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Un desahucio a los 80 años: "Llevamos aquí toda una vida, no tenemos a donde ir"

José Manuel y María, de 79 y 82 años, llevan más de cinco décadas como inquilinos de renta antigua en un piso de Carabanchel. Tras la muerte de la propietaria, uno de los herederos aprovechó un impago de varias cuotas de la comunidad para demandarles y rescindir el contrato. "Fue un despiste, pero no quiere negociar", lamentan.

José Antonio Moreno y María Gómez, en su casa de Carabanchel (Madrid) dos día antes de su desahucio.
José Manuel Moreno y María Gómez, en su casa de Carabanchel (Madrid) dos día antes de su desahucio. Jairo Vargas

"Aquí llevamos toda una vida", dice abatido José Manuel Moreno mientras cierra la puerta de la entrada. Nadie diría que en este pequeño piso de la Vía Carpetana, en Carabanchel, él y su mujer, María Gómez, han vivido los últimos 55 años. Todos sus recuerdos, junto a los muebles y la ropa, esperan ahora en un trastero de la empresa de mudanzas que hace menos de una semana dejó las paredes desnudas y las habitaciones vacías. Este miércoles, a las 9.30 horas, llegará la comisión judicial para ejecutar el desahucio. Es el segundo intento y saben que es muy probable que no haya más aplazamientos.

"Fue un despiste, un fallo mío", repite una y otra vez el anciano —cumplirá los 80 en febrero— para explicar las razones de este revés inesperado. En el salón, María, de 82 años y con una pequeña pensión de invalidez que no llega a 200 euros al mes, camina con mucha dificultad hasta dejase caer sobre el único sillón que han dejado. Él, que corría maratones hasta no hace tanto, se conforma con un taburete y apaga la televisión. No hay mesas ni sillas en la sala. Solo un mueble, uno de esos armatostes antiguos que si se desmonta es muy posible que no pueda volverse a armar, una estufa de butano, una bombilla sin lámpara que cuelga del techo y, en la pared, un pequeño reloj de cuco que canta cada media hora, como si llevara la cuenta atrás. Siguen sin tener claro dónde van a vivir cuando el cuco cante por última vez.

"Nos vinimos cuando nos casamos, era lo que nos podíamos permitir", dice María

Recuerdan que, cuando llegaron a este piso, la calle todavía se llamaba Camino de las Ánimas y apenas había bloques de ladrillo. "Todo era campo y chabolas. Hemos visto cómo el barrio cambiaba totalmente", dice José Manuel, que fue camarero durante dos décadas y, después, trabajador en una empresa de alumbrado público.

Al principio, el piso lo compartían con otras tres personas. "Nos vinimos cuando nos casamos, era lo que nos podíamos permitir", apunta María. "Aquí nació mi único hijo, que se crio durmiendo a los pies de nuestra cama hasta que se fueron yendo los otros inquilinos y nos quedamos nosotros con el piso", explica la mujer.

A la dueña la conocían de toda vida y "nunca hubo problemas", remarca José Manuel. En el 85 firmaron por fin un contrato de renta antigua para ellos solos. Hasta ahora, pagaban 150 euros al mes más el agua corriente y, cada fin de año, abonaban la subida del IPC, el Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI) y la cuota de la comunidad de vecinos, alrededor de 600 euros. Son gastos que normalmente corren a cargo del propietario, pero José Manuel firmó el contrato porque no le parecía excesivo.

"Como la comunidad y el IBI se pagan una vez al año y mi pensión es de mil euros, siempre lo dividía en tres pagos, para ir más desahogado", explica. Pero un día recibió una carta del juzgado. Su casera ya había fallecido y uno de los herederos, sobrinos de la propietaria, le había demandado por impago de la renta. "No le di importancia. Yo tampoco entendía lo que decía exactamente la carta, pero como pagaba religiosamente no me preocupé", sostiene José Manuel. De eso hace casi cuatro años.

