Este artículo se publicó hace 15 años.
Un alcalde milagrosamente virtuoso
Antonio Avendaño
Hay políticos que son de derechas, políticos que son de izquierdas y políticos que son de sí mismos. El alcalde de Madrid es un político singular porque tiene la rara virtud de parecerle casi de izquierdas a mucha gente de derechas y de parecerle apenas de derechas a mucha gente de izquierdas. Un equilibrio así sólo se consigue o bien siendo un falso o bien siendo un genio. O bien ambas cosas.
Lo normal en un Estado laico de verdad es que si a un alcalde se le ocurre obsequiar a una confesión religiosa con 250.000 metros de terrenos públicos, se monte una escandalera de la de Dios es Cristo.
Lo normal en un Estado laico de mentira es que ese mismo alcalde no sólo no tenga de qué preocuparse, sino que además un buen número de ateos y de agnósticos de la ciudad le den su voto y hasta lo consideren la gran esperanza blanca de la derecha del país. Un país donde el representante de la derecha más moderna hace regalos más propios de una teocracia que de una democracia es un país que tiene un problema. Un problema que, aunque parezca político, es en realidad religioso.
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