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María Salvo, la última Dona del 36

Cuando rondaban los 80 años, trece mujeres se unieron contra la desmemoria en la Associació de Les Dones del 36. Hoy sólo queda ella. 16 años presa, la mujer que el 24-M cerraba la lista de Ada Colau sigue en la pelea por el reconocimiento a las víctimas del franquismo

María Salvo. EUROPA PRESS

CRISTINA S. BARBARROJA

MADRID.- Tiene voz de niña y el impulso propio de la juventud. Atiende el teléfono móvil mientras termina de redactar un encargo y prepara su intervención, este mismo jueves, en el foro Memoria y Ciudadanía. Pero María Salvo (Sabadell, 1920) es una dona, la última de una generación de heroínas: Les Dones del 36.

Todas rondaban los 80 años cuando decidieron unir sus voces en un fondo oral, que custodia el Archivo Histórico de Barcelona, con una doble vocación: preservar la memoria de la Guerra Civil y la dictadura, y recordar a las generaciones venideras que los avances de los que hoy disfruta la mujer no comenzaron con la Transición sino con la llegada de la II República.

“Fue un soplo de aire fresco” dice María, hija de un carpintero sindicalista y una portera que le metió en la cabeza la idea de que tenía que ser una joven independiente. “El 14 de abril del 31 se rompieron tabiques para una generación que no es como la de ahora. Yo siempre fui una muchacha inconformista. Solo quería estudiar y trabajar. Entonces no teníamos lo que los jóvenes tienen ahora, pero nos movía un espíritu de superación que nos convirtió en militantes”.

La transformación de María, como la de tantos adolescentes republicanos, tuvo lugar con la sublevación franquista y la Guerra Civil. “Sólo tenía 17 años cuando mi hermano marchó voluntario al frente de Aragón. Entonces creí que debía ocupar el puesto que él dejaba, asumir responsabilidades”. La joven ingresó en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) y enseguida se convirtió en responsable de Propaganda del Comité.

María Salvo, sentada a la derecha de la monja, en el Jardín de la Prisión de Les Corts, 1942. ARCHIVO PERSONAL DE MARÍA SALVO

Salvo, sentada a la derecha de la monja, en el Jardín de la Prisión de Les Corts, 1942. ARCHIVO PERSONAL DE M. SALVO

Se le agria la voz cuando habla de la “desgraciada caída de Barcelona”, que le condenó al exilio, y de su breve paso por Francia donde, asegura, “los españoles fuimos los primeros en sufrir al gobierno colaboracionista francés”. El 7 de febrero del 39 María cruzó la frontera “a un país que estaba muy lejos de ser el país de la libertad”. Tras cumplir los 19 años en el campo de concentración de Moisdon-la-Rivière, en noviembre hizo el camino de vuelta engañada por la gendarmería que, bajo la excusa del traslado, condujo a la joven a Hendaya para entregarla a Guardia Civil.

En la presó de Les Corts

Tras un breve paso por su Barcelona natal, María se empleó en la tarea de reconstruir el trabajo de la JSU. Viajó en busca de su hermano a Bilbao, a Albacete y a Madrid. De la capital le queda el recuerdo amargo de la Dirección General de Seguridad, que conoció tras su detención en 1941, el de los sótanos de la Puerta del Sol “de los que se ha contado mucho, pero no todo lo que se debería”, se lamenta.

María Salvo en 1940.

Pero ella tampoco quiere abundar en aquellos 27 días de encierro, incomunicación, insultos, palizas y tortura. “A Tomasa Cuevas le rompieron las cervicales y la cadera; yo sólo fui una de tantas maltratadas”, reconoce desde la modestia de un sufrimiento que, sin embargo, le hurtó la posibilidad de ser madre. Desde la DGS, María fue trasladada a la prisión de Les Corts, a la Avenida Diagonal de Barcelona, al recinto en el que hoy día hace caja un Corte Inglés.

“Les Corts era una cárcel de paso a otras prisiones. La dirigían monjas de la congregación de San Vicente de Paul, con su forma peculiar de tratar a las personas: con favoritismos, frialdad y falta de humanidad”. María pasó nueve meses incomunicada. En las grabaciones que dejó para el fondo oral de Les Dones del 36 recordaba el día de finales de mayo del 42 en el que se levantó la incomunicación: “Ese día la prisión entera vibró de alegría. Las compañeras nos abrazaban con los ojos anegados de lágrimas. Entramos a formar parte de la comuna de las compañeras del expediente”.

A aquellos meses de encierro siguieron casi dos años de castigos, trabajos, hambre y suciedad. “Nos costaba ingerir los boniatos hervidos con col; el jabón era un verdadero tesoro y la limpieza se convirtió en obsesión. Luchábamos con todos nuestros recursos a fin de no ser invadidas por los piojos y la sarna que campaba a sus anchas en aquel hacinamiento”.

Salvo fue juzgada en consejo de guerra en 1944, tras una breve estancia en la cárcel zaragozana de Torrero y meses en la prisión madrileña de Las Ventas, y condenada a 30 años de prisión según la Ley de represión de la masonería y el comunismo. Conoció también la prisión de Alcalá de Henares y el penal de Segovia. En total: dieciséis años de cárcel que no hicieron mella en una rebeldía forjada a palos.

De su vuelta a la libertad destaca “lo difícil de adaptarse a un nuevo mundo. Había perdido el hábito de comer con cuchillo y tenedor; no sabía el valor de la moneda en curso. Todo me resultaba diferente, incluso la conversación con mi familia y los amigos más próximos. Era como si entre nosotros existe un muro que yo tenía que derribar poco a poco”.

Taller de la prisión de Alcalá de Henares,1956. ARCHIVO PERSONAL DE MARÍA SALVO

Taller de la prisión de Alcalá de Henares, 1956. ARCHIVO PERSONAL DE MARÍA SALVO

Desterrada, no pudo volver a Barcelona hasta 1968. Un año después conoció a Domenech Serra, catalán miembro de la Resistencia francesa, con el que compartiría batalla durante medio siglo más. Primero en los Comités de Solidaridad con los presos del franquismo. Desde el 97, con la Associació Les Dones del 36 creada, después de un 8 de marzo, con las pesetas del Premio Maria Aurèlia Capmany del Ayuntamiento de Barcelona.

De entre sus anécdotas de lucha contra la desmemoria recuerda al “molt honorable en aquel momento –dice enfadada- porque hoy de honorable no tiene nada”. Cuenta que coincidió con Jordi Pujol en la presentación de un libro en la que ella contó su historia. Y que, desde entonces, “el expresident nunca quiso hablar de su experiencia con la policía del franquismo por respeto a María Salvo”.

Es doctora honoris causa por la Universidad Politécnica de Barcelona y Creu de Sant Jordi, máximo galardón de la Generalitat. Pero los reconocimientos no han apaciguado sus afanes de mantener viva la memoria. Con el impulso de una joven de 96 años, hoy escribe la de su marido: “Un dossier personal para que siga presente su participación en la lucha para la liberación de los pueblos“.

Y pelea María por el reconocimiento de las víctimas del franquismo, como ella, la última dona del 36. “Lo hemos pedido incansablemente, pero no se nos ha dado el reconocimiento general de todo el país”. Se acuerda de los homenajes a las víctimas de ETA, a las del 11-M. Y, aunque confiesa que ella nunca se sintió víctima sino luchadora, pide que el Código Civil reconozca de una vez “los atropellos de 40 años de dictadura en este país”.

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