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Paquita Sauquillo, la toga del Pozo del Tío Raimundo

La presidenta y fundadora del Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad y –hoy con ganas de dejarlo “porque el niño ya anda solo”- repasa para 'Público' una trayectoria de compromiso en defensa de los trabajadores

Paquita en su despacho de Lista en 1970. A LARENA

CRISTINA S. BARBARROJA

MADRID.- Paquita Sauquillo (Madrid, 1943) es un torbellino. Se explica mientras recorre apresurada las mesas en las que hace seis décadas se distribuían una pila bautismal, confesionario y altar. Interrumpe su discurso para preguntar cómo va “lo de Palestina” o “el asunto Guatemala”, o para interesarse por los niños de una compañera. Hasta que se sienta en la sacristía… y respira.

Debe de ser la magia del lugar. La misma que conquistó a un cura falangista, guía espiritual de Franco, y lo convirtió en el cura rojo del Pozo del Tío Raimundo, el Padre Llanos. El mismo espacio en el que hoy, en vez de crucifijos, cuelgan las fotografías de Paca con Yasir Arafat o Fidel Castro: el despacho de la presidenta del Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad (MPDL)

Lo ha decorado con los muebles de madera noble que trajo de la casa familiar de Fuenlabrada, “de cuando la ciudad era un pueblo de Castilla la Nueva que estaba lejísimos de Madrid”, recuerda con una sonrisa. Hija de militar, “un lector incansable y abierto”, y de una cantante de ópera que “tuvo que dejar la lírica para obtener el certificado de buena conducta que le exigía el Ejercito”, Paquita podría haber tenido una existencia cómoda. Pero nació crítica e inteligente la niña bien, a la que una serie de inputs –así los llama ella- le moldearon la rebeldía y el compromiso.

El primero le llegó con el “clasismo” de las ursulinas del colegio madrileño del Loreto en el que se educó. “Había dos puertas: una para las niñas pobres y otra para el resto. Yo salía de casa con otra niña que vivía en la portería de Conde Peñalver y cuando llegábamos al colegio nos separaban. Y a mi aquello, a pesar de ser muy pequeña, me chocaba”. El segundo impacto fue una visita al Valle de los Caídos: “Me impresionó el Valle y, más aún, cuando en el coche, volviendo a casa, mi padre le explicó a mi madre cómo se había levantado con el trabajo de los presos, el de los vencidos”.

A los 14 años, la vida golpeó a Paca con su primera gran pérdida, anticipo de tragedias más duras. Era la mayor de dos hermanos cuando enfermó y falleció su padre. “Con sólo 38 años mi madre tuvo que sacarnos adelante sola. ¡Y tuvo mucho mérito!”, exclama orgullosa de Deseada. Porque supo la joven viuda unir y defender a tres hijos contestatarios frente a una familia muy conservadora y porque se empeñó en apoyar los estudios de Paquita a pesar de las recomendaciones en contra de las monjas.

Estudió Derecho en la Universidad Complutense, donde coincidió con otras dos insumisas: Manuela Carmena y Cristina Almeida. Con ellas se juntaba para leer libros “tan avanzados –ironiza- como La mística de la feminidad”. O para rebelarse contra decisiones como las del “catedrático Maldonado de Derecho Canónico, que nos expulsaba a las mujeres de clase cuando explicaba los impedimentos del matrimonio”. Pero el cambio definitivo de Paca llegaría después. Cuando decidió especializarse en Laboral y, de la mano de la Hermandad Obrera de Acción Católica, empezó a visitar los barrios.

La mano legal del Padre Llanos

“En Madrid había cerca de 30.000 chabolas que habían ido construyendo con los que huían, unos del hambre y otros de la represión, desde Andalucía y Extremadura”. Recuerda que “llegaban en tren de noche, con su hatillo y un montón de hijos”. Los que se bajaban a la derecha fundaron Palomeras. Los que caían del tren por la izquierda, el Pozo del Tío Raimundo. Y a ese lado de la vía, se topo Paquita con el Padre Llanos.