Solo 800 euros de deuda

Después llegó otra carta y entonces ya sí se preocupó. Contrató una abogada y tuvieron que ir a juicio. "Lo tenemos muy crudo", recuerda que le dijo la letrada. Y tenía razón, porque la jueza ordenó el desahucio, a pesar de la avanzada edad de los demandados y de la minusvalía de María. El matrimonio no entendía por qué. Al fin y al cabo, solo les reclamaban 800 euros y ni siquiera eran alquileres atrasados, sino una parte de la cuota de la comunidad que a José Manuel se le "había despistado" durante algunos años.

"El heredero no quiere hablar con nosotros. Querré vender la casa o alquilarla por más dinero"

"Con habernos avisado habría sido bastante. Un fallo lo tiene cualquiera, creo yo", lamenta. Pero el contrato era tajante. Si había algún impago podía rescindirse y, años después de que falleciera la propietaria, el nuevo dueño debió de ver la oportunidad de extinguir un alquiler heredado con renta antigua. "Al heredero no lo conocemos, solo lo hemos visto en el juzgado. No quiere hablar con nosotros. Yo no sé leer ni escribir, pero me sé explicar: ha aprovechado ese fallo para echarnos. Sabemos que la vivienda está cara, que los alquileres están altos. Querrá vender el piso o alquilarlo por más dinero", dice María.

Ellos conocen a algunos sobrinos de su anterior casera y afirman que no quieren echarlos, pero al perecer, el demandante tiene plenos poderes para llevar a cabo este procedimiento. Han intentado contactar con él y negociar alguna solución, pero no ha sido posible. También con su abogada, pero nadie contesta al teléfono. El único apoyo que han encontrado es el del Sindicato de Vivienda de Carabanchel. Contactó con ellos hace dos años, "me lo recomendó un vecino joven que vivía en el edificio. Ahora está viviendo en Alemania", apunta José Manuel.

Lograron el aplazamiento del primer desalojo gracias a la moratoria de los desahucios durante la pandemia, pero tampoco han podido negociar con el propietario. Las últimas noticias que tienen de él es que el pasado 4 de diciembre solicitó presencia policial "por si su actuación fuera necesaria para la ejecución" del desahucio, explica a Daniel Vega, activista del Sindicato, que recuerda que la especulación con la vivienda no es solo cosa de los bancos y los fondos de inversión.

Alquileres imposibles

José Manuel lleva meses buscando piso. "Me he hartado de mirar y preguntar, pero es complicado. Los alquileres más asequibles rondan los 800 euros. Son terceros o cuartos sin ascensor, y María no puede subir escaleras apenas. Con esos precios no llegamos. Hay que sumar los gastos de luz, de calefacción, la comida, la ropa...", resume. 

Ha solicitado una vivienda social al Ayuntamiento y a la Comunidad de Madrid, pero no ha habido suerte en los sorteos. Ha recurrido a Cáritas, pero lo más que le ofrecen es un albergue y, de los servicios sociales de Carabanchel no han recibido más ayuda que un informe de vulnerabilidad para presentar al juzgado.

"Si nos echan podremos pasar algunos días en casa de mi hijo, que vive en Aluche. Pero su casa es muy pequeña, mi nuera está enferma y tiene un hijo de 16 años. No hay mucho espacio", se lamenta.

El Sindicato de Vivienda del barrio ha convocado una concentración en la puerta del edificio para evitar que se ejecute el desalojo. Será este miércoles a las 7.30 horas. José Manuel Manuel y María confían en que al menos se aplace hasta que puedan encontrar otro sitio en el que vivir. "Nos conoce todo el mundo en el barrio y los vecinos también nos están apoyando. El miércoles nos quedaremos aquí dentro y veremos qué ocurre. Intentaré estar tranquilo y, sobre todo, trataré de tranquilizarla a ella", confía. María le mira y se le cae alguna lágrima. "Es de la angustia", se excusa. "Casi no como ni duermo con todo esto. No sé dónde viviremos, lo único que pido es que podamos estar juntos. Él es mis piernas y mis brazos", dice mientras el cuco del reloj vuelve marcar la hora.

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