Este artículo se publicó hace 13 años.
"Al jugar en la NBA desmitifiqué el sueño, pero fue una gran experiencia"
Navarro ni sabe por qué un día pensó en sentarse tras un ordenador vestido con traje. Lo suyo siempre fue competir con una canasta de por medio
Que sí, que sí, que en mi historial de la ACB hay unos cinco mates", dice Juan Carlos Navarro (Sant Feliu de Llobregat, Barcelona, 1980), apretadito en un ascensor estrecho y abarrotado, en el que sus 191 centímetros tampoco parecen una altura extraordinaria. El tipo que va a su lado mide más o menos lo mismo, pesa unos cuantos kilos más y no tiene pinta de haberse colgado nunca de una canasta para exhibir su superioridad atlética. En Navarro, ese también es un gesto raro; tan insólito, que en el vestuario del Barça, donde reina sin pretenderlo, hacen chanza de ello.
Alguna debilidad hay que encontrarle a la Bomba, como le bautizaron cuando, adolescente, aterrizó en el Barça y Miguelito López Abril, entrenador de referencia, vio su peculiar estilo de encestar, ese tiro imposible de bloquear por el efecto que lleva. Por entonces, Navarro ya casi había dejado de ser "el hermano de Ricardo", aquel niño que siempre merodeaba por las canchas de baloncesto donde jugaban sus hermanos mayores, a la espera de una oportunidad para atrapar el balón, o de una ausencia que le permitiera colarse entre chavales que, a veces, le sacaban los 11 años que le separan de su hermano Justo. "Yo creía que estaba a su nivel y que no iba a desentonar", cuenta Juan Carlos; "y cuando no me dejaban jugar con ellos, me enfadaba".
«No me considero un ejemplo, pero siempre me gustó competir en todo»
Pero se conformaba. Nunca fue un niño follonero. De hecho, en su más tierna infancia, se imaginó con traje, en una oficina, tras la pantalla de un ordenador. Y así se dibujó en una orla, sin saber exactamente a qué profesión correspondía aquella ilusión infantil. ¿Oficinista, administrativo, banquero...? "¡No tengo ni idea!", exclama Navarro. "Desde luego, he cambiado bastante". El traje sólo se lo pone cuando el protocolo lo exige y la rigidez le ralla.
La Bomba es un espíritu libre con un don innato para el baloncesto. Nunca fue el que más se entrenó ni el más disciplinado ni el más riguroso con las comidas o los horarios. Le bastaba con su enorme talento y su afán competitivo, un instinto contrapuesto a su nulo afán de protagonismo. "No me considero un ejemplo, pero siempre me gustó competir en todo", asegura quien es un número uno casi a su pesar.
Quizá por eso su paso por la NBA fue, en el fondo, un sueño de niño cumplido y, a la vez, frustrado. Memphis y la realidad de los Grizzlies no fueron lo que él se había imaginado cuando, a hurtadillas, le robaba horas al sueño para ver cómo Ramón Trecet le ponía voz a las gestas de Michael Jordan en los Bulls de los noventa. "Al jugar allí desmitifiqué el sueño, pero fue una gran experiencia; no me arrepiento", asegura. El fenómeno Air había empapelado su habitación hasta que los periódicos comenzaron a dedicarle crónicas a aquel chaval de Sant Feliu al que el Barça tuvo que llamar al bar del pueblo de su madre, en Lugo, para que se incorporara por vez primera a la concentración del primer equipo. "Estaba a punto de jugar un torneo y me cabreó tener que dejarlo", confiesa Navarro. Era verano, las fiestas del pueblo, y la familia se había plantado allí tras más de diez horas de viaje, en el Seat 1430, "apretado" entre sus dos hermanos. "Ahora, mis hijas hasta pueden ver la tele en el coche... Todo ha cambiado mucho; pero aquello también era bonito, lo valorabas todo más", reflexiona.
«¿Te imaginas que se te olvida el baloncesto y no juegas más?», le preguntan sus hijas
El chaval disfrutaba jugando y ni si se imaginaba que, años más tarde, sería campeón de Europa y del mundo y subcampeón olímpico, y viviría un All Star de la NBA con los mejores del mundo. Tampoco pensaba que acabaría compartiendo esas aventuras con Pau Gasol, aquel larguirucho al que, casi por compasión, ayudó a integrarse en el Barça. "Venía de Cornellà y estaba desubicado", explica. Como él cuando sus hijas le dicen: "Papá, ¿te imaginas que se te olvida el baloncesto y no juegas más?". El baloncesto europeo se convulsionaría. Navarro lo ha revolucionado tanto como ellas lo han hecho con su vida.
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