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Melilla, el penúltimo punto muerto del éxodo sirio

El Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de la ciudad autónoma se ha convertido en el mayor campo de refugiados sirios de Europa. Cada día, 40 sirios cruzan la frontera con Marruecos para solicitar asilo en un centro que triplica su aforo y donde residirán hacinados varios meses hasta que el Gobierno los traslade a la península, última parada de su destino final: Alemania.

Refugiados de la guerra de Siria en el CETI de Melilla. -JAIRO VARGAS

MELILLA.- “En Alepo era arquitecto. Ahora hago falafeles en la puerta de este sitio”. Adnan Alali no quiere que su cara se vea en un periódico, aunque sí su historia. Tiene la convicción de que la situación que lleva atravesando más de un año es temporal y de que, tarde o temprano, acabará en Alemania, trabajando en un estudio de arquitectura o montando un negocio de comida siria con su mujer y su hija. Por el momento, junto a otros compañeros, pasa las mañanas y las tardes en la puerta del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla. No tiene otra opción que dejar pasar las horas hasta que los trasladen a la Península con algún papel que diga que no es ilegal. Así que se dedica a cocinar ese plato típico en una sartén ennegrecida por las brasas de madera de palés. Sobre un cabecero de cama reconvertido en tabla de cortar pica las verduras. El resultado se lo comen sus compatriotas, y no es un mal negocio, ya que tiene más de mil potenciales clientes. Eso si la Policía o la Guardia Civil no decide desmantelarlo todo, asegura.

La guerra civil siria ha provocado una de las mayores crisis humanitarias de la última década. Según el Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), hay casi cuatro millones de refugiados sirios tras tres años de duros combates y bombardeos. La mayoría aguarda en Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto; pero los que pueden pagárselo, como Alali, acaban en España, y más concretamente, en Melilla. El CETI, con capacidad para 480 personas, lleva más de un año desbordado. Actualmente residen en él unas 1.500 personas de las que un tercio procede de Siria, explica Teresa Vázquez, de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) en la ciudad autónoma. Ella conoce bien la situación del CETI, donde trabaja prestando asistencia jurídica a los que llegan huyendo de los conflictos, sean sirios, iraquíes, palestinos o subsaharianos. “Ha habido muchos avances, pero vivir ahí sigue siendo inhumano”, sostiene.

 

Según relata, y muestra un vídeo grabado por los propios internos mientras lo cuenta, se han tenido que colocar literas y catres militares en todas las estancias del centro, pero aún así no es suficiente. También hay varias tiendas de campaña en cada una de las zonas verdes del interior del recinto. En invierno hace demasiado frío, en verano, demasiado calor; en primavera las lluvias convierten el suelo en un lodazal intransitable, pero es ahí donde duermen durante dos meses, entre los restos de su anterior vida que cabían en una maleta. Ese es el tiempo medio que tarda el Gobierno en concederles la “tarjeta roja”, un documento que les permite moverse libremente por todo el territorio español mientras se tramita su permiso de residencia como refugiados políticos.

“Un día conté 13 explosiones de misiles a pocos cientos de metros de mi casa. Es suficiente, dije. Demasiadas bombas, demasiado peligro”

“La situación es inhumana, somos poco más que animales aquí dentro”, reconoce Alali, que tampoco se queja pese a que se ha duchado con agua fría hasta la pasada semana, cuando se instalaron placas solares y termos nuevos en el centro. Según dice, en su tienda duermen 20 personas cuando sólo hay espacio para ocho; pero ha pasado por cosas peores. Hace tan solo un año tomó la decisión de abandonar su ciudad, una de las más castigadas por los combates entre el Ejército de Bachar al Assad, los yihadistas del Estado Islámico (DAESH, en el acrónimo local) y lo que queda del Ejército Libre de Siria. “Un día conté trece explosiones de misiles a pocos cientos de metros de mi casa. Es suficiente, dije. Demasiadas bombas, demasiado peligro”, recuerda. Fue entonces cuando emprendió el viaje: de Alepo a Beirut, la capital libanesa —18 horas y más de 40 checkpoints de autoridades diversas—; de Beirut a Jordania, todo el camino en coche y autobús. Allí tomó un avión que aterrizó en Argelia, donde intentó vivir y ahorrar algo de dinero para la siguiente etapa. Trabajó como vendedor de cosméticos durante un año, pero su objetivo estaba en Alemania. Se compró un pasaporte marroquí y otros dos para su mujer y su hija. “Las caras se parecen a la de los marroquíes y así podemos cruzar la frontera”, asegura.

