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Feminismo "Llevo mis orejas sin agujerear con orgullo de tener una madre feminista"

Perforar los órganos auditivos de las niñas bebés es una práctica común y normalizada en España, aunque cada vez enfrenta más posiciones críticas. Así, cada vez más familias se replantean esta forma de mutilación, sutil pero machista.

Una niña sujeta una pancarta durante una protesta. Archivo / EFE

paola aragón pérez

Hace apenas unos días, la actriz y directora Leticia Dolera remarcaba en el recién estrenado programa de Risto Mejide, Chester, que a las niñas se nos marca desde el momento en que nacemos. "Desde que eres pequeña a las niñas se les pone pendientes y a los niños no", afirmaba la artista frente a un  presentador medio atónito, para ejemplificar hasta qué punto está normalizada la desigualdad entre hombres y mujeres.

La crítica por la igualdad blanca, paya, occidental, tiende a ser dura con costumbres machistas que percibe de esta manera con pasmosa claridad: el rito de la virginidad y pañuelo o la ablación genital son algunos de los ejemplos más claros. Poco a poco, y desde sectores del feminismo concienciado, el cuestionamiento hacia este tipo de vejaciones contra las mujeres se ha ido articulando de un modo menos paternalista, menos colonialista y menos xenófobo, trabajando mano a mano y priorizando los caminos propuestos por feministas gitanas, afrofeministas, feministas islámicas... y atendiendo a lo que las propias implicadas tienen que decir.

Sin embargo, a las sociedades con más privilegios les sigue resultando tan difícil hacer autocrítica como sencillo les es ver la paja en ojo ajeno: agujerear las orejas de las niñas bebés es otra forma de mutilación. Asumida, normalizada y sutil, de forma que consigue que no salten las alarmas en la planta de nacimientos de un hospital cada vez que allí mismo se perfora a una niña; o que tampoco ocurra en las farmacias, o en los propios hogares donde la práctica se realiza. Y que sea hegemonía mutilar, por indefenso que parezca, a las niñas bebés. Y solo a las niñas.

"Más que una cuestión de salud, es un una cuestión de simbología", explica Alicia Murillo

"Siempre vemos la opresión de otros grupos de mujeres como opresiones mucho peores que las que vivimos nosotras, puede que por reforzarnos", señala la activista feminista Alicia Murillo. "En el caso de los pendientes, creo el problema es más una cuestión de simbología que de salud, ninguna niña se va a morir porque le hagan unos agujeros", puntualiza," se trata de la carga política que eso tiene, la lectura política que se le da".

Aún así, en el país cada vez son más las familias que se replantean hacer agujeros para adornar a sus hijas cuando nacen, y es algo que viene desde hace más tiempo de lo que parece. Los inocentes agujeritos cada vez suscitan mayores dudas a madres y padres, ya sea por una crítica de género o porque les parece una decisión a la altura de cualquier otra perforación del cuerpo, cualquier otro piercing, y que debe ser tomada por las propias niñas.

Murillo hace alusión a su experiencia como niña en pleno Triana, a principios de los años 80, sin agujeros ni pendientes. "No me hicieron los agujeros en las orejas por convicción, mi madre es feminista y no le parecía bien", explica. "Me influyó por la simbología que tenía, era como un anuncio físico de que en mi casa las cosas se hacían de otra manera", recuerda, "lo curioso es que mi padre sí llevaba pendientes, mientras que a mí me confundían con un niño".

Finalmente, Alicia Murillo se hizo agujeros a los 10 años porque su hermana pequeña se puso "flamenca" y consiguió que se los hicieran a las dos. Aun así, la activista remarca que no llevándolos sentía una especie de "empoderamiento". "Me sirvieron, esa discordia y otras muchas, para entender que no pasaba nada por ser diferente", reivindica, "como ejercicio para entender que no pasaba nada por ir contracorriente".

Público ha contactado con varias veinteañeras, nacidas en los 90, cuyas madres y padres ya apuntaban maneras de rebelión y decidieron que mantuvieran sus orejas lejos de las agujas. Ya se estaba fraguando la generación millenial: la del 8 de marzo, la del no es no... la del feminismo en primera plana, que se construye desde los detalles más pequeños.

