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La lucha de una madre enferma: lograr que vayan juntas al mismo colegio sus dos hijas discapacitadas 

Ante la falta de plazas, los padres de Aimara y Rocío esperan que la delegación de Educación de Cádiz acepte la excepcionalidad de su caso: trasladar a su hija mayor, discapacitada y víctima de acoso escolar, al mismo centro de su hermana.

Priscila tiene artritis reumatoide y tiene dificultades para moverse.

CÁDIZ.- Priscila guarda su angustia para que sus hijas, Aimara y Rocío, no la noten. Mira el calendario y su respiración se encoge cuando comprueba que queda poco para el 12 de septiembre: la vuelta al colegio. Sabe que regresaran las prisas, los lloros, las duchas, el tener que vestirlas y peinarlas… pero será muy diferente, salvo si suena una llamada de última hora. La que confirme que el traslado de sus dos hijas, minusválidas y dependientes, a su nuevo colegio, sea realidad.

Se refiere al centro público El Trovador, en Chiclana de la Frontera (Cádiz). Por ahora sólo ha conseguido plaza una de ellas. “La petición de traslado de colegio no es por capricho, es por necesidad. Yo no me puedo doblar, no puedo llevar y recoger a cada niña, a la misma hora, a un colegio diferente. Aún más en mi situación”, lamenta Priscila, con la esperanza de que sus palabras no queden en el aire. Remarca la palabra “situación”. Porque ella, desde el curso pasado, ya no es la misma.

Después de dar vueltas y vueltas entre pruebas y diagnósticos, en marzo de 2016 consiguieron detectar qué ocurría con sus articulaciones y su rigidez, con su cansancio y sus limitaciones. Tenía artritis reumatoide. Una medicación en pastillas le provocó una intoxicación y una parálisis facial. Desde entonces, ella misma se pincha cada lunes y martes su tratamiento de quimioterapia. Y en esos dos días, Priscila no existe. Se pasa las horas entre el sofá y la cama, incapaz de levantarse, con continuas fatigas. Necesita ayuda incluso para ir al servicio.

En aquel mes de marzo, la casa se puso patas arriba. Su marido, pintor, hacía lo que podía para cumplir con todo, pero salía muy temprano. Alguien debía llevar a las niñas al colegio. Fue entonces cuando la madre de Priscila, que trabaja en un hotel, solicitó días de descanso en esos días que recibe las sesiones de quimioterapia. Ella sola preparaba a sus dos nietas, de 9 y 11 años, y las acercaba al colegio. A la vuelta, cuidaba de su hija y sacaba hacia delante las tareas de casa.

Priscila sabía que este año no podía ser igual. No sólo por su situación, sino también por sus hijas. Habla con pasión de ellas. La más pequeña, Rocío, tiene un 48% de minusvalía y un grado 2 de dependencia. A veces va al colegio en silla de ruedas, cuando no puede caminar por ella misma. Tiene la enfermedad de Perthes, que destruye la cabeza de su fémur. Espera una operación en invierno, con una prótesis para su pierna. Aimara, la mayor, tiene un 36% de minusvalía y el mismo grado de dependencia. Es hiperactiva, con déficit de atención. Y, ahora mismo, ella es la causa de los desvelos de sus padres. El año pasado hablaron en varias ocasiones con la dirección del centro y con la profesora de la pequeña, porque es víctima de acoso escolar.

Cuando hay miedo de ir al colegio

“Aimara llegaba a casa siempre llorando. Y, al día siguiente, no quería ir al colegio. Nos contaba lo que pasaba, pero creíamos que podía ser sólo una discusión entre niños. Luego vimos que todo venía también del curso anterior. Desde entonces, tiene baja su autoestima porque siempre la insultan, no puede jugar, y se aísla”, relata su madre. Han intentado solucionar el problema de varias maneras, pero ninguna con resultado. Sus atacantes se crecen cuando no está la presencia de un adulto. Y, además, se coordinan entre ellos para recriminar que Aimara se inventa las acusaciones.

Priscila ante la fachada del centro El Trovador de Chiclana de la Frontera (Cádiz).

