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Juan de Pablos, pasión a flor de micro

El veterano locutor de Radio 3 ya ha cumplido treinta años al frente de 'Flor de Pasión'

Juan de Pablos presenta 'Flor de Pasión' de lunes a jueves, a las 21 horas, en Radio 3. / HENRIQUE MARIÑO

Juan de Pablos (Cáceres, 1948) no envejece. La eternidad se la garantiza la transfusión de savia nueva, bandas cuyos miembros podrían ser sus nietos. Como un vampiro, sorbe las canciones que le envían y luego las difunde a través de las ondas de Radio 3, donde dirige y presenta desde 1986 Flor de Pasión. El outfit de este chupasangres combina la palidez de su rostro con una americana de tweed chocolateada que cubre una camiseta negra de Airbag, uno de sus grupos de cabecera.

A sus sesenta y ocho años, habla con la ilusión de un adolescente que acaba de descubrir a Paul Anka. En realidad, nunca ha dejado de serlo, aunque el pelo cano y las gafas de pasta le dan un aire de albino intelectualoide de edad indeterminada. “El programa es un agarradero, mi último refugio”, confiesa Juan, quien unas veces está arriba y otras, abajo. Italia es su patria y France Gall, su Marianne. A través del micro de la cadena pública, ha catequizado a varias generaciones con su doctrina pop sesentera, llámese du dua, yeyé, beat

Alterna a Françoise Hardy y Adriano Celentano con músicos españoles contemporáneos a los que ha dado de mamar, desde Jaime Cristóbal hasta Axolotes Mexicanos. Es didáctico e íntimo: ejerce de prescriptor al tiempo que entiende el micro como un diván. “Flor de Pasión siempre fue una terapia, aunque en los últimos años la depresión me ha desbordado. Debo modular la frecuencia, porque las subidas son estratosféricas, pero las bajadas son abisales”, revela el veterano locutor, que se desnuda cada noche en Radio 3.

Su vocación frustrada era el fútbol. En las pasteladas de Pamplona jugaba de extremo derecho. Era una liguilla organizada por chavales que pagaban un duro por participar. El equipo ganador se llevaba el bote y la victoria era celebrada con un atracón de pasteles. Presume de subidones de azúcar, como también de haber llegado a cantar en Cisnes Negros, un grupo seminal con el que los chicos guais del instituto se llevaban a las chicas de calle. “Los veía tan maqueados que pensé: éste es el camino”.

Esto sucedió después de ser bajo en el colegio: “Era un coro atómico, me sentía el rey”. Pese a los síntomas de que era un enfermo de la canción ligera, se matriculó en Ingeniería Agrónoma en Zaragoza. “Aunque hasta entonces había sido un empollón, durante la universidad fui un estudiante pésimo. Aquello fue una elección masoquista”. Eligió esa carrera para satisfacer a su padre, que siempre había querido ser ingeniero, si bien trabajó como abogado laboralista del Sindicato Vertical, de ahí los cambios de residencia de la familia.

Establecida en Madrid, Juan siempre vivió en el domicilio paterno. “Los discos nos han echado de casa”, le repetía el padre. “Eso son borrachucerías”, le decía su madre, que consideraba aquella discoteca como una “maldición” que convertiría a su hijo en un “pelanas”. Hijo que difícilmente lograba entrar en su habitación, pues la última vez que los contó tenía veinte mil discos. También hay en él algo de músico frustrado; sin embargo, se desquita pinchando en festivales y en bares, donde organiza fiestas y aniversarios del programa en los que tocan sus bandas fetiche.

Cuando falleció su madre, hace diecisiete años, llegó la cuesta abajo. “Pensaban que acabaría tirándome por la ventana, porque siempre he estado muy enmadrado y ella era mi mayor influencia”. Aguantó en la vieja casa, hasta que hace poco decidió mudarse. El cambio le afectó, aunque su mujer ya había acudido al rescate desde Santander, donde trabajaba como prehistoriadora, cuando casi se queda ciego. “Una cortina negra cayó sobre mi ojo derecho y no veía nada. El cirujano me reprendió por haber acudido al hospital tan tarde, mas logró salvarme el ojo”, recuerda.

El izquierdo casi sufre otro desprendimiento de retina, pero gracias al láser atajó el problema a tiempo. Aquellos días de operaciones fueron los únicos en los que el locutor no se presentó a la cita, pues llegó a comparecer en el estudio el día que siguió a la muerte de su madre. “Ahora estoy ilusionado como nunca. Cuando las cosas van bien de ánimo, te comes el mundo y todo te parece maravilloso”. Como sus canciones, imperecederas. Como su programa, que comenzó en Onda 2 allá por 1979, eterno. Como él, que no piensa en la retirada: "De aquí al infinito”.

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