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Terror preventivo: los daños psicológicos de la alarma crónica

La alarma terrorista ya permanente bajo la que España vive desde hace dos años obliga a evaluar los posibles daños psicológicos causados por la ansiedad preventiva y sobre la gestión de las políticas de seguridad

La Policía blinda el puente de Londres tras el atropello. EFE/EPA/OLIVER

Hace dos años que España vive sometida al nivel 4 sobre 5 de alerta terrorista. Desde junio de 2015, tras la cadena de atentados en Túnez, Francia y Kuwait. Ahora que una nueva oleada de ataques sacude Europa, el Gobierno español mantiene el nivel de alerta, que solo sería escalable al 5/5, que implica que el ataque es ya inminente. La adecuación y la utilidad de esta alerta preventiva, vuelve a examen.

Pero, ¿puede la ciudadanía estar efectivamente tan en alerta, tanto tiempo? ¿Cómo nos afecta psicológicamente estar sometidos a esta ansiedad anticipada, a ese terror potencial? Los fusiles de asalto forman ahora parte del paisaje urbano, colgando del hombro de las fuerzas de seguridad, multiplicadas en los espacios públicos. La percepción de que vivimos en un estado de emergencia alimenta “los niveles de ansiedad respecto a la anticipación de un atentado terrorista”, analiza el doctor Martín Alonso, psicólogo especializado en terrorismo y miembro del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET), organización española que promueve el desarrollo de proyectos de investigación para la prevención de la radicalización violenta y a la difusión de principios democráticos.

Ocho personas murieron en un ataque terrorista en Londres el 10 de junio. A las 22:07 horas se produce la primera llamada de emergencia cuando un vehículo embestía a la multitud cerca del puente de Londres. La alarma se replica en Turín, Italia, cuando se caía una barandilla en la Piazza San Carlo, a las 22:15 hora local. 1 hora y 18 minutos (con la diferencia horaria) para recorrer 1.229 kilómetros. Eso deja la velocidad de la alarma terrorista en 945 km/h. El pánico viaja mucho más rápido.

El efecto contagio está alentado por el miedo. La hiperconectividad multiplica el efecto de la incertidumbre y por tanto la respuesta de pánico”, advierte el doctor Alonso. Un pánico que se despierta de forma prematura y que se expande literalmente más rápido que la propia pólvora. La “hiperexposición a imágenes espeluznantes nos hace mucho más susceptible a emitir respuestas de pánico”, añade. El consabido papel de las redes sociales acaba de aderezar la ecuación: los mensajes alarmistas infundados se propagan como un virus.

Efecto boomerang del mecanismo de supervivencia

Se dice que una madre podría parar con sus propias manos un camión a gran velocidad, si la vida de su hijo corriera peligro. “Cuando los seres humanos detectamos que hay un peligro, como un ataque terrorista, reaccionamos hiperactivándonos”, explica la doctora en psicología de la Universidad de Madrid, María de la Paz García- Vera, especializada en salud mental de víctimas del terrorismo.

Ante un aviso de ataque, se nos acelera el ritmo cardíaco y aumentamos las respiraciones para tener más oxígeno en sangre. Seríamos capaces de dar el mayor salto de nuestra vida, de correr y correr a una velocidad imposible para nuestro cuerpo en una situación de normalidad. “Estar alarmado nos hace reaccionar de forma exagerada. Te puede ayudar a salvar la vida”, asegura García- Vera.

El problema es estar alarmado donde no hay peligro real. “Eso sí que nos hace más vulnerables ante la capacidad de reaccionar”

El problema es estar alarmado donde no hay peligro real. “Eso sí que nos hace más vulnerables ante la capacidad de reaccionar”, advierte García-Vera. El mecanismo de supervivencia nos impide pensar con claridad, ni siquiera podemos medir las consecuencias inmediatas de nuestras acciones. Como echar a correr. Y provocar una estampida.

Debido a esa predisposición de un entorno sugestionado por la inminencia de un ataque, “un estímulo aparentemente inocuo produce una respuesta incongruente por asociación con un recuerdo cercano”, analiza Alonso. Como el flashmob en Platja d'Aro (Girona) que causó una estampida de cientos de personas y dejó 11 heridos, poco después de los ataques terroristas recientes en Niza y Bélgica, el año pasado.

En España, el terrorismo internacional entró de nuevo entre las diez mayores preocupaciones de los españoles, en el último barómetro del Centro de Investigación Sociológica (CIS), publicado en febrero. Pero en décima posición en el ranquin de diez. Solo el 4% de los españoles considera el “terrorismo internacional” uno de los principales problemas del país.

La plaza de San Carlo de Turín, tras la estampida durante la retransmisión del partido Juventus-Madrid. / ALESSANDRO DI MARCO (EFE)

La plaza de San Carlo de Turín, tras la estampida durante la retransmisión del partido Juventus-Madrid. / ALESSANDRO DI MARCO (EFE)

El desempleo y la corrupción siguen siendo en realidad los principales asuntos que quitan el sueño al ciudadano medio, a pesar de que los ataques yihadistas ganen terreno en el debate político. Debemos asumir que “la seguridad total no existe”, aconseja Carlos Fernández Casadevante, asesor de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. “Y a partir de ahí, seguir con nuestra vida”, recomienda. El nivel de alarma terrorista que el estado decrete no tiene ni debe tener ninguna repercusión negativa en nuestro día a día, más allá de convivir con las medidas de seguridad. “Tampoco serviría de nada otra cosa”, añade.

Fernández Casadevante es crítico con la gestión de las políticas de seguridad de los gobiernos europeos. “Hemos visto disminuidas nuestras libertades con la lucha antiterrorismo”, expone el catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, y recuerda que “en las democracias, lo fundamental es el estado de derecho, y perseguir el terrorismo no ha de ir en perjuicio de las libertades”.

¿Cómo gestionar la alarma, entonces? Los políticos nos repiten que debemos admitir que el riesgo cero no existe, que debemos prepararnos para vivir una era de constante peligro inminente. Un discurso casi bélico que deja a la población sin saber cómo actuar. Los psicólogos piden un enfoque positivo y formativo. Este es precisamente el enfoque de la plataforma europea promovida por la Asociación Víctimas del Terrorismo, que justamente se ha reunido en un seminario internacional en Madrid, tras los atentados de Londres.

El apoyo psicológico en escenarios de terrorismo suele llegar cuando el trauma ya se ha experimentado. Pero cuando toda la ciudadanía occidental pasa por primera vez a ser víctima potencial, los psicólogos movilizan intervenciones preventivas.

La inteligencia emocional se puede entrenar, de la misma manera que las comunidades que viven sobre una falla están preparadas para reaccionar en caso de terremoto o tsunami. Es lo que el sector llama “alfabetización en salud mental”: aprender a evaluar riesgos, actuar de forma proporcional, útil y resolutiva, y practicar la empatía. Evitar estampidas. Reducir la velocidad del miedo. Acabar con el terror preventivo. E, incluso, con el terror.

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