Puesto de falafel de Adnan Alali y sus compatriotas sirios en el CETI de Melilla. -JAIRO VARGAS

Puesto de falafel de Adnan Alali y sus compatriotas sirios en el CETI de Melilla. -JAIRO VARGAS

“Es un viaje duro y muy largo, pero con dinero todo es más fácil siempre”, reconoce quien, tras media vida trabajando como arquitecto con un salario de unos 1.800 euros al mes, disponía de los mínimos para llegar al CETI, ese edificio que alberga la desesperación y carencia de miles, una isla para desdichados colocada entre las palmeras y el césped de un campo de golf financiado, en parte, con fondos europeos para el desarrollo. “Lo lógico sería que hubiera un centro de acogida para refugiados en Melilla en lugar de un campo de golf, que es una atrocidad”, destaca Vázquez.

“Lo lógico sería que hubiera un centro de acogida para refugiados en Melilla en lugar de un campo de golf, que es una atrocidad”

El CETI no es para refugiados, allí no se protege a la unidad familiar, los matrimonios y las familias duermen separados, faltan recursos para que las condiciones de vida sean dignas… Pero no hay voluntad política. Es un lugar pensado para que se esté en él lo menos posible, y los refugiados por conflictos son personas que no podrán volver a su tierra en un periodo indeterminado”, critica.
Para Vázquez, “si hubiera un centro de acogida los refugiados se tendrían que quedar aquí, en una ciudad sin apenas oportunidades laborales, con una de las tasas de desempleo más altas de España”, destaca antes de dejar claro que “la mayor presión migratoria en Melilla es la de los sirios, no la de los subsaharianos, como parece por televisión”. Según sus cálculos, cada día cruzan la frontera entre Marruecos y Melilla una media de 40 sirios.

Ammar Hadani, refugiado sirios, muestra su tarjeta de acceso al CETI de Melilla. -JAIRO VARGAS

Ammar HadaNni, refugiado sirio, muestra su tarjeta de acceso al CETI de Melilla. -JAIRO VARGAS

Junto a Alali, Ammar Hadanni, algo más joven, muestra el carnet verde con el que pueden entrar y salir del CETI. También es de Alepo, aunque su casa allí ya no existe. Es un gran montón de escombros entre decenas de montones de escombros que enseña en la pantalla de su teléfono móvil. Intenta no pensar mucho en ello, afirma. Prefiere ver otras fotos, como las de su hija, que está en un campo de refugiados de Líbano donde apenas llega ayuda humanitaria; o la de un buen coche en un garaje que, a juzgar por el lazo rosa y las flores que lo decoran, debió de ser un gran regalo de bodas.

“Nosotros no tenemos razones para matar por ninguno de los bandos, teníamos una vida tranquila, así que decidimos irnos”

Según Alali, improvisado traductor al inglés del grupo que despacha falafeles, Hadanni estudió Economía durante dos años, hasta que las bombas destruyeron la universidad y cambiaron la vida de los mil sirios que pueblan el CETI de Melilla. “Nosotros no tenemos razones para matar por ninguno de los bandos, teníamos una vida tranquila, así que decidimos irnos”, asegura. En Alemania ya le espera algún familiar que ha conseguido sortear todos los obstáculos.

