Este artículo se publicó hace 17 años.
El absurdo de una ciudad sin techo
Unas 30.000 personas viven en España en la indigencia.
Frio y albergue. Son las dos únicas palabra que sabe decir en español Joseph, un indigente lituano de mediana edad que deambula por Plaza de España (Madrid) pasadas las diez de la noche bajo el frío y una lluvia fina que poco a poco va calando.
"¡Frío, frío!" y "albergue, albergue", repite Joseph una y otra vez. Enseña las palmas de las manos, sonríe resignado porque no es capaz de explicarse y se pierde calle abajo, sin rumbo.
A la hora en la que algunos observan la lluvia con jerseys de cuello vuelto tras el cristal de las cafeterías de la zona centro de Madrid, otros comienzan su peregrinaje por las calles para encontrar un hueco donde dormir. 30.000 personas viven en la indigencia en España según los datos de las ONG, un 35% con problemas de salud mental.
Antonio Pérez, de 45 años, dice que está "hasta los cojones" de que los perros le devoren la comida. Antonio duerme desde hace un año en la calle, no quiere saber nada "del Samur Social ése" y tampoco quiere ir a un albergue porque allí sólo hay "drogadictos, borrachos y de todo". Se pierde en un discurso imposible sobre los perros, "esos hijos de puta...", y sobre que el otro día le comieron unos "callos con chorizo ibérico" que había cocinado con alcohol y una sartén. A medianoche aún no sabe dónde va a dormir. El colchón y la lona que habitualmente le cubren están mojados y rodeados de charcos. "Estoy jodido", resume.
Una hora después, apenas pasea gente por la Gran Vía. A las puertas del cine Avenida, una anciana se acurruca en una postura complicada y con un jersey en la cabeza para quitarse la luz. Grita: "¡Me llamo como me puso el cura!", luego pregunta: "¿Qué tal de amoríos?". Y sentencia: "Aprovecha ahora, que ¡a la vejez viruelas!". Marco, un peruano cruza de repente la calle y grita de manera violenta y botella de cerveza en mano: "¡Que nadie se meta con ella, que es mi amiga!". La mujer se queja: "¡Ay que lío, que lío!" y se busca otro rincón donde dormir. Marco relata que defiende a los indigentes porque él también lo ha pasado muy mal en "la puta España", se pone a llorar y sigue andando con su botella.
A las tres de la mañana, la postal está en la puerta del Teatro Real, rodeada de cajas perfectamente colocadas, una encima de otra. Cartones que embalaron una guitarra, una televisión o un piano. Detrás de las cajas duermen ocho personas, metidas en sacos, encogidos, arropados por mantas. Ya es tarde, a los indigentes no les molestan las luces de la plaza ni los gritos de la gente que a esas horas está de marcha. Alguno, incluso, tiene el sueño profundo.
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