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La gente de Doñana habla para salvar su territorio

Catorce municipios. 200.000 habitantes circundan el territorio de Doñana. Cuatro testimonios han narrado sus vivencias en el entorno de este Parque en la campaña de WWF “El corazón humano de Doñana” para salvar una tierra a la que les une un profundo lazo. No solo de trabajo, ni de economía, sino más bien de vida.

Carmen Díaz, investigadora de la Estación Biológica. / OFELIA DE PABLO & JAVIER ZURITA

MARÍA SERRANO

HUELVA.— El Parque de Doñana, Patrimonio “casi amenazado” de la Humanidad por la UNESCO, alberga más de cuatro mil especies en sus ecosistemas, lagunas y humedales. Y animales emblemáticos como el águila imperial, la cerceta pardilla y el mismísimo lince ibérico. Un auténtico pulmón que también lleva una inevitable huella humana como la que cuenta Álvaro, Beltrán, Carmen y Juan. “El corazón humano de Doñana” es la nueva apuesta de la campaña de WWF, que suma ya 121.700 firmas para salvar a Doñana de una desprotección absoluta.

El objetivo se centra en presionar al actual gobierno de Rajoy para “cerrar más de 1000 pozos ilegales que están secando el acuífero del parque, dejando a un lado el dragado del Guadalquivir y frenando los proyectos de gas y minería que el gobierno del Partido Popular está desarrollando junto a filiales de Gas Natural Fenosa”, apuntan desde la organización ecologista, entre sus propósitos.

Doñana: sin saber vivir en otra parte

Juan Carmona, portavoz de WWF en Andalucía señala a Público que “la gente de este territorio no sabría vivir en otra parte. Es muy fuerte el arraigo sentimental y personal que se crea en torno al Parque Nacional de Doñana dentro de un triángulo geográfico que le da mucha vida, los pueblos de tres provincias. Sevilla, Cádiz y Huelva”. Carmona empezó a tocar esta tierra siendo bastante joven desde la zona sevillana del Aljarafe, muy cercana al parque. “Primero fue esta etapa y logré pasar tantos días aquí que me enamoré del entorno. Irme significaba no solo perder un trabajo, sino perder un modo de vida que sienten las personas que viven dentro de Doñana y trabajan aquí”.

Álvaro, la cuarta generación de guardas

"Es muy fuerte el arraigo sentimental y personal que se crea en torno al Parque Nacional de Doñana"

Álvaro Robles representa la cuarta generación de guardas del parque en la Estación Biológica de Doñana. “Mi abuelo ya trabajó en este entorno y me gustaría que mi hija continuara el legado”. De las vivencias que guarda de su infancia, pocos están alejados de este paisaje al que presta su trabajo más de ocho horas diarias. “Recuerdo jugar de pequeño a indios y vaqueros con el caballo en medio de las marismas”. A su hija Alba ha intentado inculcarle una pasión y es la que siente por los caballos salvajes que se crían cerca de las lagunas. “Me gustaría realmente que se mantuviera la conservación y no se perdieran las colonias que veo cada día en mi trabajo desde el amanecer hasta la última hora de la noche”, afirma.

Beltrán, el ornitólogo que llegó al parque y no se marchó jamás

Beltrán Ceballos trabaja en el Parque desde hace varias décadas como naturalista y ornitólogo. Desde su labor, se ha encargado de la restauración de un humedal de aves conocido como la Dehesa de Abajo. Ceballos relata que “no sabe si podría vivir sin estar en Doñana”. Desde su llegada del norte de España, “me enamoré muy fácilmente del parque y del paraíso que supone esta zona para aves de toda Europa”.

Su proyecto atrae a lo que hoy se conoce como turismo sostenible. “Llegan al año más de 290.000 visitantes hasta a Dehesa. Cogen sus prismáticos, se asoman a los balcones y desde ahí contemplan la maravilla”, apunta convencido de que el parque “tendrá que salvarse de la amenaza”. Para Ceballos, aunque no es autóctono de la zona, “le sobran más que razones para quien contemple este paisaje”.

Juan Camacho, pescador artesanal en la costa de Doñana. /

Juan Camacho, pescador artesanal en la costa de Doñana. / OFELIA DE PABLO & JAVIER ZURITA

Carmen, la científica que reclama agua para Doñana

Carmen Díaz Paniagua no se ha criado en Doñana. Tampoco tuvo la vocación de permanecer en el Parque hasta que con sus propias manos comenzó a trabajar duro en el entorno. A pesar del rol de investigadora en la Estación Biológica declarara sentirse en las lagunas “tan cómoda como las ranas o gallipatos que lleva media vida estudiando”. No le gusta mostrar negatividad ni alarma sobre la salud del Parque pero no puede negar las evidencias.

”Las lagunas de Doñana están secándose por el uso insostenible de agua en la agricultura y el desarrollo urbanístico en Matalascañas”, una de las zonas costeras más pobladas de Andalucía. “Doñana es agua y para salvar este parque necesitamos agua. Si le seguimos extrayendo sus recursos, acabaremos quedándonos sin ella viendo la emigración de aves, la imposibilidad de reproducción de tantas especies que necesitan de este entorno húmedo. Hay que hacer un gran esfuerzo para no llegar a una situación límite”, sentencia la investigadora.

Juan y la amenaza del Dragado para su pesca artesanal

Juan Camacho faena frente a los pinares de Doñana desde que sale con su barco de Chipiona (Cádiz) cada amanecer. Cuando relata las vivencias de tantos y tantos días en el mar no puede evitar emocionarse y es que no concibe que “su vida y su pesca en su barca pueda terminar” si el proyecto del Dragado del Guadalquivir sale adelante. Se declara pescador artesanal de los de antes y cada mañana ve crecer el sol entre las dunas de Doñana, mientras arrastra con la red langostinos desde el pueblo de Sanlúcar.

“Tocar una zona donde hay crianza le dará vida a los empresarios pero me va a quitar la vida a mí y a mi pequeño barco”

“Eso que yo veo cada mañana te digo yo que lo ve poca gente”. A pesar de la dura faena, a Juan le compensa el día. Le cuesta hablar del Dragado, ese proyecto que sabe que le arruinaría la vida. “La vida que nos da a nosotros el Guadalquivir… Tocar una zona donde hay crianza, para que pasen unos pocos mercantes grandes, le dará vida a los empresarios pero me va a quitar la vida a mí y a mi pequeño barco”.

Antonio Rivas, trabajador en el centro de cría del Acebuche. /

Antonio Rivas, trabajador en el centro de cría del Acebuche. / OFELIA DE PABLO & JAVIER ZURITA

Antonio en el trabajo diario de cuidar al lince

Antonio Rivas es el último en hablar. Es otro trabajador del Parque, concretamente del centro de cría del lince ibérico conocido como “El Acebuche”. Rivas es un enamorado de este emblemático felino gravemente amenazado, aunque el trabajo de la crianza en cautividad ha dado sus frutos. “De menos de 100 linces en libertad en 2002, a más de 400 en el años 2015” apunta. Tiene muchas vivencias con estos animales que parecen invisibles en el Parque. “No me olvidaré nunca de los primeros linces que nacieron en cautividad, en 2005, Brezo y Brisa cuando este felino era casi una especie fantasma en la zona”, aclara.

Los cachorros criados por Rivas en este centro de la Junta son, más tarde, soltados en Doñana para su crianza y reproducción. “El lince ibérico como especie está ligado a esta zona. Eso nadie lo puede discutir. Cualquier persona que viene al Parque, viene con la ilusión de ver un lince y encontrárselo, aunque es realmente difícil”.

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