Priscila vive así el día a día: “Ella no para de decir que no quiere ir al colegio. Tiene miedo. Las notas han bajado y ha perdido totalmente las ganas. Por su propia situación, le cuesta mejorar en los estudios o aprobar los exámenes. Pero esa poquita voluntad que tiene de ir hacia delante, cuando ocurre este acoso, se hunde. Entra en un estado de llanto continuo y no quiere saber nada de estudiar”. La psiquiatra que atiende a Aimara en el hospital lo reflejó en un informe. La pequeña está en un estado de profunda tristeza. “Ella me pregunta muchas veces por qué no la quieren ni sus propios compañeros. Y yo no sé qué responder”, suspira.

Un traslado que no llega

El curso anterior terminó sin cesar los insultos. Entre el acoso escolar y la situación de enfermedad de Priscila, lo mejor era solicitar un traslado. Hay un colegio público muy cerca de su casa: El Trovador. Está a sólo tres o cuatro minutos a pie. Priscila acudió al centro educativo con su marido, pero no había plaza para ninguna de ellas. En junio, le comunican que la más pequeña sí podía entrar; pero no la mayor, la que recibe el acoso escolar. La razón: falta de plazas.

En junio, Priscila y su esposo se acercaron a la delegación de Educación en Cádiz y documentaron, por escrito, la excepcional situación. Les aseguraron que estudiarían el caso. Pasadas las vacaciones, la pareja tuvo respuesta este lunes: “Explicaron que el centro tiene un ratio de 25 alumnos, y que por ley no pueden superar más. Les he preguntado cómo hago el próximo lunes, cuando además tengo tratamiento, para partirme a la misma hora de entrada y salida en dos colegios diferentes. Y con dos menores minusválidas y dependientes. La contestación ha sido que no pueden solucionar el problema, salvo que quede una vacante. Yo sé que sería una excepción, pero esto es una necesidad y creo que podría estar por encima de la ley”.

La vuelta al cole… el tema de cada día

Rocío y Aimara saben que la vuelta al colegio está cerca. Están enfadadas porque estarán separadas. Y la mayor, Aimara, no quiere volver al mismo centro al que tiene miedo. “Es una niña. No lo entiende. Yo no sé cómo convencerla. Le recalco, cada día, que sus padres hemos hecho todo lo posible, pero sin ayuda no podemos hacer nada”. El tema está todo el día en casa. En las conversaciones y en los silencios que se enredan en los pensamientos. “Yo me encuentro mal y tengo muchos altibajos. Hay momentos que intento ver las cosas por el lado positivo, porque no quiero que ellas me vean mal. Pero otros, me harto de llorar, porque siento mucha impotencia de que todos los días intento hacer lo que puedo, pero no alcanzo a solucionarlo. Está fuera de mi alcance”, confiesa Priscila.

Las horas y los días pasan y el regreso al colegio está más próximo. Ahora mismo, su mente es una ebullición de cuadrantes y de ajustes de horarios, de pedir favores a una vecina que pueda ayudarla, de que su madre deba solicitar más días en su trabajo, o de que su marido rechace encargos para cubrir todas las necesidades. Y aún así, no puede olvidar su enfermedad. “Porque yo la sigo notando. La quimio, quizás, me reduce un poco los dolores, pero no puedo hacer una vida normal, como fregar o barrer, que para mi supone un mundo. Sé que este año me va a desbordar y yo lo que necesito es la máxima tranquilidad, porque de lo contrario empeora más mi enfermedad”.

Priscila tiene el día 12 de septiembre marcado en el calendario. Cada noche acuesta a sus hijas. Cuando cierra la puerta del dormitorio aumenta su angustia. “Yo sólo doy vueltas en la cama. No puedo dormir. Y a veces creo que suena el teléfono para decirme que podré llevar a mis niñas, a las dos, al colegio al lado de casa. Sin acoso escolar. Sin tenerme que dividir. Pero luego veo la realidad, con tantas cosas que tengo encima… Y me digo: ‘Priscila, por qué te tiene que pasar todo a ti’".

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