Este artículo se publicó hace 15 años.
Angélica se salva de la cordura en México
Hace algo más de un año anunciaba que no tenía más teatro dentro. La casa de la fuerza montada hasta este fin de semana en el Festival de Otoño de Madrid confirma el hartazgo, pero también que es incapaz de abandonar, incluso en el peor de los estados: la desilusión por desamor. Angélica Liddell ha construido una oda al amor, aunque toda esa mierda y esa bilis que salpica parezca una oda al suicidio. Regresó de México sana y salva, lista para sufrir.
Las tres partes de las cinco horas y media de espectáculo corren por estampas emocionales muy diferentes, que muestran el tortuoso paso que recorre ella estos días. Como siempre, todo es dolor, pero nunca antes había transmitido tanta debilidad. Angélica ha caminado estos años por el daño, propio y ajeno, aproximándose cada vez más a resonancias descaradamente autobiográficas. Hasta aquí, hasta esta casa de los fuertes en la que, paradójicamente, la fuerza, la máscara de la fuerza, le ha abandonado. Se ha atrevido a hacerse vulnerable. Cuatro horas diarias en el gimnasio para no sentir, para superar el rechazo del amor deseado; para hacerse valiente y mostrar sus heridas ahí.
En La casa de la fuerza, Angélica Liddell vuelve a compartir escenario, como hizo en Perro muerto en tintorería, con otras voces que dicen sus palabras. Pero nunca nadie jamás podrá enloquecer con ella. Getsemaní de San Marcos y Lola Jiménez lo intentan y el resultado es infinitamente mejor que el anterior reparto. Son tres mujeres con la libertad, el respeto, el daño, el silencio, el amor y la violencia en la punta de la boca. Hay complicidad, hay fe, pero ella enloquece y sus compañeras declinan, pausadas y cuerdas, sin rabia.
El resultado escénico baila entre lo vibrante y violento, y lo evidente y forzado. Pero siempre bello gracias al poder de sus imágenes barrocas como el movimiento de los sacos de carbón entre las tres actrices. Imborrable aquel en el que engancha dos temas seguidos de La Oreja de Van Gogh, mientras ella corre y grita con las rodillas sangrando tras haberse cortado. Pero es cuando Angélica deja hablar a sus enemigos en escena, cuando les cede la palabra y su estómago, cuando la boca se le llena de agallas, cuando el espectáculo se dispara hasta empujar al espectador al hoyo de los fuertes.
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