Ya se había licenciado y, por recomendación de Gregorio Peces Barba, trabajaba como pasante en uno de los poquísimos despachos que se ocupaba de los procesados en el Tribunal de Orden Público. Pero cada noche, sola, sin miedo a pesar de que miembros de Falange llegaron a amenazarle a punta de pistola “por roja”, viajaba al Pozo para ofrecer ayuda legal a los obreros que atendía el cura rojo.

Tras dos años de pasantía, fundó en su casa el primer despacho laboralista de Madrid: el después conocido como despacho de Lista, desde el que siguió defendiendo a los barrios. Y ocurrió, precisamente mientras creaba la primera Asociación de Vecinos de España con la ayuda de su hermano, cuando la tragedia volvió a golpearla. Javier Sauquillo murió asesinado en enero del 77, mientras protegía a su mujer de las balas de los pistoleros fascistas autores de la matanza de Atocha.

Paquita Sauquillo.

Desde Lista, Paca también se convirtió en la segunda letrada con más casos de Orden Público. Aquellos que, por miedo a las represalias, casi nadie quería. Recuerda entre otros el Proceso 1001 o las últimas ejecuciones del franquismo y aquí, otro de los impactos que la marcaron. “El régimen había imputado la muerte de unos policías y guardias civiles a miembros del FRAP a los que ni siquiera quiso defender el Partido Comunista. Pero en mi despacho estábamos en contra de la pena de muerte y decidimos, movilizando incluso a la comunidad internacional, montar la defensa”. Tres de los acusados de Madrid fueron fusilados. Paca consiguió salvar a una joven, Concepción Tristán, por estar embarazada. Dos meses después, cuando la abogada Sauquillo fue encarcelada por participar en la manifestación en la que Manuel Fraga dijo aquello de “la calle es mía”, vio nacer en Yeserías a la hija de su defendida.

Del maoísmo de Intxausti al PSOE de González

En paralelo al ejercicio de su vocación, la amiga de José Sanroma, el camarada Intxausti, se convenció de las bondades del comunismo maoísta y se convirtió en miembro fundador de la Organización Revolucionaria de los Trabajadores. Y con la ORT, en el año 79, concurrió, sin éxito, a las primeras elecciones municipales de la democracia como candidata a la Alcaldía de Madrid. En el 82, José Acosta trató de persuadirla para que fuese candidata del PSOE en las generales, pero no daría el paso hasta las autonómicas del 83. Fue diputada en la Asamblea de Madrid y senadora díscola cuando votó no a la entrada de España en la OTAN.

“Y tengo que reconocer que ahí me defendió Felipe González, porque en la Ejecutiva del PSOE me querían matar”. Pero no había otra opción. Tres años antes, durante la movilización universitaria de rechazo a la Alianza Atlántica, Paquita había fundado el MPDL con el que sería nombrada Mujer Europea del año 94, por su trabajo para evitar el conflicto que terminó segregando la antigua Yugoslavia.

Más tarde fue eurodiputada, ponente del primer reglamento de Ayuda Humanitaria de la UE y, en el anverso de la moneda, una madre sacudida por el peor revés: la pérdida de su hijo Javier, compañero de colegio de Pablo Iglesias, víctima de una hipoglucemia. “Pero como uno no tiene más remedio que aguantar la resilencia, como yo digo –y sonríe con infinita tristeza Paca- pues peleando sigo”.

Y vaya si pelea. Como militante del PSOE al que anima a cambiar: “No le queda más remedio, porque la sociedad ha mudado y la juventud tiene otra inquietud”. Y como presidenta del Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad, que dirige cual torbellino, mientras se preocupa por Palestina, Guatemala, los subsaharianos a los que aloja en unas viviendas cercanas o los hijos de sus compañeras, desde el Pozo del Tío Raimundo, desde la otrora parroquia mágica del cura rojo de Vallecas.

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