Este artículo se publicó hace 15 años.
Al cine con Keanu Reeves, Michelle Pfeiffer o Kate Winslet por 5,5 euros
Compartir cine con Keanu Reeves, Michelle Pfeiffer o Kate Winslet es posible en la Berlinale para el berlinés de a pie y a 5,5 euros, con las entradas "último minuto" que salen a la venta por "cuenteo a dedo" mientras las estrellas desfilan por la alfombra roja.
A más de un visitante de la Berlinale le sorprenderá ver a los asistentes de sala contando una a una las butacas que quedan libres mientras el público toma asiento, minutos antes de la proyección de sus películas a competición y con los grandes de Hollywood entrando en el cine, bajo los flashes de los fotógrafos.
"Por favor, que levanten la mano quienes tengan un asiento vacío al lado", preguntan discretamente, hilera a hilera, o por micrófono, mientras el público recibe con aplausos a Reeves, Pfeiffer o Winslet.
Son los artífices de la venta último minuto, que transmiten por móvil a la taquilla exterior el cómputo de plazas libres.
La Berlinale tiene reputación de ser el festival más popular del mundo entre los de primera categoría internacional ya que más de la mitad del contingente de 450.000 localidades disponibles para las 390 películas se ponen a la venta al público. El resto es para prensa y profesionales del sector, además de invitados.
La mayoría se adquieren en las taquillas regulares, a precios que van de los 11 -para las de gala- a los 6 euros. Son precios de por sí populares, que se reducen a la mitad en la "Abendkasse" -"taquilla de tarde"- y con las entradas "last minute".
"No hay una cantidad clara. Pueden ser dos entradas, pueden ser 200, depende de las que hayan quedado libres", explicó a EFE Ernst K., uno de los taquilleros de esa "Abendkarte".
Se ponen a la venta una media hora antes de que empiece la sesión y su número depende principalmente de las devoluciones -"gente de prensa o del European Film Market que se lo piensan y las devuelven, en general", cuenta el cajero-.
A esas se suman las "ultimísimo minuto", como las denomina Ernst, resultantes del cómputo a mano de las butacas por ocupar.
"Eso retrasa algo la gala. Pero como en las sesiones de estreno hay presentación de las estrellas, el espectador ni lo nota", explica Michael Grimm, responsable de la venta de entradas.
La Abendkasse de Ernst tiene su clientela fiel, berlineses avezados al último minuto. "No, no: no escribas de eso, que no se entere nadie", dice Hanna, una de las habituales.
"Ernst es muy eficiente, domina el oficio y nos dice si ese día vale o no la pena guardar cola. Pero no es sobornable. No reserva ni tiene favoritos", sostiene a su lado Oliver, otro habitual.
Mientras la clientela de la Abendkasse espera su suerte, a veces a la intemperie, en las terrazas de las cafeterías berlineses y visitantes toman copas de vino o café, envueltos en mantas rojas del local y al resguardo de grandes calefactores.
"La Berlinale es especial. No hay el ambiente agresivo de Cannes, no hay guardas que te tratan a empujones, no hay que ir de etiqueta a los estrenos, hay gente normal", comenta un crítico argentino, asiduo al festival desde hace década y media.
"Esto parece más mediterráneo que Cannes o Venecia. Aquí se improvisa, si no se empieza al minuto no pasa nada y la gente va vestida a la suya", añade otro colega, catalán, sorprendido por estas peculiaridades en su primera Berlinale.
A diferencia de Cannes o Venecia, el festival berlinés tiene lugar en una capital con más de tres millones de habitantes. La Berlinale es de todos ellos. O de todos los que tengan paciencia suficiente para guardar cola.
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