Salir de España

Uno de los refugiados sirios en el CETI de Melilla cocina falafeles en la puerta del centro. -JAIRO VARGAS

Uno de los refugiados sirios en el CETI de Melilla cocina falafeles en la puerta del centro. -JAIRO VARGAS

Podrían quedarse en España, pero pocos lo harán. Las posibilidades de futuro en el país de Rajoy se presentan oscuras hasta para quienes llegan de un lugar devastado. A pesar de que, según Vázquez, “las ayudas públicas para los refugiados en España son infinitamente mejores que en Alemania o Francia”, donde ni siquiera tienen la certeza de que vayan a ser considerados refugiados, “en cuanto tienen la oportunidad se marchan”. “La normativa establece que es el primer país de la UE al que acceden el que tiene que responsabilizarse” explica. El Estado español se encarga de cubrir todas sus necesidades durante los seis primeros meses: alojamiento en centros o en pisos alquilados para ello, dinero para manutención, formación profesional, convalidación de títulos, etc. Todo prorrogable durante año y medio, además de otras subvenciones y ayudas.

“La mayor presión migratoria en Melilla es
la de los sirios, no de los subsaharianos"

El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, se felicitaba la pasada semana cuando inauguró en Melilla la oficina de solicitud de protección internacional que ACNUR y CEAR llevaban casi un año demandado y donde se tramita el asilo. Para Vázquez es una buena noticia, aunque en realidad no cambia mucho la situación.

La instalación, que se resume en un par de barracones al que han colocado algún juguete para los niños, una nevera y un microondas, está situado en el paso fronterizo de Beni Ensar.
Es cierto que ahora hay algún agente más dedicado a atender a los refugiados, y con mejor formación, pero para llegar a él hay que cruzar la frontera marroquí, un país en el que todo cuesta dinero: el pasaporte falso, el paso clandestino desde Argelia —desde que en enero se cerró la frontera— y algún que otro soborno a los policías del reino alauita. “Marruecos debería dejarles pasar para pedir asilo en España, pero no se hace”, denuncia Vázquez.

No obstante, la situación podría ser peor, podrían ser negros. El éxodo sirio ha dejado claro que hay refugiados de dos categorías: los sirios y los subsaharianos. De hecho, estos últimos ni siquiera alcanzan ese escalón social para Fernández Díaz, que los denomina “inmigrantes por causas económicas y sociales” que “no están pidiendo asilo porque saben que no tienen derecho”.

“Los subsaharianos no piden asilo porque no pueden llegar a la frontera y porque si lo piden se les castiga con una tramitación que dura años”

Los refugiados sirios no hablan mucho de los subsaharianos. Por todos es sabido que no se llevan bien, al igual que con los kurdos, sean de Siria, de Irak o de Turquía. Sin embargo, para la trabajadora de CEAR, el ministro miente. “Los subsaharianos no piden asilo porque no pueden llegar hasta la frontera”, critica. Es cierto que, una vez en el CETI, podrían acercarse a la nueva oficina y solicitar protección internacional. “Todas las personas tienen derecho, al menos, a solicitarlo y que se estudie su caso. El problema es que antes de que llegaran los sirios, los subsaharianos que pedían asilo podían esperar más de un año a que se tramitase la tarjeta roja, algo que les impide salir de Melilla. Era una especie de castigo que se ha empleado para frenar el efecto llamada”. De hecho, Vázquez asegura aún hay solicitudes de subsaharianos que datan del 2011. “Ahora España no puede quejarse de inmigración ilegal, porque hay muchos subsaharianos cuya historia es de manual para que se les conceda la residencia y se les está obligando a saltar la valla”, puntualiza.

En pocas semanas, Alali, Madani, sus familias y los demás serán trasladados a Madrid. No tardarán en dejar el país. “Me hubiera ido hace mucho, pero sin trabajo y sin permiso para poder trabajar no puedo ir a ningún sitio”, explica. Por el momento vive en un limbo legal. ¿Volverán a Siria algún día? “Espero que sí, es mi país, mi cultura, mi religión”, afirma con nostalgia Alali. Pero antes tiene que acabar una guerra en la que el Estado Islámico se ha hecho fuerte y que, para este refugiado, tiene un primer responsable: “Los americanos no pueden quedarse sin un enemigo como excusa para estar presente en Oriente Medio. Está claro que se les ha financiado”, asegura con cierto enfado.

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