"Tampoco te hicimos agujeros en la nariz ni los pies"

Nuria no se hizo los agujeros de los pendientes hasta que cumplió los 11 años. "Mi madre y mi padre lo consideraban un procedimiento quirúrgico innecesario, que además me podía doler", explica a Público e indica que "es hacerse una herida, abrirte la piel y ponerte un hierro. Duele y no es necesario para tu salud ni para nada". "Hacerse agujeros al final es una alteración corporal que no querían hacerme sin que yo lo decidiera", añade. Además, su madre nunca ha llevado las orejas agujereadas. "Mi abuela era médica, y pensaba igual", cuenta Nuria, aunque puntualiza que, por aquel entonces, su familia vivía en Suiza y allí no había esa costumbre. Se plantea tomar la misma decisión si algún día ella tiene una hija: "Creo que no le haré agujeros, me parece un poco siniestro".

María, al preguntarle a su madre –que tampoco lleva agujeros de pendientes– por qué no le perforó las orejas, obtiene una respuesta contundente: "la pregunta sería por qué se hacen esos agujeros, tampoco te los hicimos en la nariz o en los pies". También influye el que buscaran "la diferencia con la estética dominante", cuenta María. "Para simbolizar eso, con el tiempo me hice los agujeros, pero los dos en la misma oreja", reivindica.

"Pienso en mi madre, rebelde, decidiendo no ponérmelos y me apetece mantener eso"

La historia de Elena es también una historia de herencia del sentido crítico. "Mi abuela no se los hizo a mi madre, porque le daba pena pasase el dolor sin ser consciente", relata. Sin embargo, precisa que su madre sí quiso hacérselos. "Cuando ella se perforó después las orejas, le dolió mucho. Aun así, mi abuela le insistió, y después me los hice yo cuando quise, a los 7 años", recuerda. 

A Sol tampoco se los hicieron cuando nació porque a su madre y su padre les parecía una forma de mutilación, aunque no habían pensado en el machismo, cuenta. "Querían que tuviéramos la libertad para decidir más adelante", explica. "Tampoco nos apuntaron a clase de religión, pero nos preguntaron más adelante si queríamos estudiarla", añade. 

Para la madre de Amara era un crimen agujerearle las orejas a una bebé, una discriminación con respecto a los chicos y una especie de marca.  "Suponía un acto de rebeldía, porque parecen algo obligatorio",  cuenta esta joven reproduciendo las motivaciones de su madre. Amara aún se resiste a perforarse las orejas después de casi 25 años. "Para mí lo normal es no llevar pendientes, aunque el resto de mis amigas los lleven", dice. "Cuando he pensado en hacérmelos ha sido una cuestión social. Pienso en mi madre, rebelde, decidiendo no ponérmelos y me apetece mantener eso: llevo mis orejas sin agujerear con orgullo de tener una madre feminista", concluye.

A pesar del dolor... 

Con todo, hace veinte años el contexto para la transgresión de las imposiciones que marca la buena feminidad, en este caso en el ámbito de la estética, era tan limitado como lo sigue siendo ahora. A pesar de los esfuerzos y las buenas intenciones de las familias, la sociedad marca una serie de caminos difíciles de desafiar. Del mismo modo que ocurre con otras imposiciones estéticas que se cuelan en el día a día de las mujeres de manera silenciosa como la depilación, el agujerearse las orejas se termina configurando como algo prácticamente obligatorio.

"Fue una cuestión del reflejo, ver que el resto llevaban y yo no"

Así, Nuria reconoce que cuando era pequeña, ser una niña que no llevaba pendientes era extraño. "Estaba un poco harta de que me dijeran que parecía un niño, porque también llevaba el pelo corto, y pensaba 'joe, por qué soy la rara sin pendientes'. Luego, más mayor, me empezó a gustar arreglarme y me los quise hacer, y me acompañó mi madre".

Por su parte, Elena decidió hacérselos porque veía con ellos a su madre y a sus compañeras de clase, aunque también le gustaba "adornarse". "Supongo que fue una cuestión del reflejo, ver que el resto llevaban y yo no. Se convierte en una cuestión de identidad, de cómo te ves mejor. Influida, claro, no tanto forzada, sino que al final es algo que te entra por los ojos".

Y Sol también se agujereó las orejas al cumplir los 8 años. "Cuando fui a que me los hicieran, me agujerearon una oreja y del dolor, en aquel momento, ya no quise hacerme el segundo", narra. Sobre las razones que la impulsaron a ello, explica que no quería destacar "para mal". "Quería ser incluida y, aunque me dolió y quise irme, supongo que veía que yo era diferente y eso no me gustaba", reconoce.

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