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Adolescentes entre la fontanería y la vida de barrio

La ONG La Calle imparte en Madrid talleres de fontanería y electricidad a menores inmigrantes

S. H.

Vine solito. Al principio todo era muy duro, quería irme. Creía que iba a ser mejor. Creía que el dinero se cogía del suelo”. En un banco del distrito de Usera (Madrid) pasa un rato al sol Magei Djani, de 17 años, y otros chicos inmigrantes que llegaron a Canarias en cayuco. Han cambiado sus primeros meses en los centros de menores en Canarias por una vida en Madrid. Aún no pueden trabajar: no poseen la edad ni la formación. Lo que sí que tienen es prisa, sus familias les apremian para que empiecen a mandar dinero.

La ONG La Calle se encarga de los talleres en los que estos menores aprenden electricidad y fontanería y, además, gestiona los pisos en los que residen. “Después de los talleres intentamos buscarles prácticas en empresas pero cuesta”, explica Nazareth Gómez, coordinadora de los talleres. En cada clase suele haber de 12 a 14 menores, que pueden entrar en cualquier mes de año.

Magei, Ibrahim o Abdul. De Senegal, Mauritania o Mali. Chicos que combinan las clases con su vida en los diferentes pisos y el ocio en la calle. Algunos ya empiezan a pasearse por Lavapiés, el barrio multiétnico de Madrid donde se reúnen muchos de sus compatriotas. El problema llega cuando los chicos cumplen los 18 años y la Delegación del Gobierno aún no les ha concedido la residencia. “En esa época en la que son ex menores, lo que hacemos es darles una tarjeta donde se explica cuál es su situación, por si les para la policía”, explican desde La Calle. Esta ONG, como todas las que trabajan con menores inmigrantes, se queja de los impedimentos que ponen las administraciones para conceder la residencia a los chicos una vez que han cumplido los 18 años.

“Tardan muchísimo en darles la documentación. Las administraciones se pasan la pelota las unas a las otras. En la Delegación del Gobierno de Madrid nos dicen que por qué no pedimos la residencia en Canarias, que es la Comunidad que tiene la tutela de los chicos”, sostienen desde La Calle. Esta ONG acoge actualmente a 80 adolescentes, de los que 47 ya son mayores de edad y tienen la residencia en trámite.

Ajenos a la burocracia, los chavales asisten a los talleres con otros chicos del barrio de Usera. Abdul Pouye tiene 17 años y llegó hace ocho meses a Canarias. “El viaje en cayuco se me ha olvidado”, dice. Es de Senegal, donde trabajaba desde muy pequeño como mecánico. “Lo que más me gustaría es ser profesor de fontanería”, explica. Abdul Rajman, de 17 años, resume su viaje por el mar con un “bien”. También quiere ser fontanero: “Está de puta madre”.

Todos hablan con su familia los fines de semana y cumplen estrictamente con el horario de oración musulmán. En un piso de Getafe (Madrid) viven seis menores, que muestran el lugar donde rezan, sus habitaciones de adolescentes y el huerto, sin cultivar, que tienen en la terraza. Djiby, de 15 años, se encarga ese día de cocinar arroz con carne. Los educadoras sociales están pendientes de ellos. “Se trata de prepararlos para una vida independiente, que sepan poner una lavadora. También hay que enseñarles a no ser machistas”, concluyen.

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