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"Para difundir la cultura en televisión sólo hace falta voluntad política"

El periodista Bernard Pivot ha dedicado su vida profesional a abordar la cultura en la pequeña pantalla, la prensa y la radio

ALEJANDRO TORRÚS

Bernard Pivot (Lyon, 1935) es toda una leyenda en el periodismo cultural y una referencia en las facultades de Ciencias de la Información de todo el mundo.

En 1975 comenzó a presentar en la televisión pública francesa Apostrophes (Comillas), un programa de literatura que se mantuvo en antena hasta 1990, cuando fue sustituido por Bouillon de culture (Sopa de cultura), también presentado por él.

Durante estos 28 años, Pivot consiguió reunir frente a la pequeña pantalla a más de tres millones de personas y los libros que aparecían en sus programas duplicaban sus ventas al día siguiente.

Por su “excepcional trayectoria como divulgador de la cultura” ha recibido el premio Antonio de Sancha, que otorga la Asociación de Editores de Madrid.

Ha trabajado 28 años en televisión, en ‘Le Figaro Littéraire’, ha sido cofundador de la revista ‘Lire’ y es miembro de la Academia Goncourt de Francia. Su currículum no está nada mal para alguien que sólo quería hacer periodismo deportivo.

La suerte ha jugado un papel muy importante en mi vida. Es el azar quien me ha llevado y traído por estos caminos tan extraños. Con 23 años quería ser periodista deportivo, pero el azar me llevó al periodismo literario y después vinieron a buscarme para presentar un programa sobre libros. La suerte se ha portado siempre muy bien conmigo.

¿Recuerda qué pensó el día en el que le propusieron el reto de presentar un programa de libros?

Recuerdo muy bien aquel momento. Me dije: “Si esto tiene éxito, perfecto, si no siempre puedo volver a la prensa escrita”. Por lo tanto, preparé el primer programa de forma cuidadosa pero muy relajado, la vida no me iba en ello. Lo que aun no sabía es que aquel día transformaría mi vida para siempre.

'Mi oficio es el de rascar las cabezas de los espectadores. Que piensen' Y usted transformó la historia del periodismo cultural. ¿Hay alguna fórmula mágica para conseguir difundir la literatura a través de la televisión?

Me temo que no hay secreto, receta, ni fórmula para el éxito. Sólo decidí ser yo mismo, con mi sonrisa, mi ilusión y mi pasión. De lo que sí me di cuenta es de que para hacer un programa sobre libros había que leer muchísimo. He sacrificado mi vida personal por este trabajo. Leía entre diez y doce horas al día.

¿Sería posible en la televisión actual reeditar un éxito como el suyo?

No, eso es imposible. Sobre todo porque hay cientos de canales y una competencia feroz. Pero sí que creo que la ambición que a mí me llevó a hacer televisión, a incitar a leer, sigue viva en muchos periodistas y literatos. Para difundir la cultura en televisión sólo hace falta voluntad política y que las televisiones públicas hagan un esfuerzo por crear programas que inciten a la lectura, a comprar libros. Es decir que la televisión pública cumpla con su función de servicio público.

'He sacrificado mi vida por este trabajo. Leía entre diez y doce horas al día' ¿Cuál era el servicio que usted quería ofrecer?

Me gusta contar que cuando era joven y volvía a mi pueblo para las fiestas, me gustaba ir al tren del terror con alguna chica porque era el único sitio donde podía abrazarlas y besarlas con un poco de intimidad. Una vez, estando allí, una persona me preguntó cuál era mi oficio. Yo le contesté que mi profesión era y es rascar las cabezas de la gente, activarles la circulación sanguínea y su producción de neuronas, que la gente piense y se pregunte cosas. De hecho, si algún día escribiera mis memorias las llamaría memorias de un rascador de cabezas.

¿Nunca recibió presiones por parte de las editoriales?

Nunca las he sufrido. Cuando estaba en la prensa escrita ya tenía una reputación de ser extremadamente independiente. A mí no se me puede influenciar, ni mucho menos comprar. Ningún editor se atrevió nunca conmigo.

¿Y las grandes marcas? ¿Nunca le propusieron utilizar su imagen como reclamo publicitario?

'Creo que los periodistas que hacen publicidad venden su alma'

A lo largo de mi carrera me llegaron numerosas propuestas por mucho dinero para que protagonizara anuncios de televisión. Pero siempre pensé que si yo fuera sospechoso de venderme a una marca ese sería mi final y también el del programa. ¿Cómo voy a recomendar un libro si soy sospechoso de haberme vendido? ¿Qué pensaría la audiencia? Yo debía ser intocable e incorruptible y creo que así deben ser todos los periodistas.

Pero usted sabe que es una práctica común que los periodistas cedan su imagen a la publicidad.

En mi opinión, los presentadores que se prestan a la publicidad pierden su alma.

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