedio como diagnóstico: “De ninguna manera se puede aburrir aquí nadie al que le importen las ideas, la confrontación de ideas”.

--Es más animada la confrontación a secas.

--Todos hemos aprendido que se puede discutir, pero hay que convivir.

Y en esto sale Susana Díaz, disimuladamente muy escoltada, con prisas, aunque recuperando a besos su manera folclórica y rociera de hacer política. A pesar del escándalo ambiente, se oyen los muacs de sus ósculos contra las mejillas de sus incondicionales. Son besos ruidosos de abuela antigua. Y lo dice alguien que malicia que, todos los besos que hacen ruido, son inanes o son falsos.

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